domingo, 30 de octubre de 2016

Hoces de Cuenca (2)

REJAS Y CUESTAS

Escudo del obispo Enrique Pimentel.
José I. Martín Benito

De Benavente a Cuenca en busca de los Pimentel o, mejor dicho, de sus retoños episcopales. La saga tuvo dos, que se sepa: uno, Enrique, anduvo por estos lares y puso su empeño en dejar el emblema de la familia repetido en las puertas de la seo. También en el palacio obispal. El otro, Domingo, después de una mitrada carrera que le llevó a Sevilla, acabó de cardenal en Roma, donde fue sepultado en una tumba diseñada por el mismísimo Bernini. De aquello hace ya algunas centurias, pero el recuerdo se agarra al bronce o al mármol y se resiste a desaparecer.

Enrique y Domingo eran hermanos de padre. El primero un capricho del conde. El segundo, santificado por la legitimidad. Pero a la romana iglesia tanto le daba ser legítimo como no. En ambas cabezas puso la mitra. Entonces a Dios se llegaba desde cualquier rincón de la nobleza, ya fuera iluminado u oscuro. Santa Teresa, mientras tanto, buscaba a Dios entre los pucheros, pero Roma encontraba a sus pastores en las casas solariegas. Roma era entonces el centro del mundo, y allí acudían buscafortunas de todo tipo: desde tonsurados a mercenarios y desde lozanas –andaluzas o no- a animadas cortesanas.

Pero estamos en Cuenca. Roma queda muy lejos. Tanto que ni se ve. Es verdad que en Cuenca, como en otras muchas ciudades, toda evocación es posible. Empezando por los Pimentel, lo que nos llevaría al virreinato de Nápoles y a los venerados escudos en la fachada del Palazzo Real. Enfrente, Carlos III. Nápoles, Roma..., Italia, al fin y al cabo.

Pero será mejor retornar a lo que pisan nuestros pies en este puente de la Inmaculada. Es esta una ciudad de rocas y de hoces, de viaductos decimonónicos y de contemporáneos auditorios; a este lado miran las casas colgadas –no colgantes, como corrigen a los viajeros-; hay también un río sin agua –el Huécar-, con el lecho candado de piedras. 
Parque de San Julián (Cuenca).

En Cuenca hay dos mundos o, mejor, dos realidades urbanas. Una, hidalga y clerical, arriba, escalando la ladera donde comienza la serranía; otra, comercial y funcionaria, abajo. En la subida a la ciudad vieja el sentido de la verticalidad acompaña a los visitantes. Las casas son rítmicamente altas. Algunas se han remozado, adaptándose a las exigencias de habitabilidad de los nuevos tiempos, pero manteniendo el aspecto externo, para no parecer desarraigadas. Otras, guardan su recato tras recios enrejados de hierro. La rejería sorprende a los viajeros. Rejas en la catedral y en la empinada calle de San Pedro. La ciudad vieja es una cuesta permanente.

Buscando la comodidad y, tal vez, el descanso de las piernas, Cuenca se extendió hacia la parte baja. Pero no por ello se olvidó de sí misma ni de sus glorias. Acaso por eso sus moradores dieron al santo patrono Julián un jardín domesticado en el llano. Y es que recordarlo sólo en la capilla de la seo, por mucha urna de plata que se quiera, se hacía muy cuesta arriba. Lo mismo hizo con Alfonso VIII. Su nombre está también grabado en un rincón de la catedral, pero hay que pensarlo dos veces subir allí para rendirle homenaje. Quizás por eso, ahora el recuerdo del rey que conquistó la Cuenca islámica tenga nombre de hotel. No están seguros los viajeros, ni hicieron encuesta alguna, pero se atreven a pensar que si preguntan a los vecinos de hoy por Alfonso VIII, la mayoría les indicará que se encaminen al parque de San Julián y entren en la nueva morada del monarca. Es lo que tienen las glorias patrias, que pasado un tiempo, su nombre se tambalea o, como mucho, permanece asociado a rincones de menor enjundia.

En poco más de una hora se hace de noche. Los viajeros vislumbran la hoz del Júcar entre dos luces: una la natural, oscura, y otra la producida por artificios de la electricidad que parece abrazar a las formas roqueñas, entre fantasmales y voluptuosas. A esta hora la hoz es un gran escenario, un inmenso anfiteatro sin actores. Hasta este mirador han venido los viajeros, sólo para contemplar el decorado.

(Continuará)

martes, 25 de octubre de 2016

Hoces de Cuenca (1)

CICLISTAS Y ENCANTAMIENTOS

Ciudad Encantada (Cuenca).
José I. Matín Benito

De Cuenca a la “ciudad encantada”. Hoy hay sido Santa Bárbara, pero los viajeros no lo advierten hasta las 22, 20 h., casi cuando el día ha fenecido. Se han dado cuenta ahora de regreso al hotel, cuando han querido dejar escritas sus impresiones sobre la jornada. Normal, uno se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. El día ha estado gris, ha llovido, pero no ha habido trueno alguno. Recuerdan los viajeros otros cuatro de diciembre, cuando en Ciudad Rodrigo la Empresa Nacional de Uranio celebraba la festividad de la patrona. Fue entonces cuando vieron por primera vez un toro de fuego recorrer la Plaza Mayor. Al cabo de varios años, cuando se instalaron en Benavente, volverían a encontrarse con los luminosos cornúpetas, esta vez en torno al Corpus.

Pero estamos en Cuenca. Ya hemos dicho que en este cuatro de diciembre no se han oído truenos ni visto relámpagos. Por la mañana, los hombres del tiempo han anunciado lluvia y nieve por encima de los 1.400 metros. Ignoran los viajeros la altitud de los puntos altos de la serranía y si sufrirán la presencia de la nieve, como les pasó hace diez años, un puente como este, entre Leyre y Pamplona. Entonces los cánticos gregorianos tuvieron la culpa, pues retrasaron el regreso y cuando quisieron salir del monasterio, ya entrada la noche, comenzó a nevar.

Pero hemos dicho que estamos en Cuenca. Así que dejemos viejas historias, por otra parte repetidas. Es aquí, tras las espaldas de la propia ciudad donde comienza la serranía. El camino hacia la “Ciudad Encantada” se inicia hacia el norte; es preciso remontar la hoz del Júcar. Una señal indica que en 30 km debe conducirse con mucha precaución, debido a la práctica del ciclismo. Piensan los viajeros que será un simple aviso de compromiso o que, en todo caso, es una mera advertencia. La carretera está despejada: no hay ni coches ni bicicletas. Pero, al cabo de unos kilómetros, comprobarán que se han equivocado, sobre todo cuando en una pequeña recta de la carretera divisan varios ciclistas. Parece que estos han decidido hacer acto de presencia para quitarles la razón. No son los únicos. Pronto verán más. Pedalean en fila, formando pequeños grupos. Los viajeros, cuando llega a su altura, invaden el carril contrario, dejando amplia distancia entre los “esforzados de la ruta” y el vehículo a motor; no vaya a ser. En esos momentos no se acuerdan, ni por asomo, de la película de Bardem, pero es mejor tomar las debidas precauciones. 
Cuenca.
Después de tomar un primer desvío y de repostar en una solitaria gasolinera se topan, pasado Villalba, con “El Ventano del Diablo”, mirador natural que, con dos ojos, se abre sobre la hoz del Júcar. No ven los viajeros señales de azufre, pero abajo está el abismo. El río ha ido excavando la roca cárstica. Llegará un día, tal vez, en que sus aguas conecten con la morada de Hades o con la de Lucifer, que ambos son señores del mundo subterráneo.

Sigue la subida hacia el encantamiento “urbano”. Un coche de la policía de tráfico les precede. Le siguen sin poder adelantarlo. Tampoco se atreverían, dado lo serpenteante de la carretera. Al cabo de unos minutos, con la fina lluvia deslizándose en el parabrisas, llegan al lugar objeto de la visita. Sacan la entrada, cruzan la verja y se disponen a descubrir las caprichosas formas. Barcos varados, perros vigilantes, cocodrilos del Nilo, gigantes esforzados y tendido de puentes les salen al paso, sorprendiéndole en cada recodo del camino. Siguen el recorrido del paraje entre la neblina o fina llovizna y luego bajan por una aguda y larga grieta de apenas dos o tres metros de anchura. Tan angosto camino les conduce a un mar de rocas. Lo escudriñan y allí, observando los efectos del agua de la lluvia en la picada coraza, comienzan a entender la geología y la formación de aquellos parajes de “encantamiento”. Ya no hace falta recurrir a Merlín. Los magos de las grandes sagas se durmieron hace mucho tiempo, pero el agua sigue esculpiendo lentamente la roca. 
Nacimiento del río Cuervo.
De las robustas y caprichosas formas marchan los viajeros a Tragacete. En el camino se topan con una laguna en Uña, junto al Júcar. Tragacete está a las puertas del nacimiento del río Cuervo. El pueblo es pequeño, pero llama la atención la proliferación de casas de comidas y restaurantes en proporción con el caserío. En un momento, los viajeros contaron hasta cuatro y se pararon en una que se hace llamar Serranía. Es una casa nueva, de esas que llaman rural, construida recientemente con entramado de madera, que contrasta, no obstante con el blanco de las viviendas. Morteruelo, ajo arriero y migas de pastor combaten el desapacible día. 

En el camino hacia el nacimiento del Cuervo, barro, cascadas, ruido del agua. Resbaladizo terreno. Restos de la nevada de días anteriores. Al fin el origen. De entre la grieta sale el río, una vez filtrada el agua desde las cumbres. Allí, del intestino de las rocas de caliza, entre pinares, nace el Cuervo buscando el Júcar.

(Continuará)

jueves, 20 de octubre de 2016

La Riba Côa portuguesa, antiguo territorio del Reino de León (y 3)

GUARDA
La réplica portuguesa a la repoblación leonesa de Ciudad Rodrigo

José I. Martín Benito

Catedral de Guarda (Portugal)
              La acción y presencia leonesa en Riba Côa fue contestada desde un principio por Portugal. En 1191 el rey Sancho I fundó la sede de Guarda. Era la réplica a la erección de la diócesis y a la repoblación de Ciudad Rodrigo varios años atrás. Como la civitatense, que en un primer momento se vinculó a Caliabria, una diócesis visigótica, Guarda nacía también bajo la idea de la “restauratio”. Se consideró que con ello se restauraba la antigua sede de Egitania (Idanha-a-Velha)[1]. La monarquía portuguesa quería con esta medida crear una civitas fuerte entre el Côa y la Sierra de la Estrella; el impulso de la nueva ciudad se acrecentó con la decisión del rey portugués de dar fuero a Guarda en noviembre de 1199, señalándole amplios términos[2]. Ese mismo año se daba también carta foral a Penamacor, concejo situado más al sur[3].


            Una circunstancia similar se produjo con la creación del concejo de Castelo Rodrigo. El mismo año y el mismo mes que Alfonso IX daba fuero a este concejo –septiembre de 1209-, Sancho I lo hacía dando carta foral a Pinhel, población situada en la margen izquierda del Côa[4]. Que Piñel inquietaba a León en Riba Côa se deduce del tratado de paz que el 27 de junio de ese año se firmaba en Valladolid entre Alfonso VIII, rey de Castilla, y Alfonso IX de León: “Et ego rex Castelle mitto in pacem istam vobiscum rege Legionis regem Portugalie et si forte rex Portugalie volverit esse vobiscum in pacto illo quod vos dicitis inter vos et ipsum esse tractatum magis quam in meo, fiat ita. Si autem magis volverit esse in isto, diruatur castellum de Pinel et firmetur pax omnibus eisdem modis quibus inter me et vos regem Legionis firmatur[5]. Asimismo, con el surgimiento de los concejos de Vilar Maior y Alfayates (hacia 1227), Sancho II de Portugal respondió en 1228-1229 dando fuero a Sortélha (en frente de Sabugal) (foto 5) y Castelo Mendo, al otro lado del Côa y frente al leonés Castelo Bom. Con todo ello, la frontera entre León y Portugal quedaba establecida en la Riba Côa.

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[1] Frei ANTONIO BRANDÂO, Crónicas de D. Sancho I e D. Afonso II, Porto 1945, pp. 106-109. Sobre la iglesia egitaniense escribe E. FLÓREZ en el tomo XIV de su España Sagrada. Reed. Madrid 1905, pp. 136-152. Como en Ciudad Rodrigo, también en Guarda se tardó algunos años en contar con obispo; habrá que esperar hasta 1205, en que se cita a  Martinus Egitanensis Episcopus.

[2] El foral de Guarda en R. de AZEVEDO; P. A. de JESÚS DA COSTA y M. RODRÍGUEZ PEREIRA Documentos de Sancho I (1174-1211), 1979, doc. 121.

[3] J. PINHARANDA GOMES, Historia da diocese da Guarda,  1981, pág. 27.

[4] El fuero de Pinhel en R. de AZEVEDO; P. A. de JESÚS DA COSTA y M. RODRÍGUEZ PEREIRA: Documentos de Sancho I (1174-1211), 1979, ). Vol. I. Coimbra, doc. 186. Sobre los límites del concejo de Pinel véase J. I. de la TORRE RODRÍGUEZ, “Los límites concejiles de la comarca del Côa y su importancia en el Tratado de Alcañices”. El Tratado de Alcañices. Ponencias y comunicaciones de las Jornadas conmemorativas del VII Centenario del Tratado de Alcañices (1297-1997). Zamora 1999, pág. 212.


[5] J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol. II, doc. 251.

sábado, 15 de octubre de 2016

La Riba Côa portuguesa, antiguo territorio del Reino de León (2)

La repoblación de Castelo Rodrigo

José I. Martín Benito
Castelo Rodrigo (Portugal).
La política de donaciones reales llevada a cabo tanto por Fernando II como por Alfonso IX fue dando sus frutos. El efectivo control leonés de Riba Côa permitía a la corona pasar a una fase directa de organización del territorio mediante la creación de núcleos de población. Y esto se produjo primeramente en el norte del espacio ribacudano, allí donde, desde los tiempos de Fernando II, se había orientado la política de colonización a través de los monasterios, principalmente de los de Aguiar y del Pereiro. Ahora, sentadas las bases, la corona se sentía con la fuerza suficiente para proceder por sí misma a la creación de unidades de población independientes.

El primer concejo creado en Riba Côa fue el de Castelo Rodrigo, en septiembre de 1209[1]. Para Lindley Cintra, ello se vio favorecido por el periodo de paz que se dio en las fronteras del reino entre 1205 y 1210[2]. Su fortaleza se enclavaba en un promontorio rocoso situado al norte de la sierra de la Marofa, en las cercanías de la Ribera de Aguiar[3] (foto 4). Las primeras noticias documentales que tenemos de Castelo Rodrigo las encontramos en la carta de coto que Afonso Henriques concedió al monasterio de Aguiar en 1174[4]

Será en 1209 cuando Alfonso IX inicie la repoblación de la villa, que se desgajaba del extenso concejo de Ciudad Rodrigo, con lo que Castelo Rodrigo se convertía así en el concejo situado más al oeste del reino de León en el sur de la frontera con Portugal. Quizás para compensar, el monarca donó en 1210 a la iglesia civitatense y a su obispo Martín la tercera parte del portazgo, la tercia de las quintas y la tercera parte de la moneda de la nueva población[5]. Para llevar a cabo la empresa repobladora, fue necesario que el rey acrecentara el realengo, ciertamente un tanto constreñido por las donaciones anteriormente hechas a los monasterios. Así, el mismo año de la repoblación, recuperó la heredad de Raigadas, que en 1176 Fernando II había dado al Pereiro. Para compensar a los frailes, el monarca les entregó el realengo de Santa Cristina, en el interior del reino, en las cercanías de Zamora, junto con otras heredades en Saltus, Incurranus y Arboxelo. El rey era consciente de que era más lo que tomaba a la orden para la repoblación de Castelo Rodrigo que lo que le daba, por eso hacía el propósito de recompensarles más adelante: “promitto firmiter recompensationem cum se oportunitas obtulerit vobis facere pleniorem[6].
Alfonso IX de León (Tumbo A, Compostela).

Castelo Rodrigo quedaba configurado como un concejo extenso. Su alfoz comprendía las tierras situadas entre el Duero y el Águeda hasta su confluencia con la ribera de Turones. Esta ribera marcaba los límites occidentales hasta la carrera de Porto de Carros; desde aquí hasta el Côa y, desde este río, hasta el Duero[7].

Al año siguiente de la repoblación volvió Alfonso IX a Castelo Rodrigo. Allí, el 29 de diciembre hacía donación al monasterio de Santa María de Aguiar, de “illud vilare antiquum quod dicitur Boucia vetus[8].

Repoblado, pues el norte de Riba Côa, con el establecimiento de un concejo al oeste de Ciudad Rodrigo, de cuyos términos se desgajaba, la política regia se dirigirá, en un momento posterior a Las Navas (1212), a ir paulatinamente completando la repoblación del resto de la región ribacudana. Así, en el polo meridional surgiría el concejo de Sabugal, hacia 1218, si no antes, separado también del extenso alfoz de Ciudad Rodrigo[9]. Del de Sabugal se segregaron los términos jurisdiccionales de Vilar Maior[10] y de Alfayates hacia 1227[11]. Quizás antes de esa fecha, Almeida se segregara de Castelo Rodrigo y hacia 1230 lo haría Castelo Bom del de Almeida[12]. La creación de estos concejos de Riba Côa se incardina, a su vez, dentro de la política repobladora de Alfonso IX, que se había extendido también por Galicia y el norte del Duero[13].

[1] J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol. II, doc. 254.

[2] L. F. LINDLEY CINTRA, Op. cit., LV.

[3] Sobre esta población, J. A. BORGES, Castelo Rodrigo, Viseu 2001.

[4] R. Pinto de AZEVEDO, “Riba Côa sob domínio de Portugal no reinado de D. Afonso Henriques. O mosteiro de Santa Maria de Aguiar, de fundaçâo portuguesa e nâo leonesa”. Anais da Academia Portuguesa da Historia, II serie, vol. 12. Lisboa 1962, pág. 261.

[5] J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol. II, doc. 258.

[6] J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol. II, doc. 253 y LINDLEY CINTRA, Op. cit. LVIII. El monarca leonés compensaría con creces a la Orden del Pereiro. En 1218 les hizo entrega de Alcántara; citar otras donaciones. También, B. Palacios Martín et alii, Colección diplomática medieval de la Orden de Alcántara, doc. 49. En 1226 Alfonso IX concedió fuero a los hombres de Santa Cristina, J. RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Los fueros locales de la provincia de Zamora, Salamanca 1990, doc. 49, pp. 342-343.

[7] L. F. LINDLEY CINTRA, Op. cit., LVI y nota 76.

[8] J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol II. Doc. 268. En el archivo municipal de Ciudad Rodrigo hay una copia tardía de la donación, cuyo texto en romance, difiere del texto latino que se conserva en el archivo de la Torre do Tombo de Lisboa. A. BARRIOS GARCÍA, J. Mª MONSALVO ANTÓN, G. DEL SER QUIJANO, Documentación medieval del archivo municipal de Ciudad Rodrigo, Salamanca 1988, doc. 1. El documento del archivo mirobrigense, que es una copia inserta en otro de 1 de octubre de 1453, presenta serias dudas sobre el contenido original. Primero, está fechado también en Castelo Rodrigo, pero lleva fecha de 20 de agosto de 1211. En el registro documental publicado por J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol II, no consta que en agosto de 1211 estuviera el rey en Castelo Rodrigo. Sólo se sabe que el rey estuvo en Triacastela el 1 de julio de aquel año y que el primero de septiembre estaba en Salamanca, donde hacia una donación a la iglesia zamorense. Segundo, en ambos documentos (en el del archivo lisboeta y en la copia de Ciudad Rodrigo) actúan como confirmantes los mismos obispos, así como Rodrigo Pérez, Rodrigo Ordóñez y Juan Arias, actuando de notario Gonzalo, si bien en el diploma de la Torre do Tombo está también el tenente de Extremadura, Fernando Fernández, que no aparece en el documento de Ciudad Rodrigo, el cual, además, incluye como confirmante a Álvaro Núñez, “tenente de las Montañas”. Álvaro Núñez (de Lara) es un personaje ligado a la corona castellana, pero no se conoce ninguno asociado con el mismo nombre a la corte leonesa ni que actúe como confirmante en la diplomatura de Alfonso IX. Así pues, creemos que el documento de Ciudad Rodrigo es apócrifo. Además, esta versión incluye los límites de la heredad de La Bouza: (“Voçavieja, que es entre Doscasas e Turones, asý conmo se departe por aquella carrera que va de Vervenosa a Villar de Çiervo, por la sauzeda de Turones fasta Doscasas, e de la otra parte asý conmo se juntan los dichos ríos”) y que no se señalan en el diploma del archivo de la Torre do Tombo. Sorprende que en fecha tan temprana aparezca citado Villar de Ciervo, del que documentalmente no tenemos otra noticia hasta 1376, A. BARRIOS, et alii, Op. cit. doc. 19, con motivo del interrogatorio sobre la ocupación de devasos o términos comunes del concejo mirobrigense. Tal vez a Ciudad Rodrigo le interesó marcar sus límites concejiles en un momento determinado y ello explicaría la “reinterpretación” de la donación alfonsina al monasterio de Aguiar. A este respecto conviene señalar que en 1453, fecha del documento en el que se inserta la copia de Ciudad Rodrigo, los sexmeros de esta Tierra reabrieron ante el corregidor Suero del Águila la cuestión referente a las usurpaciones de devasos en el Campo de Valdeazaba. El concejo procedió al amojonamiento de varios de estos devasos, práctica que se repitió en años posteriores ante la amenaza de las usurpaciones de particulares. J. Mª MONSALVO ANTÓN, “La sociedad concejil de los siglos XIV y XV. Caballeros y pecheros (en Salamanca y en Ciudad Rodrigo)”. Historia de Salamanca, II, Edad Media. Salamanca 1997, pp. 417-419.

[9] P. CURADO sugiere, incluso, la fecha de 1197. Citado por A. BARRIOS GARCÍA, “El proceso de ocupación y de ordenación del espacio en la Raya leonesa”, Op. cit., pág. 174, nota 53. En julio de 1219, desde Ciudad Rodrigo, Alfonso IX hizo entrega al maestre García Sánchez y a todo el convento de Pereiro y Alcántara de la heredad de Navasfrías, en el término de Sabugal, con una legua de territorio alrededor y con todos sus derechos y pertenencias, para sustento de la casa de la milicia. J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol II. Doc. 376 y B. PALACIOS MARTÍN et alii, Colección diplomática medieval de la Orden de Alcántara, doc. 68. Dueños de dicha heredad, el maestre García Sánchez concedió en mayo de 1223 fuero a sus pobladores ( B. PALACIOS MARTÍN et alii, Op. cit. doc. 82). Años más tarde, el 10 de octubre de 1226, el monarca procedió a la delimitación de dicha aldea: “per rivulum qui dicitur Codesal, quosque intrat in fluvio qui dicitur Algada”, cuya entrega cofirmaba a la Orden de Alcántara (B. PALACIOS MARTÍN et alii, Op. cit., doc. 97. J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, II, doc. 494). Al año siguiente, el obispo Miguel y el cabildo de Ciudad Rodrigo establecieron con el maestre y freires de Alcántara y Pereiro un acuerdo sobre percepción de diezmos, y nombramiento de capellanes en la iglesia de Navasfrías y en las otras que la orden poseía en la diócesis. B. PALACIOS MARTÍN et alii, Op. cit., doc. 98.

[10]Facio popualcionem meam de Vilar Mayor et do ei istos terminos, videlicet, per portum de Valongo, de inde ad eccllesiam de Mazmela, indie quomodo vertunt aque ad Alfayates, inde ad cabeçam de Anaziado, de inde ad atalayam de Martino Rodericie, inde ad Battoucas quomodo vadit ad cabeçam de Cavalo, de inde quomodo vertunt aque ad Fontes de Donouro, inde ad carrariam quo vadit ad Val de Carros et intrat in Coa”. J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, II, doc. 513.

[11] A primeros de abril de 1226 se encontraba el monarca en Alfayates, quizás organizando el futuro concejo. El día 4 donó al monasterio de Santa María de Aguiar tres yugadas en Vilar Formoso J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, II, doc. 492. En 1230 el concejo recibía como vecino a Rodrigo y le concede una heredad; es el “domino terre”. C. AYALA MARTÍNEZ, Libro de privilegios de la Orden de San Juan de Jerusalén en Castilla y León (siglos XII al XV), doc. 253.

[12] J. A. ANES DUARTE NOGUEIRA, “Los municipios medievais em Riba Cöa”. O Tratado de Alcanices e a importancia histórica das terras de Riba Côa. Lisboa, 1998, pág. 201. LINDLEY CINTRA Op. cit., XLIX-LXVI.


[13] J. I. RUIZ DE LA PEÑA, “Los procesos tardíos de repoblación urbana en las tierras del Norte del Duero”. Boletín de la Institución de Estudios Asturianos, XXX (1976), nº 88-90, 762-3).

lunes, 10 de octubre de 2016

La Riba Côa portuguesa, antiguo territorio del Reino de León (1)

CONTROL Y REPOBLACIÓN DE LA RIBA CÔA

Numao (Portugal). Foto Ricardo Fernández.
             La repoblación de Ciudad Rodrigo en 1161 pretendía no sólo asegurar y crear un concejo fuerte en el sur de la Extremadura leonesa que garantizara una infraestructura militar en la retaguardia de Coria, sino, a la vez, disponer de una plaza adelantada en la frontera con Portugal y establecer así una cabeza de puente hacia el control del oeste, esto es, hacia Riba Côa. La disputa entre Portugal y León por este territorio se inclinaría finalmente del lado leonés. Sin embargo, Portugal ya había dado muestras de su interés por la colonización de estos espacios. En 1130 Fernâo Mendes de Bragança había dado carta foral a Numâo, población situada en la Beira Alta, al sur del Duero, dotándole de un alfoz muy amplio, cuyos términos se extendían por el este a lo largo del curso del Águeda hasta su desembocadura en el Duero, incluyendo por tanto las riberas del Aguiar y del Turones[1], esto es, lo que más adelante fueron los límites que correspondieron al concejo de Castelo Rodrigo. Sin embargo, la adscripción de términos no suponía de hecho un control efectivo del territorio, pues, tras la conquista de Lisboa en 1147, estas tierras permanecieron alejadas de los flujos migratorios, con lo que la ocupación demográfica debió ser débil. De hecho, la región situada en torno al Duero seguía constituyendo una tierra fronteriza, como reflejaba en 1152 el fuero de Freixo: “homines de Fresno non faciatis fossado nec detis fossadeira pro que estis in fronteira [2].
Freixo de Espadaa Cinta (Portugal).

La situación comenzó a cambiar a partir de 1157, con el resurgimiento del reino de León. Limitado al este por la ocupación castellana de la calzada de la Guinea en torno al puerto de Béjar, Fernando II buscó la afirmación de su reino hacia el oeste y hacia el sur. Con ello, la región comprendida entre el Águeda y el Côa despertará la atención de una política colonizadora en este territorio. Y esa atención comenzará, sobre todo, después de la repoblación de Ciudad Rodrigo, si hemos de hacer caso a la documentación. Repoblar el espacio fronterizo significaba, de hecho, un intento claro de controlar el territorio[3]. Por entonces, el monarca leonés debía controlar buena parte de Riba Côa. Ejemplo de ello es que el obispo de Ciudad Rodrigo a partir de 1168 llevará el título de la extinta diócesis visigótica de Caliabria, situada a orillas del Duero, entre el Águeda y el Côa[4].

En un principio los centros colonizadores van a ser las instituciones eclesiásticas, concretamente los monasterios de Santa María de Aguiar y San Julián del Pereiro. La pugna por el control del territorio puede rastrearse, en un principio, en torno al monasterio de Aguiar, en las cercanías de Castelo Rodrigo. Cuando en enero de 1171 Fernando II hizo merced al obispo de Ciudad Rodrigo de la Torre de Aguiar y de la antigua ciudad de Caliabria, situada entre el Côa y el Águeda[5], el monasterio debió sentir amenazado su dominio y pidió al rey de Portugal el reconocimiento de sus límites; el monarca expidió la carta de coto desde Coimbra en febrero de 1174[6]. En este documento se alude a otra otorgada en años anteriores, cuando el rey portugués habría donado las tierras para la fundación del monasterio. Ello reflejaría un antiguo dominio portugués sobre la zona, pero que en estos momentos, y sobre todo después de la estrepitosa derrota de Afonso Henriques en Badajoz en 1169, no sería muy efectivo.
Fernando II de León.

Poco a poco, el monasterio comenzó a entrar bajo la influencia leonesa. En agosto de 1174 Fernando II, junto con su mujer e hijo, daba a los frailes, previo el consentimiento del concejo de Ciudad Rodrigo, las heredades de Torre de Aguiar y Riochico[7] y en mayo de 1176, el monarca leonés les concedía diez yugadas en torno a la fuente de Vernenosa y unas pesquerías en la foz de Aguiar[8].


            El otro centro colonizador será el monasterio de San Julián del Pereiro, sito en las cercanías de la actual Cinco Vilas y que, con el tiempo, daría lugar a la orden de Alcántara[9]. Dejando a un lado la polémica sobre su origen[10], el Pereiro, antes de que se decantara por su vocación castrense, fue un cenobio bajo la regla de San Benito que, al igual que Aguiar, comenzó recibiendo donaciones regias. En 1172 Fernando II les entregó el Portum Perodiçola y dos años más tarde la heredad de Almendraseca. 

Alejandro III recibe un embajador. Spinello Aretino (Siena).
      Pero las donaciones se hicieron más cuantiosas una vez que la Santa Sede aprobó la erección de la diócesis de Ciudad Rodrigo en 1175, a la que quedaba adscrita. Así, en 1176 el monarca leonés entregó a don Gómez, “praedictae domus fundatori primo et fratribus” la heredad de Raigadas y la granja del Pereiro[11]. Ese mismo año, el pontífice Alejandro III recibe al prior y a los frailes bajo la protección apostólica de la Santa Sede, les exime del pago de diezmos y les autoriza a dar sepultura en el Pereiro, aunque deja la canonica iustitia en manos de los obispos de Ciudad Rodrigo[12]. En 1179 el rey comunicaba al concejo de Ciudad Rodrigo que acogía bajo su protección al Pereiro y a sus frailes[13]. El monasterio debió ir acrecentando su patrimonio, pues cuando en 1183 el papa Lucio III acoge a San Julián del Pereiro bajo la custodia de la Santa Sede, debiendo observar los frailes el ordo monasticus de la regla de San Benito, se citan propiedades en Villar de Turpino, Ferrariam, Colmenar, Almendraseca y Fontesico[14], todas ellas, salvo la última, sitas a lo largo de la margen derecha del Côa; Fontesico, tal vez Fonseca, a dos kilómetros de Ciudad Rodrigo, sería la heredad más alejada del cenobio.

            Las donaciones reales ponían de manifiesto un efectivo control político de la Riba Côa por parte de Fernando II de León, que se valía de los centros monásticos para llevar a cabo su política de organización del espacio. Hacia 1183 la orden había ido evolucionando a milicia religiosa, según se desprende de la propia bula de Lucio III: “Cum locus vester in sarracenorum faucibus constitutus... et libentius defensioni Christianitatis.... Constituidos ya como milicia, Fernando II les hará entrega en enero de 1185 de la pesquería de Burgus Vetus, en el término de Santa María de Morgadais[15].

San Joâo de Tarouca (Portugal).
Pero además de estos centros monásticos enclavados en Riba Côa, se quiso también contar con el concurso en el proceso colonizador de otros monasterios enclavados dentro de territorio portugués, como fue el caso del de San Joâo de Tarouca o del potente cenobio de la Santa Cruz de Coimbra. El primero recibió privilegios, tanto de Fernando II como de Alfonso IX, referentes a quedar exentos del pago de portazgo y otros derechos en el reino leonés, así como una heredad en Luzelos, en Colmela (actual freiguesía de Figueira de Castelo Rodrigo)[16]. Por su parte, el monasterio conimbricense recibió en 1190 de Alfonso IX, estante en Benavente, el villar de Pedro Tomé con sus límites, entre Reigada y Vermiosa, también en el territorio ribacudano[17]. Una circunstancia inversa se advierte también en otros regiones próximas a la frontera. Afonso Henriques habría entregado a la abadía de San Martín de Castañeda entre 1129 y 1135 la villa de Mayde, en tierra de Aliste, entonces bajo control portugués[18] y Sancho I haría lo propio con el realengo de “Ifaneis cum Constantino (Constantin)”[19].

Si importante era pues la participación de los monasterios en la ocupación de la Riba Côa, no menos relevante será la del propio obispo civitatense, el cual va a actuar aquí como auténtico agente político en el control del territorio fronterizo con Portugal. Se confirma con ello, realmente, las intenciones que animaron a la fundación de la diócesis de Ciudad Rodrigo en los primeros años del reinado de Fernando II. Alfonso IX confiará la defensa de la frontera al obispo Martín. En 1191, estante en Ciudad Rodrigo, le confirma los términos que su padre había asignado al obispado, entre ellos la heredad de la Torre de Aguiar, la ciudad de Caliabria y Vermeiosa, todas ellas en la Riba Côa[20].
Alfonoso IX de León (Tumbo A, Compostela).

Por entonces, el monarca dio otro paso importante, tal vez decisivo para asegurarse el control y, con ello, la presencia leonesa en el territorio para proceder a colonizaciones posteriores. Posiblemente el mismo día que confirmaba los términos del obispado, hizo entrega de numerosas posesiones y castillos a la iglesia de Santa María de Ciudad Rodrigo y a su obispo Martín. Tres de estos castillos estaban en territorio ribacudano: el de Almeida “cum terminis suis videlicet per Colam et permatam de comite et per estratam publicam quem vadit ad Troncosum, et quomodo dividit cum Pirario·; el de Alfayatescum terminis per duae lenguae in circuito”; el de Abaroncinos “similiter cum terminis per tree leguae in cirquito”. En los Arribes, también frontera con Portugal, en concreto con el concejo de Freixo, el monarca confiaba al obispo el castillo que el propio prelado había hecho en la foz del Águeda “cum terminis suis videlicet per turrem veterem, quae est inter ipsum castellum et Finolosia, et deinde usque ad Amidalam (Almendra), quam  tenent fratree de Pirario et deynde per inter montem de Escayllon et monesterium de Aquilari quidquid intra istos terminos est tam ipsam vegam de Aquilari, quam Vermenosam... [21]. En el entorno de estos castillos, la acción colonizadora se centraba en las aldeas episcopales de Santa María de Liminares (Lumbrales), Mermelar (Bermellar) y Finoloisam (Hinojosa)[22].

Hinojosa de Duero.
Con el castillo de Alfayates y sus términos, que abarcaban dos leguas en redondo, llegando por el sur hasta las estribaciones de la Sierra de las Mezas, la presencia leonesa aumentaba su campo de acción, pues, hasta esas fechas, la actuación colonizadora se había centrado sobre todo en el área norte de Riba Côa. El sur era un área poco poblada, casi desierta, tal como supone Lindley Cintra[23]. La entrega de los castillos de Almeida, Abaroncinos y Alfayates al obispo e iglesia civitatense ponían pues las bases para una repoblación posterior[24]. Se creaba, por otro lado, un corredor defensivo occidental, frente a Portugal, desde el Duero hasta las sierras del Sistema Central, confiado al obispado civitatense
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[1] R. Pinto de AZEVEDO, “Riba Côa sob domínio de Portugal no reinado de D. Afonso Henriques. O mosteiro de Santa Maria de Aguiar, de fundaçâo portuguesa e nâo leonesa”. Anais da Academia Portuguesa da Historia, II serie, vol. 12. Lisboa 1962, pp. 25-260. Sobre los límites de Numâo, véase J. I. de la TORRE RODRÍGUEZ, “Los límites concejiles de la comarca del Côa y su importancia en el Tratado de Alcañices”. El Tratado de Alcañices. Ponencias y comunicaciones de las Jornadas conmemorativas del VII Centenario del Tratado de Alcañices (1297-1997). Zamora 1999, pp. 207-208.

[2] A. BARRIOS GARCÍA: “El proceso de ocupación y de ordenación del espacio en la Raya leonesa”. O Tratado de Alcanices e a importancia histórica das terras de Riba Côa. Lisboa, 1998, pp. 163. Sobre los límites del concejo de Freixo, J. I. de la TORRE RODRÍGUEZ, “Los límites concejiles de la comarca del Côa y su importancia en el Tratado de Alcañices”. El Tratado de Alcañices. Ponencias y comunicaciones de las Jornadas conmemorativas del VII Centenario del Tratado de Alcañices (1297-1997). Zamora 1999, pp. 209-210.

[3] A. BARRIOS GARCÍA, Op. cit., pág. 166.

[4] El primer obispo civitatense llevó el título de Caliabria. La primera noticia la hallamos en un diploma otorgado en Santiago el 10 de julio de 1168 por el cual el rey Fernando II dona a la Iglesia compostelana la villa de Cuntis y cinco iglesias más a cambio de la ciudad de Coria. Firma aquí como "Dominicus electus civitatis roderici". LÓPEZ FERREIRO (1901): Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela. Santiago. Tomo IV. Apéndice XXXIX. Entre ese fecha y finales de octubre de ese año debió ser consagrado por el metropolitano de Santiago, pues en la confirmación del anterior documento el 31 de octubre, con la corte ahora en León, suscribe, junto a los obispos de León, Astorga, Oviedo, Zamora, Salamanca, Lugo y Orense, Dominicus calabrienses. LÓPEZ FERREIRO, Ibídem. y J. GONZÁLEZ (1943): Regesta de Fernando II, pág. 403. La última noticia que tenemos de este prelado es de 9 de julio de 1973, fecha de un diploma por el cual Fernando II hace donación de Castrotorafe a la iglesia de Roma. F. FITA (1913): "Don Domingo, obispo de Caliabria en 1172." BRAH, LXII, pág.  270-275.

[5] A. SÁNCHEZ CABAÑAS, Historia civitatense, pág. 174.

[6] R. Pinto AZEVEDO: “Riba Côa sob o dominio de Portugal no reinado de D. Afonso Henriques. O mosteiro de Santa Maria de Aguiar de fundaçâo portuguesa e nâo leonesa”. Anais da Academia Portuguesa da Historia, II serie, vol. 12. Lisboa 1962, pp. 233-236. Propone la fecha de 1172, en relación con los personajes que lo suscriben. Documentos Medievais Portugueses. Documentos Régios, I, Lisboa, 1958, nº 320.

[7] J. GONZÁLEZ, Regesta de Fernando II, pág. 437. F. FITA (“El papa Alejandro III y la diócesis de Ciudad Rodrigo”, 1913, BRAH, pp. 151-152) recoge la cita y corrige la fecha errónea de 1165 que dieron otros autores.

[8] Cita el documento J. J. SÁNCHEZ-ORO ROSA, Orígenes de la Iglesia en la diócesis de Ciudad Rodrigo, 1997, pág. 125.

[9]Alcántara fue entregada por Alfonso IX al maestre y freires de Calatrava el 28 de mayo de 1217. Un año después, el 16 de julio, se estableció un acuerdo entre los frailes de Calatrava con los del Pereiro, por el que los primeros cedieron a estos la villa de Alcántara. El acuerdo, firmado en Ciudad Rodrigo, fue confirmado ese mismo día por el rey Alfonso IX. Véanse J. L. MARTÍN MARTÍN, Documentación medieval de la iglesia catedral de Coria, Salamanca 1989, docs. 7 y 8; J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, Vol II. Doc. 365 y B. PALACIOS MARTÍN et alii, Colección diplomática medieval de la Orden de Alcántara, docs. 58 y 63. A partir de ese momento la orden será utilizada por Alfonso IX en su política expansionista. En 1219, puesto ya el convento en Alcántara, el monarca le hizo entrega de todas las villas y castillos que fueran capaces de conquistar a los musulmanes en Extremadura, reservándose la corona el “supremo señorío”. F. RADES, Chrónica de la Orden y Caballería de Alcántara. Toledo 1572, edición facsímil Librerías París-Valencia, fol. 8 r.

[10] Sobre los orígenes del Pereiro véase, entre otros, F. RADES, Chrónica de la Orden y Caballería de Alcántara, en especial fols. 1-5. También, Fr. A. BRANDÂO, Crónica de D. Afonso Henriques, Porto 1945, pp. 160-163 y, más recientemente, J. J. SÁNCHEZ-ORO ROSA, Op. cit, pp. 137-158 y J. L. MARTÍN, “San Julián del Pereiro, entre Calatrava y Alcántara”. O Tratado de Alcanices e a importancia histórica das terras de Riba Côa. Lisboa, 1998, pp. 186-195.

[11] B. PALACIOS MARTÍN et alii, Colección diplomática medieval de la Orden de Alcántara, doc. 12 y J. González, Regesta de Fernando II, pág. 444-445.

[12] B. PALACIOS MARTÍN et alii, Colección diplomática..., doc. 13.

[13] J. GONZÁLEZ, Regesta de Fernando II, pág. 464, fecha el documento en 1176, apoyándose en los confirmantes, opinión que comparten B. PALACIOS MARTÍN et alii, Colección diplomática... doc. 14. Por su parte A. SÁNCHEZ CABAÑAS lo dió como de 1176 en su Historia civitatense, pp. 179-180,

[14] B. PALACIOS MARTÍN et alii, Colección diplomátia..., doc. 16 y F. RADES, Crónica de la orden de Alcántara, fol. 2 v.

[15] B. Palacios Martín et alii, Colección diplomática..., doc. 18.

[16]Fr. A. BRANDÂO, Crónica de D. Afonso Henriques, Porto,  1945, pág. 237-238. Lo cita también R. Pinto de AZEVEDO: “Riba Coa sob o dominio de Portugal no reinado de D.Afonso Henriques. O mosteiro de Santa Maria de Aguiar de fundaçâo portuguesa e nâo leonesa”. Anais da Academia Portuguesa da Historia, II serie, vol. 12. Lisboa 1962, pp. 285-286

[17] R. Pinto de AZEVEDO, Op. cit., pp. 286

[18] M. FERNÁNDEZ DE PRADA, El Real monasterio de San Martín de Castañeda, Madrid 1998, pp. 165-167. Hacia 1167 el dominio de Mahíde correspondía a León, pues Fernando II la entrega al monasterio aludiendo a la donación anterior: “dederat vobis dominus A. rex Portugallensis”. J. GONZÁLEZ, Regesta..., pág. 393, citando a HERCULANO, Historia de Portugal, I, pág. 533. El monasterio de San Martín recibió varias posesiones de particulares en territorio portugués, Ibidem, pp. 306, 360. Sobre las posesiones en Portugal véase el artículo de B. AFONSO “Propiedades rústicas dos mosteiros de Santa Maria de Moreruela e S. Mantihno de Castanheira em terras de Bragança”. Actas I Congreso internacional sobre el Cister en Galicia y Portugal. Vol. I. Orense 1998, pp. 127-134. Otra donación portuguesa al monasterio de Moreruela se produjo en 1172, por la que el monarca luso le entregaba el realengo de Palazuelo “qui habemus in Terra de Miranda”. I. ALFONSO ANTÓN, La colonización cisterciense... doc.  17. sesiones de particulares en territorio portugués, Ibidem, pp. 306, 360. Sobre las posesiones en Portugal véase el artículo de B. AFONSO “Propiedades rústicas dos mosteiros de Santa Maria de Moreruela e S. Mantihno de Castanheira em terras de Bragança”. Actas I Congreso internacional sobre el Cister en Galicia y Portugal. Vol. I. Orense 1998, pp. 127-134. El dominio de Afonso Henriques sobre la Tierra de Aliste se constata en varias donaciones regias. Así, en 1135 dona las Figueruelas “in terra de Alisti, territorio Bracarense” a Rodrigo Menéndez; en 1172 el realengo de Palazuelo “qui habemus in Terra de Miranda”. I. ALFONSO ANTÓN, La colonización cisterciense en la meseta del Duero. El dominio de Moreruela (siglos XII-XIV). Salamanca 1986, Apéndice documental, núms. 3 y 17.

[19] I. ALFONSO ANTÓN, La colonización cisterciense en la meseta del Duero. El dominio de Moreruela (siglos XII-XIV). Salamanca 1986, doc. 60.

[20] A. SÁNCHEZ CABAÑAS, Historia civitatense, pág. 187 y J. GONZÁLEZ, Alfonso IX, II, doc. 47.

[21] J. J. SÁNCHEZ-ORO ROSA, Orígenes de la iglesia en la diócesis de Ciudad Rodrigo... Doc. 2. y pp. 92-97.

[22] Feneiosa y Sanctam Mariam de Liminares, aparecen ya citadas en la bula de Alejandro III de erección del obispado. Ver nota 48. En la donación de junio de 1191 se agregan Monsagro y Bermellar. Todas estas villas, junto con las de Sepúlveda, citada en la bula pontificia, y Fregeneda, San Leonardo y La Redonda, formarían con el tiempo el señorío episcopal de Ciudad Rodrigo. En cuanto al castillo de Hinojosa, este se convertiría en el símbolo de dicho señorío en el Abadengo. En la Baja Edad Media el prelado civitatense tenía allí alcaide propio, a la vez que el recinto funcionaba como cárcel episcopal. Velaban la fortaleza, por ronda, los vecinos de las citadas villas y daba cada vecino al alcaide una carga de leña y ciertos corchos de pan. La fortaleza fue objeto de conflictos entre los vasallos y el obispo. En 1441 tuvo lugar una revuelta contra el prelado en el Abadengo, en el transcurso de la cual el castillo fue asaltado y prendido el alcaide por hombres de Ferrand Nieto. Véase J. I. MARTÍN BENITO, El alcázar de Ciudad Rodrigo. Poder y control militar en la frontera de Portugal (siglos XII-XVI), Salamanca 1994, pág. 27 y nota 29.

[23] L. F. LINDLEY CINTRA, A linguagem dos foros e Castelo Rodrigo, Lisboa 1959, LIII.


[24] El concejo de Alfayates fue creado por Alfonso IX hacia 1227.