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jueves, 18 de octubre de 2018

Puentes y barcas en el río Águeda (1)

EL PONTÓN DEL SAHÚGO 

José Ignacio Martín Benito

La red fluvial de la comarca de Ciudad Rodrigo 

Restos del pontón del Sahúgo o de Posadillas.
La red fluvial de la Tierra de Ciudad Rodrigo está constituida por los ríos Águeda y Yeltes-Huebra, que vierten al Duero en la comarca del Abadengo. De estos, la del Águeda es la corriente principal del territorio. Desde su nacimiento en la sierra de Jálama a unos 1.000 m. de altitud va descendiendo, para encajarse en los materiales cámbricos desde Fuenteguinaldo hasta aguas abajo de los términos de Pastores y Zamarra, formando unos abarrancamientos que llegan a superar los 100 m. de profundidad: “los riscos”. Al contactar con los materiales terciarios, antes de llegar a Ciudad Rodrigo, el cauce se amplía formando una pequeña vega, para poco después volver a encajarse hasta su desembocadura en el Duero, en el término de La Fregeneda, frente a la localidad portuguesa de Barca de Alba. En el último tramo, desde el término de La Bouza hasta el de La Fregeneda, el Águeda marca la frontera con Portugal.

Un terreno escarpado

La escarpada geografía del territorio de la comarca de Ciudad Rodrigo ha dificultado las comunicaciones a lo largo del tiempo, pero no las anuló, pues sus naturales buscaron desde antiguo soluciones para cruzar ambos ríos y mantener así el contacto y los intercambios. Los pasos fijos (puentes) fueron escasos en la Tierra de Ciudad Rodrigo. Aunque el río era vadeable en verano, sin embargo resultaba complejo su paso en invierno. A mediados del siglo XVII sólo había cuatro puentes en todo su curso: el de Villar de Flores, el del Sahúgo, el de Ciudad Rodrigo y el de San Felices de los Gallegos. Dos de ellos, el del Villar y el del Sahúgo servían de comunicación con los caminos que se dirigían a la Sierra de Gata y Extremadura

Puentes y fortalezas en el río Águeda (siglos XVII). Archivo General de Simancas.

El pontón de Posadillas 

El Pontón de Posadillas o del Sahúgo, construido a finales del siglo XV y de un solo ojo entre esta localidad y El Bodón, se arruinó hacia 1680, por lo que para mantener abierta la ruta más directa desde la ciudad hacia la sierra de Gata, en este tramo del río tenía que navegar la barca. Esta situación se mantuvo en el tiempo, pese a los intentos de reconstruir el pontón. Valdíos resultaron los de 1690-1693. 

Alzado del pontón de Posadillas, 1488. Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo.
A finales del XVIII los sexmeros de los campos de Argañán, Robledo y Agadones de la Tierra de Ciudad Rodrigo lo solicitaron de nuevo al Consejo de Castilla. Ello dio paso a un largo proceso, que culminó con el reconocimiento del terreno y de los pasos del Águeda por Juan de Sagarbinaga en 1789. Finalmente, descartada la reconstrucción del Pontón del Sahúgo, en 1791 se optó por levantar un puente en Vadocarros, diseñado por Sagarbinaga y aprobado por el Consejo en marzo de 1797[1]. Este tardó todavía en construirse; los diccionarios de Miñano y Madoz no hacen referencia a él.  

Texto extraído de nuestro trabajo: Barcas de paso en el Reino de León. Benavente 2015.

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[1] Sobre ello véase E. AZOFRA:"Puentes y caminos en la España de la Ilustración. De Castilla a Extremadura y Andalucía cruzando el río Águeda y los puertos de Jálama y de Perales, antes llamado Perosín". Puentes singulares de la provincia de Salamanca, II. Salamanca 2010, pp. 87-110.



domingo, 19 de agosto de 2018

Comarcas de Salamanca hace 200 años: El Rebollar

"VIVEN MISERABLEMENTE, COMEN MAL Y VISTEN PEOR"


José Ignacio Martín Benito 


El Jálama desde Villasrrubias.
Los dos grandes diccionarios descriptivos de la España del siglo XIX son los de Sebastián Miñano y Bedoya (publicado entre 1826 y 1829) y el de Pascual Madoz (1845-1850). El de Miñano lleva por título: Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal dedicado al Rey nuestro señor. Los diez volúmenes de los que consta se imprimieron en el establecimiento madrileño de Pierart-Peralta. Un nuevo tomo a modo de suplemento fue impreso por Moreno. El Diccionario de Miñano es considerado como el precursor del de Pascual Madoz, publicado entre 1845-1850.

Miñano contó para su elaboración con muchos corresponsales, hombres cultos, que le dieron la información de los lugares que recoge en su obra. Sobre la comarca del Rebollar la información puede rastrearse en las respectivas voces de las localidades que componen este territorio, pero también en otras voces de carácter más general. Así, en la voz “LEÓN” (Tomo, 5 pág. 199), cuando se ocupa de los pueblos de la raya de Portugal, leemos:

“Sus habitantes se ocupan en la agricultura y la cria de ganado, y tambien en la venta de leña y maderas que sacan de los montes que pueblan esta comarca, sobre todo de los que estan en las inmediaciones de la frontera en los términos de Fuentes de Oñoro, Alamedilla, Casillas de Flores y Navas frias hasta Peñaparda, distante 2 leguas de la raya. Su estension es de cerca de 4 leguas con circunferencia proporcionada, que es lo que llaman El Rebollar, bosque fragoso y cruzado de veredas, que apenas conocen sino los contrabandistas y malhechores. Los moradores de estos pueblos viven miserablemente, comen mal y visten peor. Son robustos y ágiles, y sus costumbres, que debieran ser puras atendidas las circunstancias, han maleado con el trato frecuente de los contrabandistas que continuamente estan cruzando por todos sus caminos y veredas, y con la tentación de ganancias ilícitas que escita en ellos aquel mal ejemplo”. 

Contrabandistas españoles.
Los pueblos del Rebollar

La comarca -tal como hoy la conocemos y sin contar, por tanto, con la población de Casillas de Flores y de Fuente Guinaldo- contaba entonces con un total de 2.606 habitantes. De los cinco pueblos el mayor en habitantes era Robleda, que superaba los 1.200. El resto rondaban los 350. 

Navas Frías. La villa tenía 184 vecinos y 760 habitantes. Producía centeno, lino, bellota y patatas. Había 6 fábricas de sombreros ordinarios.

El Payo. Denominado en el Diccionario: Payo de Valencia de Flores. Tenía 89 vecinos y 353 habitantes. Disponía de un pósito. Producía centeno y ganados.

Peñaparda. Tenía 96 vecinos y 363 habitantes y un pósito. Sus productos se reducían a centeno y ganados.

Robleda. En aquel momento (1826-1829) esta localidad tenía 312 vecinos y un total de 1.230 habitantes. Producía granos, leña y ganados y tenía un pósito y una posada.

Villarubias. En el Diccionario "Villarrubias". Contaba con 84 vecinos y 348 habitantes. Todo rodeado de  monte de encinas, producía centeno y ganados.



Robleda
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sábado, 30 de junio de 2018

Nueva crónica portuguesa (6)

REGRESO A CALIABRIA



El monte Calabre (Almendra, Portugal).
Los viajeros han vuelto a Caliabria “dezoito anos depois”. Y lo han hecho con un ejército. Entonces, en octubre del nuevo milenio, eran sólo una fuerza exploradora, compuesta por cuatro profesores y dos canónigos de Ciudad Rodrigo. Al atardecer, con los canónigos de guardia en la parte baja, los cuatro soldados asaltaron la cumbre trepando campo a través las pronunciadas laderas del castelo. En el planalto solo se toparon con los restos de la derruida muralla, algunas piedras amontonadas, retamas, almendros y pasto agostado. Los habitantes de la fortaleza ha mucho tiempo que abandonaron estos campos de soledad. Entonces, como hoy, el azul se hizo dueño del cielo y de las aguas del río que lame mansamente los perfiles del monte Calabre.

Hoy, un domingo de mediados de junio, los viajeros han vuelto con una tropa integrada por efectivos rayanos, dispuesta a comprobar que Caliabria sigue desierta y que nadie perturba la paz de aquellos parajes. Serían poco más de las diez de la mañana, hora portuguesa, cuando el medio de centenar de asaltantes se dispuso en desordenada fila, a acometer una maltrecha y empinada subida para encaramarse a la cima de lo que fue la antigua ciudad visigoda.

Ahora, los nuevos soldados han trocado la panoplia por el avituallamiento: las lanzas por bastones y cayados, las cimeras por gorras y sombreros y las espadas por botellas y cantimploras. La única resistencia que se encuentran es la densa vegetación, el calor asfixiante, y los empinados riscos. En determinado momento hacen una parada "á sombra duma azinheira que já não sabia a idade" y, entonan “Grandola, vila morena”, como si de un nuevo himno de conquista se tratara.
Muralla de Caliabria.

Pero este es un ejército de paz y los enviados sólo buscan los fantasmas de los antiguos pobladores, entre ellos el de los obispos calabrienses, tanto los de los visigodos que fueron a los concilios de Toledo y Mérida, como los que les sucedieron, alguno de los cuales ni siquiera llegó a tomar posesión de sus episcopales dominios. Fue el caso de Domingo, al que Fernando, rey de León, le hizo obispo de Ciudad Rodrigo, pero con el título de Caliabria, que así quería dar legitimidad a la nueva diócesis. A buen seguro, Domenicus nunca subió a la cima de la vieja ciudad. Sí lo hizo don José da Cruz Policarpo, a quien el papa nombró en 1978 auxiliar de Lisboa con el título de bispo de Caliabria. Pero don José se encontró también con la soledad de un paisaje cubierto de almendros y los restos de una muralla en la que entonó vísperas.

Llegados a la cima y a la sombra de outra azinheira, los viajeros conversan en animada platica sobre el pasado del velho castelo y de cómo el cuerpo de San Apolinar –supuesto obispo de Caliabria martirizado en época de Trajano- habría cruzado en barca el Douro para llegar hasta la cercana Urros, donde todavía se le venera.

En estas y otras cuitas estaban, cuando los exploradores deciden que es llegada la hora de tomar el botín o tesoro de la ciudad, y que no es otro que centenares de instantáneas capturadas con sus modernos artilugios. Alguno, como el que escribe, dejó allí perdida para siempre la tapa de su cámara fotográfica. Comprobada la quietud del lugar, deciden que no deben perturbar más la paz de estos desiertos, y se disponen a enfilar el descenso por la cara oeste del cerro, en busca de un camino que lo bordea hacia el mediodía, en medio de olivos y viñas modernizadas con el riego por goteo.
El Duero desde Caliabria.
Pero es hora de recomponer el cuerpo, muy azotado por el esfuerzo. Tras una parada en los restos arqueológicos del "Olival dos Telhões", donde se lamentan de su grado de conservación, los viajeros ponen rumbo a la sede da Junta de Freguesia de Almendra. Es hora del almuerzo o merenda partilhada. Também é hora de confraternizar os laços ibéricos e de fronteira, juntamente com o vinho destas terras.





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domingo, 10 de junio de 2018

Nueva crónica portuguesa (5)

EN BUSCA DEL DOURO. PROCESIÓN EN SAN MARTINHO DE MOUROS
José Ignacio Martín Benito

El Duero en el Paso dé Régua.

A primera hora de la tarde luce el sol en Lamego. Los viajeros han decidido buscar el Duero y sus miradores camino de Resende. No saben muy bien por qué les atrae el nombre del lugar. Acaso, se dicen, porque les evoca a Mendo Afonso de Resende, un viajero que corrió la Raya entre 1537-1538 para comprobar la demarcación fronteriza, por mandato del rey de Portugal. Salen de Lamego, camino de Régua, por una carretera nacional muy tortuosa, plagada de curvas y jalonada por terrazas de vid y olivos. Se topan con el Duero en el Paso dé Régua; aunque, en verdad, se habían topado mucho antes, cuando preparaban el libro de las barcas de paso y descubrieron aquel trajín de embarcaciones en el óleo de Joâo Baptista Ribeiro. En esta tarde de diciembre no hay barcos en el río. Sólo más adelante, desde un mirador camino de Resende, observarán un crucero que se desliza remontando el Duero dejando una estela fluvial. Hasta las cumbres llegan los ecos del megáfono que explica a los viajeros la visita. El barco es blanco, el lecho fluvial azul y la tarde gris, pues el sol se ocultó de nuevo y el cielo amenaza lluvia. 

Iglesia de Barró.

Señalizaciones en la estrada indica la presencia do Románico Atlántico. De ahí que la próxima parada será la Igreja do Barró, que se encuentra al lado del cementerio o, tal vez, el cementerio buscó el cobijo y la protección de la iglesia. Los viajeros bajan al templo con la esperanza de encontrarlo abierto, pero tendrán que conformarse con tomar unas instantáneas del exterior, pues está fechado

Sâo Martinho de Mouros.
Mejor suerte tendrán en San Martinho dos Mouros, donde los fieles se congregan en el templo-fortaleza para venerar a la Inmaculada. El templo es una recia construcción en granito, con los vanos en saetera.

Acabada la misa los acólitos salen en procesión, con la imagen de la Virgen encaramada en una peana con túmulo de flores. El gris de la tarde lo rompe la descarga pirotécnica, cuyo estruendo repercute en los ecos de valles y barrancos. A los viajeros le recuerda aquella víspera del Carmen en Cangas de Narcea de 1981. Allí fue de noche. En Sâo Martinho son las 4 de la tarde, pero tampoco hay sol. Los fieles protegidos con paraguas salen de la iglesia y en cortejo procesional se adentran en la población. Unas devotas se han quedado en la iglesia, rezando. Los viajeros hacen fotografías de la magna construcción, mientras se preguntan si no estarán perturbando la oración. Cuando quieren llegar a Resende la tarde ya declina. Casas y figuras se vislumbran entre dos luces. Apenas tendrán tiempo de dar un pequeño paseo por la población, tras decidir que no buscarán el Duero, pues la noche se les echa encima. En eso estaban, cuando de nuevo les asalta el recuerdo de Mendo Afonso de Resende; pero los viajeros no han venido para hacer ninguna demarcación y deciden volver a Lamego.

En la ciudad se nota cierto ajetreo. La Taberna está más concurrida que las noches anteriores. Varias personas salen de cenar y dirigen sus pasos al Teatro Ribeiro Conçeiçâo, donde les espera una función.

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domingo, 22 de abril de 2018

Nueva crónica portuguesa (4)

LOS REMEDIOS DE LAMEGO. UNA ESCALA HACIA EL CIELO

José Ignacio Martín Benito


Estanque de la primavera y Los Remedios
Es día de la Inmaculada, festivo en Portugal, y los viajeros han decidido subir a Los Remedios. El santuario corona el promontorio que preside la ciudad y parece competir con el cerro del castelo. Diríase que ambos –castillo y santuario- son los protectores de los lamecenses. Y es que la milicia y lo celeste siempre han ido unidas de la mano, y si no que se lo pregunten a Fernando I, conquistador de Lamego, cuando recibió aviso del apóstol Santiago previo a la toma de Coimbra. Tierras belicosas estas del Duero, que enviaron a sus hijos a combatir más allá de la patria de Luso, como lo recuerda el monumento levantado a la memoria de os mortos en la Gran Guerra y, en especial, al Batalhão de Infantaria 9, de Lamego en su acción del 14 de marzo de 1918 en Neuve Chapelle.

A Los Remedios se sube por escalera zigzagueante desde el parque de la avenida Visconte Guedes Teixiera. Hay aquí un ambiente prenavideño, con luces y estrellas, y casetas que venden vinos, licores y otros productos de la tierra. A lo largo del parque y alineadas con el santuario hay cuatro fuentes o estanques, una por cada estación, con esculturas de bulto identificadas como primavera, estio, outono e inverno. Reparan los viajeros en que Lamego es una ciudad de fuentes. Y es que el culto a las aguas pervive en estas tierras del Duero, a pesar del esfuerzo que hizo San Martín Dumio, prelado de Braga, intentando catequizar a los rústicos de su arzobispado, allá por el siglo VI de la era cristiana.

El parque parece un lugar de encuentro, pero también de tránsito; es un espacio cerrado y a la vez abierto, en cuyos extremos están, respectivamente, el palacio episcopal y el santuario. Vista desde abajo, la subida a Los Remedios se debe antojar a romeros y devotos como una nueva escala de Jacob, un vínculo entre la tierra y el cielo. La escalera recuerda mucho a la del Bom Jesús do Monte, en Braga.
Fuente de los gigantes y santuario de Los Remedios.
Hoy el día ha amanecido frío y con niebla; quizás por eso no haya devotos en la escalera. Tan sólo algún turista despistado, pero eso sí, en el tramo alto. Seguro que en la romería del 6, 7 y 8 de septiembre la imagen es bien distinta; es lo que los viajeros se imaginan, que por entonces no estarán aquí para contarlo. Así que hoy la escalera forma parte del escenario, pero es de poca utilidad, ya que la mayor parte de los devotos han subido por la estrada con sus carros a rendir culto a Nuestra Señora. Los viajeros harán lo propio.

Los alrededores de Los Remedios están llenos de vehículos, pues la mañana, ya se dijo, no está para subir a pie. Del interior del templo llegan rezos y cánticos. Los viajeros esperan a que terminen los oficios para entrar y, mientras hacen tiempo, descienden algunos tramos de la monumental escalinata para admirar la Fuente de los Gigantes y demás arquitectura en el Largo dos Reis.

Termina la misa. Salen los fieles, precedidos por un pequeño cortejo de monaguillos que acompañan al oficiante. Este se coloca en la puerta y con mucho afecto se despide uno a uno de los feligreses conforme van saliendo.

Los viajeros entran en el templo, donde permanecen todavía algunos devotos; preguntan en la sacristía por algún libro de la historia del santuario. El comissario les indica que hay uno, escrito por el sacerdote que acaba de oficiar, y que lo pueden adquirir en la lonja. Compran el libro, que el autor les firma, deseándose mutuos parabens.
Largo dos Reis. Obelisco.

Tras bajar de Los Remedios, los visitantes buscan las iglesias de San Francisco y de Santa María de Almocave, pero ambas están cerradas. Tras cruzar un parque con bancos, en cuyo respaldo se representan escenas de transporte de vinho en ajados y maltrechos azulejos, se dirigen a lo que queda del mosterio das Chagas,. De la iglesia salen los fieles de misa y entran los viajeros. El monasterio fue fundación del obispo de Lamego Antonio Telles de Meneses en el siglo XVI, como se recuerda en sendas lápidas, tanto en el exterior o portada del mediodía, como en otra, más grande, en el presbiterio. Aquí también está la tumba del benefactor, del que se guarda una copia de su retrato en la sacristía.

El celestial y eclesiástico paseo llega a su fin. Es hora de confortar el cuerpo. El salón principal del restaurante Novo está ocupado por una celebración, pero en el comedor interior los viajeros encuentran una mesa y degustan un arroz com polvo. La tarde les espera.

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lunes, 2 de abril de 2018

Minorías religiosas en la España medieval (2)

LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS EN LA RAYA DE PORTUGAL


La salida por Benavente, Zamora, Ciudad Rodrigo y Valencia de Alcántara

José Ignacio Martín Benito
Expulsión de los judíos de Sevilla. Joaquín Turina.

La expulsión de los judíos en 1492 convirtió a la Raya de Portugal en puerta de salida. Junto con Zamora, Benavente y Valencia de Alcántara, Ciudad Rodrigo fue uno de los puntos con mayor afluencia de judíos hacia Portugal. Por Ciudad Rodrigo a Vilar Formoso se calcula que debieron pasar 35.000, según la crónica de Andrés Bernáldez[1].

El Edicto de expulsión prohibía sacar a los judíos metales preciosos, joyas y monedas del reino. En su éxodo sufrieron muchas presiones y abusos, a cambio de ayudarles a sacar oro y plata. Uno de los puertos por los que debió sacarse mucho metal fue el de San Felices de los Gallegos. Los Reyes ordenaron hacer varias pesquisas para depurar responsabilidades. El resultado fue que muchos regidores y caballeros tanto de Zamora como de la Tierra de Ciudad Rodrigo ayudaron a los judíos a la saca de oro y plata del reino. En ello estuvo implicado el conde de Castañeda, señor de Fuenteguinaldo y el alcalde de sacas y alcaide del castillo de Ciudad Rodrigo, Diego del Águila. En 1493 los Reyes Católicos ordenaron al corregidor de la ciudad que llevara a cabo una pesquisa sobre los agravios y cohechos cometidos por las guardas que tenía puestas Diego del Águila al tiempo de la expulsión de los judíos, contra caminantes y recueros que pasaron los puertos[2].

Abusos en Benavente

Otros caballeros locales se aprovecharon de la expulsión. Fue el caso del licenciado Alonso de Mercado, alcalde mayor de Benavente en el momento de la expulsión. Adquirió las casas que a la entrada de la Rúa tenía el judío Mosé de León y aprovechó el momento para extorsionar a los que por los caminos del concejo marchaban hacia Portugal, como hizo con los judíos chapineros salmantinos Yuçe y Yuda, tal como recoge S. Hernández Vicente en El concejo de Benavente en el siglo XV (Zamora 1986, pág. 222).

El regreso de judíos

Judíos en Las Cantigas.
En noviembre de 1492 los Reyes autorizaron el regreso de los judíos que estuvieran dispuestos a bautizarse: "...los que salieron por Çibdad Rodrigo que se tornen christianos en la dicha Çibdad Rdorigo..."[3]. La carta de amparo determinaba que a su bautismo asistiera el obispo o provisor, así como el corregidor o alcalde de la ciudad. Algunos de los judíos se convirtieron al cristianismo. Es el caso de Francisco del Águila, vecino de la villa de Atienza, el cual se convirtió al cristianismo en Ciudad Rodrigo, junto con su mujer e hijos y otras personas hasta un número de cincuenta[4]. La conversión conllevaba la restitución de sus bienes. Así en octubre de 1493 los Reyes ordenan que se devuelvan las heredades en Ciudad Rodrigo a Rodrigo Arias Maldonado y a su mujer e hijos, judíos conversos[5].

El cambio de nombres

Los nuevos conversos trocaron su nombre hebreo por otro cristiano. Fue el caso de Fernán Pérez, que antes de su conversión se llamó Jacob de Medina, o de Fernán Jiménez de Talavera, antes Lumbroso, procurador de la aljama[6]. Otros debieron convertirse antes de salir del reino, como Francisco Núñez, hijo de Salomón Amigo que salió hacia Portugal[7]. El regreso a Ciudad Rodrigo fue consolidando una población conversa realmente importante. Con el tiempo se fueron estableciendo conversos de varias villas y lugares tanto del obispado como de Portugal. A finales del siglo XVI y primeras décadas del XVII la Inquisición de Llerena llevó a cabo una intensa intervención antijudaizante en el obispado civitatense entre la población de cristianos nuevos, como se verá más adelante.
Judíos rezando el día de Yom Kipur, de
M. Gottlieb (1878).

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[1] Crónica de los Reyes de Castilla. Biblioteca de Autores Españoles, LXX (Madrid 1953, 652).
[2] A.G.S. Registro General del Sello, 30 de abril de 1493. Barcelona.
[3] A.G.S. Registro General del Sello, 10 de noviembre de 1492. Barcelona
[4] A.G.S. Registro General del Sello, 2 de diciembre de 1492 . Barcelona. Fols. 73 y 74.
[5] A.G.S. Registro General del Sello, 26 octubre de 1493. Barcelona.
[6] A.G.S. Registro General del Sello, 10 de julio de 1493, Barcelona y 13 de mayo de 1495, Madrid.
[7] A.G.S. Registro General del Sello, 1 de agosto de 1496.




martes, 6 de febrero de 2018

Cartografía militar de la frontera (y 4)

JUAN MARTÍN ZERMEÑO (1700-1773)

Proyectos para La Puebla de Sanabria, Zamora y Ciudad Rodrigo

José Ignacio Martín Benito


Castillo de San Ferrán (Figueras). Martín Zermeño.
Otro de los ingenieros militares que estuvo trabajando en la llamada en el siglo XVIII la Frontera de Castilla, fue Juan Martín Zermeño (1700-1773), natural de Ciudad Rodrigo


Sin duda fue Zermeño uno de los grandes ingenieros militares de la España del siglo XVIII. A él se deben obras muy conocidas, como el fuerte de San Fernando en Figueras, el diseño del barrio de la Barceloneta, la rehabilitación del castillo de Montjuic, el proyecto para las fortificaciones de Pamplona y otras muchas más.

Alcanzó el grado de teniente general y director del Real Cuerpo de Ingenieros. Hizo diversos trabajos en Melilla, Alhucemas, Cádiz, Ceuta, Granada, Málaga, Marbella, Vélez de la Gomera, Pamplona, Barcelona, Lérida, Reus, Rosas, Figueras, Villafranca del Penedés, San Sebastián, Alicante, Ciudad Rodrigo, Manila (Filipinas) y Orán (Argelia). En 1751 diseñó también diversa indumentaria para el cuerpo de ingenieros, en concreto el uniforme del cuerpo, la casaca, bolso y manga del mismo. Fue padre del también ingeniero militar Pedro Martín Zermeño (1722-1790).


Fortificación de Ciudad Rodrigo (Martín Zermeño).
En la Frontera de Castilla

Juan Martín Zermeño, siendo teniente general de los Reales ejércitos del cuerpo de Ingenieros, llegó a Ciudad Rodrigo en la primavera de 1766, para hacerse cargo del reconocimiento de las fortificaciones de la plaza. En Ciudad Rodrigo permaneció cuatro meses. Noticias sobre el anuncio de su llegada y su estancia hay en los libros de acuerdo del consistorio entre 29 de enero y el 3 de septiembre de 1766. Para la defensa de esta ciudad llegó a realizar al menos dos propuestas en torno a 1766. Propuso construir un foso y un camino cubierto desde la Puerta de la Colada hasta la de Santiago y un fuerte en el Teso del Calvario. Su propuesta incluía eliminar los padrastros de las Tenerías, el convento de la Trinidad y las cercas de las huertas de los conventos de San Francisco, Santo Domingo y Santa Cruz. De esta fecha es también una relación de la plaza de Zamora, su situación, circunstancias y proyectos de defensa; un proyecto de fortificaciones estables para dicha plaza y un proyecto para la defensa de la plaza de La Puebla de Sanabria (SGE, Cartoteca histórica, pág. 24).

Plano de La Puebla de Sanabria, 1766 (Martín Zermeño).

Diseño de uniforme para cuerpo de ingenieros, por J. Martín Zermeño.
Retrato de Juan Martín Zermeño.



domingo, 7 de enero de 2018

Nueva crónica portuguesa (3)

MOSTEIROS Y PONTES

José Ignacio Martín Benito 

Mosteiro de San Joâo de Tarouca  
Iglesia de S. Joâo de Tarouca.
Sol y silencio en el valle del Varosa. Ni siquiera se oye el murmullo de los arroyos Pinheiro y Aveleira que, con la sequía, traen poco caudal para alimentar al río principal. En otro tiempo sirvieron para dar agua a los monjes blancos, que canalizaron sus aguas en el mismo monasterio. Pero los monjes se fueron y su obra, con el tiempo se fue desmantelando. Consecuencias de la desamortización.

De todo el conjunto monacal se salvó la iglesia, que quedó para el servicio parroquial de las aldeas próximas. Los viajeros entran en el templo y admiran tallas, pinturas y azulejos. En la sacristía firman en el libro de visitas, recordando el relato de su “Carnaval del peregrino”. Y es que, todo hay que decirlo, han venido a este mosteiro por el reclamo del apócrifo manuscrito.
Monasterio de S. Joâo de Tarouca.

Es Tarouca un monasterio renacido, pero sin monjes. Los arqueólogos han sacado de las entrañas de la tierra los cimientos de las dependencias de la vieja abadía en un trabajo lento, arduo y paciente; Entran los viajeros en el edificio que hace esquina entre el Largo do Terreiro y la avenida Antonio de Teixeira, donde se ha abierto un centro de interpretación del monasterio. Allí se expone la vajilla y otros objetos extraídos del subsuelo, mientras se cuenta todo el proceso de la ingente excavación, con más de 3.000 metros cuadrados, impulsada por el gobierno portugués.

Tiempo tendrán todavía los viajeros de recorrer en solitario, la explanada que otrora alojó a monjes y conversos y subir a los aterrazamientos donde su cultivaron hortalizas, frutas y verduras. Este lugar fue lagar, aquí ermita, de todo apenas quedan las señales. Y es que los monjes –ya se ha dicho- no están aquí para contarlo. Con todo, Tarouca se ha desperezado del moho de su ruina y de la herrumbre del tiempo, pero a pesar de ello, es una estructura fría, sin alma, pues todo pereció a partir de 1834.

Cuando salen de las cistercienses ruinas, el reloj marca la una de la tarde. Es hora pues de alimentar el cuerpo, y qué mejor que en una casa de comida regional, en la que les ofrecen y aceptan cozido del país, un plato a base de repolho, batatas, farinheira, chouriço, entrecosto y orelha de porco, eso sí, acompañado de arroz seco, un ingrediente que no falta en la cocina portuguesa. Cuando salen, relajados, apenas tendrán tres horas de luz para seguir el curso del Varosa y poder admiarar la torre de Ucanha y el mosterio de Santa María de Salzedas.

Ponte de Ucanha

Ponte fortificada de Ucanha, sobre el Varosa.
La ponte fortificada de Ucanha, sobre el Varosa, recuerda a los viajeros la burgalesa de Frías o la cordobesa de la Calahorra. Su altivez y grandeza hace encogerse a dos moinhos situados a ambas márgenes del río, convertidos en una mera reliquia de lo que fue in illo tempore el aprovechamiento de sus aguas. Ahora el cauce viene bajo, lo que aprovecharán los viajeros para adentrarse en él y hacer varias tomas fotográficas del conjunto pontino.

La recia torre ha sido rehabilitada y recoge en dos de sus plantas una exposición sobre su hijo más universal: José Leite de Vasconcelos (1858-1941). El sabio portugués esgrimió algunas razones para su construcción: la defensa del paso, la entrada al couto del mosteiro de Salzedas y la cobranza del pontazgo. Hoy no hay tributo alguno, pues la entrada al interior de la fortaleza es gratuita, aunque los visitantes dejarán un pequeño donativo.

Mosteiro de Salzedas

De Ucanha a Salzedas. Aquí la ruina no se cebó tanto como en San Joâo de Tarouca. Tal vez porque el monasterio estaba en el mismo pueblo. Además la iglesia, se conservó buena parte de los claustros y algunas dependencias. No obstante, en ambos, el Estado portugués se ha esforzado en su recuperación, para el disfrute de las modernas generaciones y de la visita pública.


Claustro del monasterio de Salzedas.
Los viajeros sienten una sana envidia de que ambas iglesias cistercienses se salvaran de la destrucción, al quedar como templos parroquiales. Peor suerte corrió la de Santa María de Moreruela, reducida a escombros. La monumental de Salzedas sirve para el culto de los 90 habitantes del lugar. De ahí que se quede grande, más teniendo en cuenta que “em todo mundo vem à missa”, advierte la joven encargada de atender a las visitas. Y es que, en estas tierras de la Beira, la gente emigró a Francia o a Suiza y solo vienen en verâo.

Como en Tarouca, en Salzedas hay también un centro interpretativo. Los viajeros ven un video sobre el proceso de restauración y visitan las salas musealizadas. Un breve paseo por las calles de la población, antes de retornar a Lamego, pondrá el punto y seguido a una jornada marcada por las huellas romanas, visigodas y cistercienses en estas tierras del Douro portugués.

7 Diciembre 2017 

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martes, 2 de enero de 2018

Nueva crónica portuguesa (2)

RIBERAS DEL BALSEMÂO O LA ESPERA DEL REY SISEBUTO

José I. Martín Benito

Sâo Pedro de Balsemâo.

S. Pedro de Balsemâo. Interior.
Sâo Pedro de Balsemâo es un templo tan camuflado como antiguo. Y no lo dicen los viajeros solo por el acceso, estrecho y sin quitamiedos hacia el angosto precipicio del río, que les recuerda la carretera a Porto de Sanabria, sino por lo irreconocible de su arquitectura. Por otro lado, no entienden muy bien que el gobierno portugués, tan celoso de recuperar el patrimonio del país, tenga escondida la joya visigótica en un camino donde no pueden cruzarse dos vehículos.

Son las diez de las mañana y el templo está fechado. No hay un alma en el lugar. A los pocos minutos llega un motorista por el maltrecho camino. Desciende de la montura, se quita el casco y asiente cuando los viajeros le preguntan si es la persona encargada de abrir la pequeña capela. Es un hombre de unos cincuenta años, que sabe muy bien la historia del lugar, que estudió latín y griego en el seminario, con el que no tardan en confraternizar. Los viajeros llegan a pensar si no será Leite de Vasconcelos redivivo, aquel sabio portugués nacido en la cercana Ucanha.

Inscripciones romanas, columnas, capiteles y un espléndido arco de herradura transportan el lugar a los tiempos romanos y visigodos, y hermanan la pequeña iglesia de Balsemâo con la de San Pedro de la Nave, a orillas del Esla. Todo ello, mucho antes de que leoneses y portugueses batallaran contra os mouros y entre sí, y mucho antes, también, que acordaran caminos separados.
A la salida del templo los viajeros se encuentran con dos gatos tomando el sol. Ya se dijo en alguna ocasión que los gatos siempre parecen acompañarles. Lo hicieron en Óbidos, Hydra, Roma, Córdoba, Mallorca, Coria... Esta vez están en la ribera del Balsemâo, quién sabe si esperando a Sisebuto, como los portugueses al rey don Sebastián. Allí esperan, como las cercanas olivas su cosecha.

Tras despedirse del guarda, los viajeros retornan a Lamego, por el Barrio da Ponte. Desandar el camino se les hace más corto, casi como un suspiro. Y ponen rumbo a Tarouca.

Gatos tomando el sol en Balsemâo
(CONTNUARÁ) 7 diciembre 2017

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