martes, 29 de noviembre de 2016

Los puentes de barcas en España (1)

UN PASO FIJO Y FLOTANTE
Columna Trajana. Puente de barcas.
El sistema de pasos flotantes fijos, sobre barcas, se conoce ya desde la Antigüedad. Herodoto describe como el rey persa Jerjes I mandó tender uno sobre el estrecho de los Dardanelos, en el Helesponto, próximo a la ciudad de Abidos, en el transcurso de su segunda expedición contra Grecia. El puente fue destruido por la tempestad marina y Jerjes ordenó, como castigo, flagelar el mar. Un segundo puente fue tendido días más tarde, aderezado por 674 trirremes y pentecónteros, sobre el que pasó -esta vez sí- el ejército aqueménida, en un desfile que duró siete días y siete noche sin interrupción.

En la Península Ibérica, las primeras referencias escritas, tanto a barcas de paso como a puentes de barcas, se deben a Julio César en la campaña de Ilerda, el cual mandó reunir todas las barcas que había en el Ebro y con ellas hacer un puente junto a Octogesa[1]:

"Tomada esta resolución, mandan coger barcas por todo el Ebro y conducirlas a Octogesa. Estaba esta ciudad a la ribera del Ebro, distante veinte millas de los reales. Aquí disponen formar un puente de barcas, y haciendo pasar dos legiones por el Segre, fortifican su campo con un vallado de doce pies".

La técnica de construcción era de la siguiente manera, como relata el propio César en la construcción de un puente de barcas en Brindisi.

"En lo más estrecho de la garganta del puerto, de ambas orillas donde era menos profundo el mar, tiró un muelle y un dique. Prosiguiendo más adelante, donde por la mucha hondura no se podía echar dique, colocaba contra el muelle dos órdenes de barcas chatas de treinta pies en cuadro. Asegurábalas por las cuatro esquinas con otras tantas áncoras, para que no se moviesen con las olas. Concluidas y asentadas las primeras, unía con ellas en la misma forma otras de igual grandeza. Cubríalas con tierra y fagina para entrar y correr sin embarazo a la defensa, y por la frente y por los costados las guarnecía con verjas y parapetos. De cuatro a cuatro barcas erigía una torre de dos altos, para defenderlas más cómodamente del ímpetu de los navíos y de incendios".
(Comentarios de la Guerra Civil, Libro primero. Cayo Julio César).

Al-Idrisi en su Descripción de España, obra escrita entre 1147 y 1158, se refiere al puente de barcas de Murcia: “Medina Mursia es capital de la tierra de Tadmir, y está en la llanura de la tierra sobre Nahr-Alabiad, y sus aguas riegan sus arrabales, y está sobre la ribera del rio, y se entra en ella por puente fabricado de barcas[2]”. Por otra parte, son bien conocidos los puentes flotantes sobre el Ebro, el Tajo, el Guadalquivir, el Júcar y el propio Duero. Jerónimo Zurita en los Anales de Aragón, refiere que cuando en 1148 Ramón Berenguer IV puso sitio a Tortosa, cerró el paso de la puente, que estaba armada sobre barcas. Este paso se mantuvo en el tiempo y lo reproduce el grabado de Antón Van den Wyngaerde (1563) en la vista de Tortosa


Tortosa. Grabado de Van Der Wyngaerde, 1653.


Tortosa, década de 1930
A él se refiere también Enrique Cock en el Viaje de Felipe II en 1585, Antonio Ponz en su Viage de España (1783) y también Madoz en su Diccionario de mediados del siglo XIX.

"El puente para entrar en la Ciudad (Tortosa) es de madera, sobre nueve o diez barcas". (A. Ponz).

El Ebro contó también con otros puentes de barcas en Gallur y Zaragoza[3]

En el Tajo hubo puente de barcas en Zorita de los Canes, según refiere A. Ponz a finales del siglo XVIII. En Aranjuez hubo otra de estas estructuras [4]; otro puente de barcas fue el denominado de La Luria, en los términos de las villas de Garrovillas y Alconétar[5]. Por aquí cruzaban el río la mayor parte de las cabañas merineras trashumantes, como daba cuenta Gil y Carrasco en 1843: "Cruzan el Tajo la mayor parte de las cabañas por Almaraz y por Alconétar, pero como en ninguno de los dos hay puente servible y las barcas, sobre pequeñas para tal multitud de cabezas, serían tardas y costosas, suelen fabricar un puente de barcas, que apellidan en Extremadura la Luria y proporciona paso a los ganados". ("El pastor trashumante", en Los españoles pintados por sí mismos. Biblioteca de Gaspar y Roig). En Guadalajara también hubo un puente de barcas sobre el Henares, como señala A. Ponz -en sustitución del puente de piedra, que estaba roto a mediados del siglo XVIII.

También Sevilla tuvo puente de barcas sobre el Guadalquivir, que se mantuvo hasta 1853 y que servía de comunicación entre la orilla de Triana con la del Algarafe[6]. El sevillano existía ya en época musulmana y fue clave en el asedio de las tropas de Fernando III para la conquista de la ciudad, pues servía de paso para el aprovisionamiento de esta. De ahí que su destrucción el 3 de mayo de 1248 por las tropas cristianas resultara a la postre decisiva para la toma de la ciudad andaluza.


Puente de barcas de Triana (Sevilla).

En la ciudad de Toledo, sobre el Tajo, hubo otro puente de barcas durante la Edad Media, denominado de La Cava, situado junto al Castillo Viejo de Judíos y que prestó sus servicios hasta la construcción del puente de San Martín en época de Alfonso X. El Júcar se cruzaba en Cullera por un puente de barcas. En muchos lugares, caso de Cullera y Tortosa no fue fácil hacer puentes de piedra, dado que las técnicas de ingeniería no resolvían determinados problemas. Cullera fue autorizada a hacer un puente de piedra, pero en 1585 desistió de ello, pues se vió obligada a reconocer que el fondo era demasiado arenoso y los pilares se hundían. Y lo mismo ocurría en Sevilla, donde por estas mismas circunstancias fue imposible hacer uno de piedra hasta la segunda mitad del siglo XIX, a pesar de la riqueza de la ciudad. Puente de barcas hubo también en la bahía de Gibraltar sobre el río Guadarranque y en el vado de Palmones (I. López de Ayala, Historia de Gibraltar, 1792). En Andalucía, sobre el Guadalete, se tendía otro puente sobre nueve barcas con piso de tablons entre Puerto Real y Puerto de Santa María, con una extensión de 250 pies. Otro era el Puente de Alejandro, sobre siete barcas, situado a la entrada del Puerto de Santa María. Ambos puentes tenían sus compuertas y maniobras para dar paso a los barcas que iban y venían desde la bahía de Cádiz (Antonio Vegas, Diccionario Geográfico Universal, Madrid 1795, Tomo V, pág. 182).

También se tendieron puentes de barcas sobre el Duero. El río, ya en las proximidades de su desembocadura, se cruzaba por uno de estos en Vilanova de Gaia, en las cercanías de Oporto[7].

Puente de barcas sobre el Duero. Vilanova de Gaia y Oporto.
El puente de barcas resultaba especialmente útil en las operaciones militares. Diversos son los tratados que de ello se ocupan[8]. En el Tratado de Artillería de 1753 se describe la construcción de puentes militares o plataformas flotantes sobre barcas, pontones y lanchas:

La parte principal de un puente militar son las barcas sobre que se ha de establecer, pues la solidez y justas proporciones de ellas con el peso que han de sostener, dependen la firmeza y seguridad del puente… Las barcas sobre que se hayan de fabricar los puentes militares más sólidos, y capaces de dar paso á las piezas más gruesas de artillería, y de sostenerse en los ríos más caudalosos y anchos, tendrán 35 pies 5 pulgadas de popa á proa; el largo del cuerpo de ellas, ó de la parte sobre que debe cargar el puente, que es el espacio recto comprendido entre las argollas, será de 18 pies…. Los pontones son unos esqueletos ó armazones de barcas pequeñas, cubiertas exteriormente con planchas de cobre”[9].
Con motivo de la Guerra de Restauración de Portugal, un puente de barcas se tendió sobre el Miño en Salvatierra en 1659, arrimado a una cadena de madera (Benito Vicetto: Historia de Galicia, Tomo VII, Ferrol 1873, pág. 95). Por él pasó el 12 de septiembre el ejército de Galicia, al mando de don Rodrigo Pimentel, capitán general de Galicia, camino del fuerte de San Luis Gonzaga (Valença do Minho, Portugal).
Puente de barcas. Columna de marco Aurelio (Roma),

La hermandad de la O cruza el puente de barcas en Sevilla.

Tratado de artillería, de Diego de Ufano, 1612.

Tratado de Artillería, 1816. Puente de barcas.

Campaña de Portugal de Felipe V. Pasaje del rey nuestro señor por puente de barcas que se construyó sobre el Tajo para ir desde la provincia de la Beyra a la de Alentejo el día 30 de mayo de 1704.
Puente de barcas por donde pasó el Rey don Phelipe Quinto el día 30 de mayo de 1704.

(Continuará: Los puentes de barcas en España: la Cuenca del Duero)

Para saber más:

http://ledodelpozo.blogspot.com.es/2015/08/jose-ignacio-martin-benito-barcas-de.html


[1] P. QUETGLAS: “El camino que lleva a Otogesa”. En A. MORENO HERNÁNDEZ (coord.): Julio César: textos, contextos y recepción. De la Roma clásica al mundo actual. Madrid 2010, pág. 107.


[2] M. AL-IDRISI: Descripción de España de Xerif Aledris, conocido por El Nubiense, con traducción y notas de D. José Antonio Conde. Madrid 1799, pág. 74.



[3] R. MULLOR SANDOVAL: Al pasar la barca… Historias particulares de las barcas de paso en Aragón. Cuadernos de Aragón, nº 37. Institución “Fernando el Católico”. Diputación de Zaragoza. Zaragoza 2007, pp. 14-16.



[4] J. A. ÁLVAREZ DE QUINDOS Y BAENA: Descripción histórica del Real Bosque y Casa de Aranjuez. Madrid 1804, pág. 277.






[6] J. Mª DE MENA: Historia de Sevilla. Edición digital.



[7] J. GÓMEZ DE ARTECHE: Geografía histórico-militar de España y Portugal. Madrid 1859. Tomo II, pág. 167



[8] A. DE ZEPEDA Y ADRADA: Epitome de la fortificacion moderna, asi en lo regular, como en lo irregular, reducida à la Regla, y al Compas, por diversos modos, y los mas fáciles para mover la tierra; y otros diversos tratados de la perspectiva, geometria practica y del modo de sitiar y defender las plazas y de la construccion de las baterias y minas y artificios de fuego. Brusselas 1669., Cap. V, pp. 282 y ss.



[9] T. DE MORLA: Tratado de Artillería para el uso de la Academia de Caballeros Cadetes del Real cuerpo de Artillería. (1785). Tomo I, pp. 554-588. Segunda Edición, corregida por disposición del Excmo. Sr. D. Martín García y Loygorri. Segovia 1816.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Benavente en 1645

"A diez leguas de Zamora... artillería, armas y belicosos instrumentos"

José I. Martín Benito


Rodrigo Méndez Silva.

Rodrigo Méndez Silva fue un historiador, genealogista y geógrafo portugués, cronista real de Felipe IV. Hacia 1634 inició su gran obra: Población General de España. Sus trofeos, blasones, y conquistas heroycas, descripciones agradables, grandezas notables, excelencias gloriosas, y sucesos memorables, con muchas y curiosas noticias. El libro se imprimió en Madrid en casa de Diego Díaz de la Carrera en 1645 y tuvo varias reediciones, entre ellas la de 1675, añadida y enmendada por el autor y publicada en Madrid por Roque Rico de Miranda, a costa de Juan Martín Merinero, que es la que nosotros hemos manejado. Méndez Silva es autor también del Catálogo real y genealógico de España, publicado también en Madrid en 1656. Del actual territorio del norte de Zamora, el portugués describe las villas de Villalpando, Villalobos, Castrotorafe y Benavente.

Villa de Benavente
Capitulo CII (fol. 39 r)

En tierra que llaman de Campos, está situada la villa de Benavente, diez leguas de Zamora, lugar alto, de saludable clima, y buen temperamento, ciñiendola tres rios, fertil de pan, vino, pesca, ganados, caças, aues, y frutas; con 700 vezinos, y Nobleza, diuididos en siete Parroquias, tres Conuentos de Frayles, otros tantos de Monjas, un Hospital: Adornala, Fortaleza, fábrica del Conde don Rodrigo Pimentel, guarnecida de artilleria, armas, y otros belicos instrumentos. Assimismo casa de recreo, apacible, amena, deleytosa, por varios jardines, huertas, frutales, arboledas, bosques, y fuentes, que puede competir à la de Campo en Madrid. Es su blason, vna puente, dos castillos, en medio vna Imagen de la Virgen Santisima. La fundacion (segun se colige de Garibay) fue de Griegos, y Celtas, años 276 antes del Nacimiento. Romanos parece impusieron Benavente, memoria de la que tenian en Pulla de Italia: pues años de humana Redencion 812 yà corria, quando Ores, Rey Moro, ò Gouernador de Merida la sitiò, à quien hizo retirar nuestro Rey don Alonso el Casto. Arruinaronla sin dexar señal, accidentes del tiempo, y pobló nueuamente el Rey don Fernando Segundo de León, año 1169. Gozó antiguamente titulo de Ducado, andando en personas Reales hasta que Enrique Tercero, le mudó à Condado en don Iuan Alonso Pimentel, Cauallero Portugues, de Ilustre sangre, y clarissima fidelidad, remunerando grandes, y muy calificadas seruicios.

Blasón de Benavente, 1853.
Prueva de los referido.

Garibay libr. 5 cap. 10. lib. 9 cap. 16. lib 12 cap. 14. El arçobispo de Toledo don Rodrigo en su General, vida de Fernando 2. Ariz Historia de Auila, par. 3 fol. 9. Alonso Sabio part. 4. capt. 8. Rades Coronica de Santiago fol. 3. Aro en su Nobiliario lib. 3. cap. 4.

Tomado de mi libro: "Cronistas y viajeros por el norte de Zamora".

sábado, 19 de noviembre de 2016

Rutas jacobeas en el norte de Zamora


EL CAMINO DE SANTIAGO EN EL VALLE DEL TERA

José I. Martín Benito
Santiago Peregrino. Santa Marta de Tera.

Sabido es que los valles siempre han orientado los caminos y, con estos, se han abierto las comunicaciones entre los pueblos. El valle del Tera es un claro ejemplo de ello. Por donde hoy circula la moderna autovía de las Rías Bajas y la N-525, hubo, desde la Edad Media, un fluir de peregrinos que a través de caminos, trochas y senderos, caminaban hacia el Finisterre atlántico para rendir culto a las reliquias del Apóstol Santiago. Al tiempo que surgían y cobraban fuerza las peregrinaciones, tenía lugar en el valle del Tera la repoblación mozárabe, de la que quedan tanto testimonios documentales como toponímicos: entre estos últimos cabe citar: Mózar, Villanázar, Almucera, Zamudia, Tardemézar... Pero el valle, como vía de comunicación, se remonta a épocas prehistóricas y protohistóricas, como atestigua la Arqueología. También en época romana, la vía de Astorga a Braga, cruzaba el valle de Vidriales por la mansio de Petavonivm y el valle del Tera a la altura de Calzadilla y Calzada, cuya toponimia actual subraya su antigua condición viaria.

De todas estos flujos, subrayamos hoy aquí, en este acto de hermanamiento entre Santa Marta de Tera y Vimianzo, la importancia de los caminos de peregrinación hacia Galicia que se orientaron siguiendo el curso del valle.

Cuando Luis Vázquez de Parga se refería a las cofradías de apoyo a los peregrinos en su clásica obra “Las peregrinaciones a Santiago de Compostela” (Madrid 1948), citaba solamente, como excepción en territorio español: la cofradía de “Los Falifos" en Rionegro del Puente. Esta localidad, bien es sabido, no se encuentra dentro del clásico “camino francés” que, proveniente de Europa, recorre el norte de la Península Ibérica, sino que se halla en vías más meridionales, transitadas por los peregrinos que se dirigían a Santiago desde el sur y centro peninsular.
Ex vot en el santuario de Rionegro del Puente.

 En Rionegro, localidad enclavada en la Carballeda, en la cuenca del Tera, confluían dos rutas: una que procedía de Benavente y otra que llegaba desde las tierras de Tábara (Pozuelo, Faramontanos y Tábara), Bercianos de Valverde, Villanueva de las Peras, Pumarejo, Calzada, Olleros y Villar de Farfón. Las dos vías recalaban, pues, en Rionegro, donde había una parroquia dedicada a Santiago, un hospital y la cofradía de Los Falifos o Farapos, en torno al santuario de Nuestra Señora de la Carballeda. Esta cofradía, cuyo origen parece remontarse al siglo XIV, prestó a lo largo de los siglos apoyo y hospitalidad a los peregrinos que iban a Compostela. En el siglo XVIII mantenía 28 hospitales para albergue de enfermos y peregrinos y se ocupaba de la conservación y reparación de 35 puentes (de madera y piedra) dispersos por la comarca, para facilitar el trasiego de los que iban en romería hacia Galicia.

Rionegro fue, como Benavente, una encrucijada de caminos hacia Santiago, enclavada en una ruta llena de resonancias jacobeas: la del valle del Tera que, por Sanabria, se adentraba en tierras gallegas hacia Allariz y Orense.

En la Edad Media el camino no debía diferir mucho del recorrido que conocemos en el siglo XVIII: Benavente, Colinas, Sitrama, Santa Marta de Tera, Camarzana, Vega de Tera, Junquera y Rionegro del Puente. Desde aquí, unida a la que venía desde Tábara, la ruta continuaba a Mombuey, Cernadilla y Asturianos, Palacios, Remesal, Otero de Sanabria, La Puebla y Requejo. Albergues, hospitales, santuarios y monasterios se levantaban a lo largo del camino y de sus inmediaciones. Junto a ello, las advocaciones a Santiago se despliegan por toda la región: Benavente, Vecilla de Trasmonte, Abraveses de Tera, Navianos de Valverde, Pumarejo, Otero de Bodas, Rionegro del Puente, Sandín, Justel, Rioconejos, Dornillas, Santiago de la Requejada, Terroso...

El fenómeno de las peregrinaciones por estas tierras del norte zamorano se remonta, al menos documentalmente, al siglo X. En el año 930 el presbítero Hanimino entregaba sus propiedades y pertenencias cuando ingresó como monje en la comunidad del monasterio de San Cipriano de Trefacio, y lo hacía para el sustento de los pobres y peregrinos que vinieran a hospedarse en el cenobio. Lo mismo se especifica en la donación de Vigo de Sanabria que hace el rey Ordoño III a la abadía de San Martín de Castañeda en 952. Las referencias al paso y socorro de peregrinos continúan en la centuria siguiente. Sirva, como ejemplo, la donación que en el año 1018 hizo el clérigo Juan al monasterio de Castañeda, cuando le donó la villa de Asurvial, para que sirviera de “cobijo para los hermanos y para los huéspedes y peregrinos que ahí vienen”. Fórmulas estas que se repiten también en la donación de bienes en Villageriz y Fuentencalada que hizo Monio Martínez al monasterio de Santa Marta de Tera en 1115: “Para remedio de mi alma y de la de mis padres, y para la luz de la iglesia y para el hospedaje de pobres y de monjes que allí lleguen”.

Monasterio de Santa María de Moreruela. Iglesia.
Y es que muchos eran los monasterios que servían de refugio a los viajeros que hacían el camino hacia Compostela. La ruta estaba jalonada por monasterios que hundían sus raíces en la época mozárabe. En Colinas de Trasmonte estaba el de Castroferrol. En Abraveses, en el entorno del que luego fue santuario de la Virgen de la Encina, se ubicaba el de San Pelayo. Otros centros eran los de Santa Marta y de San Miguel, éste último en Camarzana. Más alejados, pero en el mismo entorno estaban los de San Pedro de Zamudia, San Salvador de Villaverde (en San Pedro de la Viña) y San Fructuoso en Ayóo de Vidriales. Por su parte, en tierras sanabresas, se enclavaron los monasterios de San Julián y Santa Basilisa en Vime de Sanabria, San Juan en Ribadelago, San Ciprián, cerca de Trefacio y, el más conocido y principal centro del alto Tera, San Martín de Castañeda.

La advocación jacobea de estas tierras del norte zamorano, se reflejó en varios de sus cenobios, algunos de los cuales llevaron el nombre del Apóstol. Es el caso del célebre monasterio de Santa María de Moreruela, que antes se llamó de Santiago. En la ribera del Tera hubo también un centro monástico bajo la advocación del hijo del Zebedeo, el cual pasó a ser propiedad del monasterio de Santa Marta en 1051, por donación de los condes Sancho Jiménez y María. Precisamente, Santa Marta de Tera, al ir agregando las posesiones de otras comunidades, se convirtió en la principal abadía del curso medio y bajo del valle. Con el tiempo, el recuerdo del monasterio de Santiago de Navianos quedó en la ermita, ya desaparecida, que hubo bajo la advocación del Apóstol en Malucanes.

Iglesia de Santa Marta de Tera.
En su recorrido por el valle del Tera, los peregrinos visitaban también los santuarios y las reliquias que se guardaban en las iglesias abaciales. Uno de los mejores casos conocidos es, precisamente, el de Santa Marta de Tera. El monasterio había sido fundado a finales del siglo IX o principios del X. Aquí, según un documento de 1033, se rendía culto, junto a Santa Marta, mártir astorgana del siglo III, al Salvador, San Miguel Arcángel, y los apóstoles Santiago, San Andrés y San Mateo. El fervor religioso que despertaban las reliquias contó entre sus devotos al propio Alfonso VII, el Emperador, el cual, aquejado de una grave dolencia moral, invocó a Santa Marta y obtuvo curación. Por eso, en agradecimiento, viajó hasta su iglesia de la ribera del Tera en 1129 y confirmó todos los privilegios y el coto del cenobio. En el documento de confirmación se añadió que: “En su iglesia (de Santa Marta de Tera) el Señor devuelve la vista a los ciegos, oído a los sordos, el andar a los cojos; cura a los mancos, sana a los enfermos, limpia a los leprosos, expulsa a los demonios de los cuerpos posesos y hasta los prisioneros aherrojados se ven libres doquiera que se encuentren”. Obsérvese que esta fórmula recuerda las virtudes curativas que se atribuían Santiago en Compostela: el apóstol devolvía “la vista a los ciegos, oído a los sordos, palabras a los mudos, la vida a los muertos...”.

Como se ve, la importancia de la abadía de Santa Marta de Tera hunde sus raíces en los siglos X al XII. En aquellos tiempos la fama se la dieron sus reliquias y la llegada y el paso de caminantes hacia Compostela. Hoy, Santa Marta es sobre todo conocida por contar con la escultura más antigua de Santiago representado como peregrino. Pero dicho icono no es más que una parte integrante del rico conjunto monumental -iglesia abacial del siglo XI y palacio de los obispos de Astorga del siglo XVI.
Palacio de los obispos de Astorga (Santa Marta de Tera)

Con el acto de hoy se inicia el hermanamiento entre Santa Marta y Vimianzo. Ya se hicieron votos en el concello de la Terra de Soneira el pasado día 17 para que estos lazos fructifiquen. La alianza deberá ser el punto de partida para impulsar esta importante ruta jacobea. Es preciso que las administraciones –regional y provincial- se impliquen en un decidido apoyo a su difusión y fomento, abriendo y señalizando senderos y caminos alternativos a las carreteras nacionales, así como dotando a las localidades de una red de albergues que sirvan de apoyo al peregrino. El hermanamiento deberá servir también, entre otras cosas, para llamar la atención sobre la necesidad de restaurar y rehabilitar el conjunto histórico-arquitectónico de Santa Marta, tanto la iglesia como el palacio episcopal de Pedro de Acuña y Avellaneda. Los ricos capiteles no pueden por más tiempo seguir esperando. Tampoco el palacio, en lamentable estado. Es preciso una intervención que devuelva la dignidad y un uso al citado inmueble; es menester también que, antes o después, deba extenderse la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) a todo el conjunto -iglesia y palacio. Y esto compete, sobre todo, a dos instituciones, obispado de Astorga y Junta de Castilla y León. Ellas dos tienen la responsabilidad de preservar con dignidad este legado histórico, artístico y cultural. Santa Marta de Tera no sólo lo necesita, sino que también lo merece. Muchas gracias.

El texto aquí inserto es el discurso que pronuncié en el acto de hermanamiento entre Santa Marta de Tera (Zamora) y Vimianzo (La Coruña), en Santa Marta, el 31 de agosto de 2002. Por fortuna, se ha intervenido y recuperado el palacio episcopal de los obispos de Astorga y hoy está habilitado como Museo.

También te puede interesar: 
. Una luz en el Camino de Santiago  

lunes, 14 de noviembre de 2016

El ídolo de Peñatu (Asturias)

EL PEÑATU Y LA MEMORIA RECOBRADA

Abrigo de Peñatu (Vidiago)
José I. Martín Benito

La memoria se pierde en el corazón asturiano. Han venido los viajeros hasta las Puertas de Vidiago buscando el paso a una dimensión escondida, donde anida el recuerdo del viejo profesor.

Al pie de la carretera de Santander les sale al paso la ansiada indicación y, poco después, un moderno contenedor, de hormigón visto, que pretende mostrar a las gentes de hoy el modo de vivir de los que habitaron estos parajes hace cuatro mil años.

El tiempo apremia y los visitantes toman el camino que les conduce a la idolatrada peña. La subida a pie, por una senda empinada y húmeda, se hace interminable, sobre todo en el último tramo, quebrado y resbaladizo. A lo largo de la ruta, varios mojones señalan la distancia en metros, pero no en altura.

La imponente roca domina dos valles y cobija los grabados y pinturas prehistóricas, eso sí, cristianizadas sabe Dios cuándo. En torno al peñasco, norte y sur se dan la mano; el primero se abre a la llanura inquieta del Cantábrico, mientras que el segundo permanece escoltado por las altas cumbres. El mar y la montaña han arropado durante milenios la memoria perdida de quienes hollaron los bosques del litoral, mucho antes que llegaran los trasgos y las chanas, los astures y don Pelayo.

Pero la memoria no es sino una ensoñación. Los viajeros lo comprueban cuando el guía afirma desconocer la figura del profesor Jordá, insigne estudioso del arte prehistórico asturiano, al que aquellos recuerdan con honda gratitud. Mejor sitio imposible para evocar al maestro y, por eso, los viajeros refieren al guía el cariñoso comentario que Gómez-Tabanera hacía de don Francisco: “Paco es un arqueólogo tan serio, que al ídolo de Peña Tú, lo trata de Peña Usté”.


Ídolo de Peñatu.
Reconstrucción del ídolo de Peñatu.

Tratamientos aparte, los recuerdos retroceden más de cinco lustros y, de pronto, vienen a la memoria las imágenes de Navia y Luarca, de Coaña y Mohías, del viaje desde Salamanca con don Paco y doña Carmen y la entrada en Asturias por el puerto de Leitariegos, antes de llegar a la Pola de Allande para hurgar las entrañas del castro de San Chuis y dominar el mar de nubes desde el prominente cerro.

Hoy Asturias muestra su pasado prehistórico a los turistas, en las cuevas de El Buxu y Tito Bustillo, en el dolmen bajo la ermita de Cangas de Onís y también en esta desnuda Peña de Vidiago. Bloques pétreos, modelados por la mano humana, que compiten con los menhires naturales que emergen en la playa de Toró y con los “cubos de la memoria” del muelle de Llanes.
Estos, los de Ibarrola, son la memoria fragmentada, como las piezas de un puzzle difícil de encajar. Acaso habría que pedir a los artistas que diseñaran, si fueran capaces de concentrar los recuerdos, un nuevo y gran contenedor, que guardara los pasos perdidos y reencontrados en la larga cadena de la Historia. 
Cubos de la memoria, de Ibarrola (Llanes)
Pero los hombres, ya se sabe, fracasan en la construcción de arcas. La de Noé sólo fue una solución coyuntural que, concluido el diluvio, quedó varada en la cumbre de un monte desconocido; otra, la de la Alianza, fue saqueada en nombre de la civilización romana. Poco sirvió que quedara su imagen grabada en los muros del arco de Tito, pues el templo de Salomón fue destruido, dando así principio a una nueva diáspora de las gentes de Judea.

Los asturianos saben también mucho de hacer las maletas, cruzar el charco y volver a la patria, enriquecidos los pocos y mojados los más. La memoria de aquella gesta permanece en Llanes en las casas de indianos; pero también aquí, los recuerdos se resquebrajan y algunos inmuebles apenas soportan el paso del tiempo y del olvido. El esplendor y la decadencia se tornan en esta villa del oriente asturiano, que ha visto ahora en el turismo una de las panaceas a su nueva prosperidad.

Recobrar la memoria, ese es el reto. Enlazar pasado y presente con el tiempo por venir. Como en las pirámides, desde lo alto del Peñatu, cuarenta siglos nos contemplan. 

También te puede interesar:

- El ídolo de Lerilla (Zamarra, Salamanca) 
- El ídolo de Ciudad Rodrigo
- Estelas de la Edad del Bronce en España
- La estela de Robleda (Salamanca)
- Un poblado de la Edad del Bronce: el Teso del Cuerno de Forfoleda (Salamanca) 


* Sábado, 8 de agosto de 2009.

 




miércoles, 9 de noviembre de 2016

Un martes de Carnaval de 1612 en el Camino de Santiago

Bernardo de Aldrete en Benavente

"Nadie se conoce". Grabado de Goya.
José I. Martín Benito

Benavente ha sido y es zona de paso hacia Galicia. Son estos caminos de Santiago, que utilizaron y utilizan los peregrinos en su paso o regreso de Compostela. Varios son los viajeros que han dado testimonio de ello.
Entre ellos cabe señalar a Bernardo de Aldrete, que llegó a la ciudad un Martes de Carnaval del año 1612.
Aldrete fue humanista, arqueológo y lingüista (Málaga 1560- Córdoba 1641). Canónigo de la catedral cordobesa, en 1612 inició una peregrinación desde esa ciudad hasta Santiago, remontando la vía de la Plata. A Zamora llegó con sus acompañantes el 15 de febrero y, después de haber descansado un día en la ciudad, el 17 tomaron el camino de Galicia dirigiéndose hacia La Puebla de Sanabria, a través de las comarcas de Alba y Aliste.
Los peregrinos llegaron a Compostela el día 23 de febrero. La vuelta la hicieron por la vía del Cebrero hacia la Meseta y Madrid. Salieron de Santiago el martes 28 de febrero, tomando el camino hacia Astorga y llegaron a Benavente el 6 de marzo, martes de Carnaval, invirtiendo, por lo tanto, siete jornadas. El día 7, miércoles de Ceniza, salieron de Benavente y atravesaron el Esla en Castrogonzalo, para tomar el camino real para Medina del Campo, Arévalo y Madrid; desde esta ciudad regresarían a Córdoba.
Bernardo de Aldrete dejó anotado en su diario su paso por Benavente, tal como reproducimos a continuación:

Peregrinos. Grabado de 1850.

Março 6 [Astorga - Palacios de la Valduerna - La Bañeza - San Juan de Torres - La Nora del Río - Puente de la Vizana - Benavente: 62 km por la Via de la Plata] Martes de Carnesdetolendas mui de mañana, con mucho frio dexamos a Astorga i entramos en tierra de Campos, llaníssima i leguas mui largas, i fuimos tres leguas hasta los palacios de Valduerna. I de allí a la Bañeça ai una legua tan empantanada que avia en ella 27 alcantarillas, i el Conde de Miranda i Presidente de Castilla señor destos lugares mandó haçer una calçada mui costosa para este legua. La Bañeza es gran lugar i de gente mui rica. Un solo labrador tiene oi 24 mil fanegas de trigo. Buenas calles i plaças con sus portales i iglesias i conventos i buen palacio los señores. A una legua está la Torre, lugar pequeño, i luego a otra La Noria i a otra la puente Beyzana. Aquí passa el rio Orbigo que baxa de las montañas de León, i viene mui poderoso. Passámoslo por una puente hecha de madera cubierta de rama i tierra no más ancha quanto passa una cavalgadura. Passámosla a cavallo, la puente temblava, el rio ancho o hondo i conocimos la temeridad que avíamos hecho en no apearnos. Caminóse la buelta de Benavente i a media legua de la villa passa el rio Orbigo que casi la ciñe i va Orbigo a entrar en el rio Esla, que tanbién desciende de las montañas de León. Ai de la Bañeça a Benavente seis leguas grandes. Entramos a las quatro en Benavente, i aunque estavan de Carnestolendas uviéronse cortesmente con nosotros. Es mui grande villa i mui rica i tiene grandes edificios, i lo es el palacio de los Condes i buenas calles i plaças, Iglesias i Conventos. Todo el edificio como lo mui bueno de Castilla, el Hospital del Conde es insigne, i mui buenas posadas, en particular la del Conde que es la mejor donde posamos. Por ser tarde no procuré ver el oratorio del Conde que es mui célebre en toda Castilla, assí de riquezas, de reliquias, como de pinturas, joías i ornamentos, i lo muestra su Excelencia con muchos gusto. Aquella tarde avia salido al campo.

Castillo de Benavente.

Março 7 [Benavente - Villalpando - Mota del Marqués: 55 km por la N-VI] Miércoles de la ceniza salimos de Benavente al salir del sol con mucho frio i vientos i a cosa de una legua llegamos al rio Esla que va dividido en dos braços. El uno que lleva poca agua tiene una hermosíssima puente, el rio huió della y passó a otro lado donde va todo el golpe del agua que es mucha i todo el rio a inclinado a esta parte donde está començada otra puente. Pero pássase por una de madera como la de Orbigo, i la passamos con la misma temeridad, que reconocimos vista la pujança i furia del rio. Tres leguas adelante está un buen lugar que llaman el Aldea, i otra Villalpando, gran lugar con una buena plaça i bien proveida hasta azeitunas sevillanas i Cordovesas. Llegué a las onze i dixe missa i salí luego. El viento era mucho, i aviendo passado por dos lugares i un gran pinar vimos el castillo de la Mota puesto en un cerro alto, i abaxo se descubren algunas casas. Era tarde i el frio mucho, i ivamos cansados de las cinco leguas grandes que ai de Villalpando a la villa de la Mota, donde entramos. Es buen lugar, cabeça de Marquesado.

Texto extraído de "Cronistas y viajeros por el norte de Zamora". 

http://ledodelpozo.blogspot.com.es/2014/09/jose-ignacio-martin-benito-cronistas-y.html

viernes, 4 de noviembre de 2016

Hoces de Cuenca (y 3)

LA ESTELA DE FRAY LUIS

José I. Martín Benito
Cementerio de Valeria.

Ya se dijo que Santa Bárbara sólo trajo la llovizna, pero no los truenos. Hoy es lunes, cinco de diciembre y el santoral dice que es la festividad de algunos eremitas, abades, mártires y obispos; ignoran los viajeros si alguno de ellos estuvo por la serranía, pero no parece.

La mañana ha amanecido gris. Antes de tomar dirección a la Mancha, los visitantes han decidido iniciar la subida al castillo, para contemplar la panorámica de la ciudad, entre las hoces. Del lado del Huécar le sorprende la ventisca y la lluvia: la primera vuelve los paraguas y la segunda, además de mojar el objetivo de la cámara fotográfica, sumerge en una neblina el tajo del río, la catedral y las colgadas casas. Así que será mejor ponerse a resguardo y buscar el amparo del caserío.

Son las diez de la mañana. La casa Zabala, sede de la fundación del pintor Antonio Saura, no abre hasta las once. Los viajeros deciden que volverán por la tarde, pues tienen decidido ir en busca de las ruinas de Valeria, y de los castillos de Garcimuñoz y de Belmonte. Cuando abandonan la ciudad, por la carretera de Valencia, las nubes tienden a desaparecer y el sol comienza a abrirse paso entre los claros. En el camino del sur, pronto Cuenca y la serranía van quedando atrás.

Valeria se hace desear. Alguien les informó que quedaba más cerca. Pero el campo es amplio y las poblaciones pocas. Cuando la impaciencia arrecia y menos lo esperan, intuyen que han llegado. Pronto un indicador en la carretera lo confirmará. Los viajeros llegan al corazón de Valera de Arriba, en busca de las ruinas, que no encuentran. Vuelven sobre sus pasos por una calle abajo y, sin mucha dificultad –ahora sí- llegan a la entrada del despoblado.

A pesar de la soleada mañana hace frío, acentuado por el viento. Lo primero con lo que se topan los viajeros es con las ruinas del foro, donde no ha mucho que se han hecho excavaciones, a juzgar por las huellas del terreno. Los visitantes no pueden por menos de evocar otros lugares y otros tiempos, cuando ayudaban a desenterrar el pasado escondido.

En la acrópolis hay restos de un castillo y de una iglesia. Del castillo apenas queda sino un paredón, mientras que el templo está techado por la bóveda celeste. En este lugar, en aras de la arqueología, se ha profanado el sueño eterno de los que allí fueron enterrados. Sepulturas vacías en el exterior dan fe de ello, a la entrada de lo que otrora fuera templo. De todo apenas quedan las señales.

Los ecos de los que fueron ya no están. La tierra ha dormido casi dos mil años. La ciudad, abandonada o destruida, ha sido convertida en era y aun en camposanto. Una cruz recuerda que no hace mucho se desmanteló el viejo cementerio, que los antepasados y los naturales de la actual Valera habían ubicado sobre el antiguo foro. ¡Qué mejor lugar para el descanso! Lo que un día había sido el foco más bullicioso de la ciudad romana, luego se convirtió en la morada del silencio eterno. Por allí también, en metálicas placas, se recuerda a Tiberio y a Drusila y al culto imperial de la tarraconense. Parece ahora, que desde este lugar de Castilla- La Mancha, Tarragona queda muy lejos, pero más quedaba entonces Roma y, sin embargo, un aire de romanidad hervía en Segóbriga y en Valeria, como en tantas otras ciudades de Hispania.

De Valeria, por Almarcha, hacia el hercúleo y macizo castillo de Garcimuñoz. Estamos ya en tierras manchegas, a la vera de la autovía que une Madrid con Valencia. Después del almuerzo en Almarcha, los viajeros prosiguen la ruta hacia Belmonte. Son poco más de las tres de la tarde, pero han decidido ir en busca de la huella de “los pocos sabios que en el mundo han sido”, en busca de Fray Luís.
Castillo de Belmonte.

En Belmonte el castillo es propiedad de la casa de Alba. A las preguntas de los visitantes, las taquilleras advierten que se está a la espera de un convenio con la Junta de Comunidades y con el Ayuntamiento para restaurar y poner en valor la fortaleza. Esta presenta síntomas de abandono, lo que no impide que se pueda visitar. Hay por allí mucha reforma neogótica, gracias a la cual la construcción se ha mantenido a grandes rasgos.

Cuando los viajeros bajan de las torres y entran en la villa, se encontrarán con la estela de Fray Luís, en la plaza del Ayuntamiento, en un busto dedicado al agustino y también en la dedicatoria de una de las calles de la población. El silencio sólo es roto por unas obras en la casa consistorial y por el juego de unos chiquillos en la plaza. Las casas cerradas y las calles vacías. “Qué descansada vida”.

Junto a la iglesia colegiata de San Pedro están las ruinas del que llaman palacio de don Juan Manuel, que ahora intentan reconstruir con una escuela taller. Los viajeros rodean la iglesia, pero no encuentran acceso abierto. Normal, han venido a una hora vespertina un tanto intempestiva. Se preguntan si abrirán más tarde, pero no se quedan para comprobarlo y toman el camino de retorno para Cuenca. En Villaescusa de Haro se toparán de nuevo con otra iglesia dedicada al primer apóstol. Ciudad y provincia parecen rendir culto al portero del cielo. Eso piensan cuando, todavía en Cuenca, la casa Zabala les espera.