jueves, 29 de diciembre de 2016

Moriscos en Zamora (1)

La deportación de Granada y la llegada a Zamora

José I. Martín Benito

Tras la guerra de las Alpujarras (1568-1571), buena parte de la población morisca fue deportada del Reino de Granada y repartida por los territorios del interior peninsular, a los reinos de León y Castilla. El 19 de diciembre de 1570 se dieron instrucciones al regidor segoviano Antonio de la Hoz para que se trasladara a Toledo y allí recogiera la mitad de, aproximadamente, 4.500 moriscos, que don Juan de Austria había enviado a la ciudad del Tajo, para ser conducidos a Ávila, Salamanca, Toro, Zamora y Fuentesaúco, y entregarlos a las ciudades de dichas poblaciones.

Los moriscos que llegaron al obispado zamorense en los últimos días de diciembre de 1570 hicieron el viaje a pie, a razón de cuatro o cinco leguas diarias. El itineario que siguieron hasta llegar a Zamora y Toro fue vía Ávila, desde aquí a Villoruela, donde se bifurcaron los que debían entregarse al corregidor de Salamanca y, finalmente, los que caminarían más al norte, buscando el valle del Duero.

La columna tardó en torno a un mes en hacer el trayecto desde Olías del Rey (Toledo) hasta Zamora. Muchos de ellos murieron en camino. Se calcula que el 9% pereció en el camino. En los primeros días de la estancia y aún después en Zamora la mortalidad se eleva al 13,5 %. En Toro, el corregidor Juan Briceño informaba al Rey: “los moriscos que se me entregaron por el comisario de vuestra Magestad vinieron tan enfermos que fue neçesario poner la mayor parte dellos en ospitales para que los curasen, de los quales se an muerto la mas parte dellos y no an quedado en esta çiudad y su tierra y villa de Pedrosa que es exento de su juredizion sino hasta catorze o quine casas”.
Moriscos granadinos.

Las condiciones de la marcha fueron, en efecto, muy duras. Muchos salieron ya muy enfermos, como reconoció el propio comisario De la Hoz en su Memorial; además, mal alimentados, tuvieron que soportar los rigores del frío meseteño en los últimos días del otoño y primeros días del invierno, teniendo que atravesar las sierras de Gredos y de La Paramera. Una buena parte debió llegar extenuada, cuando no perecieron víctima de las enfermedades y epidemias que se propagaron, entre ellas el tifus. Por si fuera poco, algunos incluso fueron despojados de sus bienes (joyas, dinero, perlas...) después de muertos. De los 128 moriscos que llegaron entre finales de diciembre de 1570 y primeros de enero de 1571 a la ciudad de Zamora, 61 eran hombres, 41 mujeres y 26 entre niños y niñas.

Por la relación de los moriscos entregados en Toro el 13 de enero de 1571 sabemos de qué lugares del Reino de Granada procedían los recién llegados. Eran oriundos de Trevélez, Motril, Monachil, Gabia la Chica, las Guájaras Bajas y Alhendín, en la vega de Granada, lugares todos ellos situados al sur de esta ciudad. Se trataba en su mayor parte de “moriscos de paz”, esto es, que no habían intervenido en el conflicto alpujarreño. Tan sólo las Guájaras (altas y bajas) habían rendido obediencia y homenaje a Aben Humeya en el momento del levantamiento.

En 1610 se decretó la expulsión de los moriscos de ambas Castillas, Extremadura y La Mancha. De poco sirvió la protección de la Iglesia y de su obispo. La mayor parte de la población morisca abandonó las tierras de Toro y Zamora para tomar el camino del exilio.
(Continuará)

Para saber más, véase J. I. MARTÍN BENITO: Los moriscos en el obispado de Zamora. Ed. Semuret. Zamora 2003.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Por la Raya (2)

SIERRAS DE MAROFA Y MALCATA

Panorámica de Castelo Rodrigo desde La Marofa.

José I. Martín Benito

En la Riba Côa hace mucho ya que dejó de hablarse el dialecto leonés, pues D. Dinis y sus sucesores se encargaron de estampar bien las quinas en los castillos de la Raya. Aún así, todavía en lo alto de la Marofa, promontorio cercano a Castelo Rodrigo, los lugareños dicen ver desde allí “todo Leâo” (todo León) y eso que hace ya más de setecientos años que se firmó el tratado de Alcañices (1297), con lo que  estas tierras leonesas pasaron a ser de Portugal. Con esa expresión, se refieren, claro está, al sur del Viejo Reino, esto es, a las antiguas tierras del concejo de Ciudad Rodrigo, que se extendían desde la Sierra de Malcata al mismo Duero y desde el sur de la de Gata hasta el Yeltes y el Huebra.

Por allí debe andar todavía el espíritu de Alfonso IX, que dio fuero a Castelo Rodrigo en 1209. Eso sí, a costa de menguar el territorio del concejo de Ciudad Rodrigo, pero claro, había que apuntalar la vanguardia y defensa del Reino de León frente a Portugal. Y en esto y en otras cosas el rey mandaba y disponía, que no era cuestión de llevarle la contraria. Ya se la llevaron los de Salamanca a su padre, Fernando II, por una cuestión similar, y salieron trasquilados en Valmuza.

En eso debían estar pensando los viajeros aquel día lluvioso de noviembre de 2002, cuando el viento soplaba con fuerza desde La Marofa. El aguacero les persiguió hasta la vecina Figueira, donde tuvieron cálido recibimiento de la cámara municipal y donde se dieron los mutuos parabienes. Después visitarían el monasterio de Santa María de Aguiar, tan regalado de Fernando II, en cuyo libro de visitas estamparían su firma, recordando el paso del congreso sobre la raya hispano-lusa.

Castelo Rodrigo.



En eso estaban hace un año, pero hoy, día de Todos los Santos, han venido al alto Côa y aquí están, en Sabugal, contemplando bajo los árboles la panorámica del gallardo castelo en restauración, cuya esbelta torre del homenaje domina el caserío. Tiempo tendrán de tomarlo, si es que pueden, o al menos acercarse a sus muros, pero ahora han decidido buscar Portugal en Sortelha.


Castelo de Sabugal.

Tras atravesar roquedales graníticos de formas caprichosas, por una carretera serpenteante se plantan, al mediodía, delante de la villa, que se esparce sobre las faldas de un cerro coronado por torres y cerca medieval. Los viajeros detienen el automóvil para registrar la panorámica en su cámara fotográfica y descubren algunos olivos que parecen saludar su llegada. Empinadas cuestas les llevan a la entrada de la ciudadela intramuros. La torre del homenaje se aferra a la roca dominando el precipicio y la serranía de Malcata. Restaurados paramentos cobijan las casas que emergen también del granito, en cuestas y pendientes continuas. Casi no haría falta el empedrado, pues allí está natural, plagado de escalones excavados para facilitar el trasiego.



La buena administración que los portugueses han hecho de los fondos europeos ha hecho posible el milagro que aquí, como en Castelo Rodrigo y, después en Idanha-a-Velha y Monsanto, se llama “aldeas históricas de Portugal”. Los viajeros lo comprueban y no sólo por la ingente restauración, sino porque comienzan a ver sus frutos. No son los únicos visitantes. A la entrada del castillo hay aparcados otros vehículos venidos del país vecino, esto es del nuestro, pues a su alrededor al menos una docena de personas platica en español. Algún negocio está empezando a florecer también frente a la iglesia. Los viajeros entran en una pequeña tienda que exhibe bordados al estilo “Castelo Branco”, objetos antiguos y algún que otro “souvenir”, como los famosos “pandeiros” cuadrados. El dueño es empleado del servicio portugués de Correios, pero en su tiempo libre ayuda a su mujer en el negocio.
Castelo de Sortelha.

En esto estaban cuando desde la iglesia, distante apenas diez metros, sale una silenciosa y devota procesión, precedida por estandarte mariano, al que siguen los fieles y el oficiante ataviado con blanca casulla. Cuando pasa, deciden entrar en el templo, luminoso, de una sola nave. Hay allí dos niveles diferentes, pues el edificio se adapta al terreno, al que permanece anclado en sus cimientos visibles. Por un momento les viene a la memoria la iglesia de San Pelayo de Guareña, mucho más al norte, en la ribera de un Cañedo que busca el Tormes a la altura de Ledesma. Cuando se dejan de recuerdos y salen al exterior, deciden poner rumbo a la torre campanario, que aquí está exenta, buscando una atalaya desde donde mirar el castillo y añadirlo a su colección fotográfica. Pero el riesgo de encaramarse al hueco de las campanas les hace desistir, por lo que deberán buscar otro punto de vista desde el paseo de ronda.

Cuando media hora después vuelvan sobre sus pasos, habrán comprendido mejor la geopolítica de la repoblación de los Alfonsos, Fernandos y Sanchos. En la plaza del castillo de Sabugal, una cruz con las armas lusitanas fija ahora bien la filiación. Por si no fuera suficiente, dos de las calles que parten o llegan a la plaza llevan los nombres de Aljubarrota y Alcañices, los dos hitos nacionales en la afirmación de la independencia portuguesa frente a las pretensiones anexionistas del vecino reino. El Côa hace mucho que dejó de ser fronterizo; hoy, portugués en todo su tramo, bajará de Malcata y recogiendo diversas aguas, buscará el Duero en las cercanías del monte Calabre, donde se alzó la antigua sede visigótica de los concilios toledanos. Atrás quedarán Vila Mayor, Castelo Mendo, Castelo Bom, Pinhel y Almeida. Atrás quedará también la Marofa, en las cercanías de Castelo Rodrigo, desde donde dicen que se ve “todo Leâo”.


lunes, 19 de diciembre de 2016

Por la Raya (1)

LEÓN EN RIBA CÔA

Riba Côa.
"Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias de chorar
Por uma lágrima tua

Me dexairia matar"

(Fado "Lágrima". Dulce Pontes)

Al anochecer los viajeros regresan a Ciudad Rodrigo, acunados por la voz de Dulce Pontes y la dicha de haber descubierto en Portugal más de lo que fueron buscando. Al final de la jornada hacen recuento; atrás quedaron, casi como un suspiro, Monsanto e Idanha-a-Velha, Penamacor y Sortelha, Sabugal y Alfaiates. Cuando un buen día decidieron correr la Raya y remontar el Côa, en busca de la huella de dos monarcas leoneses, no podían ni imaginar tanta y tan dilatada geografía, preñada de paisajes y evocaciones históricas. Lo que otrora eran largas jornadas, entre villas y sierras, a pie o a caballo, hoy, ochocientos años después, las distancias se acortan de la mano de los automóviles y de carreteras bien asfaltadas.

La mañana saludaba con un tímido sol que luchaba por abrirse paso. El cielo, rasgado, entre nubes y claros, era una incógnita. Los viajeros se dirigieron hacia Alberguería de Argañán por la ribera de Azaba, atravesando uno de los más grandes encinares de la península. Es ahora cuando afloran los recuerdos de la infancia, cuando se iba a la dehesa de Pascualarina a hacer acopio de cisco para afrontar los fríos invernales. Pero apenas hay tiempo para la memoria, pues los pueblos del Azaba se suceden de manera rápida y, cuando menos se lo esperan, están ya los viajeros en Alberguería. Aquí preguntan por el castillo, al que no han vuelto a ver desde hace más de veinte años. Todo sigue igual: la ruina y los espacios invadidos. Aún así, todavía puede recorrerse e identificarse la planta de la fortaleza, entre cubos rellenos y derruidos. Uno se pregunta si aquí, en este espacio transfronterizo, no llegan los fondos europeos para que el viejo recinto pueda, aunque sólo sea, lavar su imagen y recuperar ciertos muros, ocultos tras corrales adosados y desvencijados. En el interior del que fuera patio de armas, algunas casas de vecinos y dos ancianos nonagenarios con los que intercambian palabras de salutación y de los que se despiden deseándose salud y suerte.

Castelo de Alfayates.
Después de caminar por el paseo de ronda y de volver sobre sus pasos, los viajeros abandonan el campo de Argañán y se dirigen a Portugal. Apenas si perciben el paso entre los dos países, como no sea una señal verde a la derecha de la carretera con el anuncio del país, en mayúsculas. Por el contrario, el paisaje es el mismo, de planalto, antes de atravesar las estribaciones serranas. Luego viene Aldeia da Ponte, tierra de toros, capeia y forçao, como es costumbre en estos pueblos rayanos. A las once, diez hora portuguesa, están en Alfaiates. Es día de Todos los Santos, pero todavía no hay movimiento en la villa. En el Largo del Castelo bajan de su motorizada montura y, casi como contraste, les saluda un viejo potro de herrar las cabalgaduras. Aquí sí parece que ha llegado el maná de Bruselas. Un cartel anuncia que el castelo está en restauración. La entrada a la fortaleza se abre hacia la praça de Braz Garcia de Mascarenhas, en cuyo centro se ubica blanco busto de piedra, con podium aún sin anclar al pavimento. Presiéntese pronta inauguración.

Al lado del castillo se descubre otra estatua, esta vez de cuerpo entero, que señala la Taberna del Rei. Se preguntan los recién llegados de qué monarca se trata, si de Alfonso IX de León, que dio fuero a Alfaiates hacia 1227 o de D. Dinis de Portugal que, tras el tratado de Alcañices (1297), rescató la villa. Mas bien se decantan por el portugués, sobre todo después de observar que el escudo real con las quinas, la cruz de Cristo y las esferas armilares, campea sobre la puerta de la fortaleza. Tras recorrer las calles y rincones, los viajeros abandonan la villa, perseguidos por el sonido broncíneo de una campana que no cesa de sonar, y se dirigen hacia Sabugal.

Cuando pasan por Nave se topan con gente que lleva ramos de flores al camposanto. Hay coches con matrículas del país y también otras, francesas, pues esta zona de la Raya es tierra de emigración, a Francia, a Suiza o a Lisboa. También del lado español sucede lo mismo, sólo que éstos, además de ir allende el Pirineo, cambian el Manzanares por el Tajo.

En Rendo, una placa anuncia la ermita de Roque Amador, viejo culto ligado a las peregrinaciones jacobeas. Pronto estarán los viajeros llegando a Sabugal, antigua villa del reino de León a los pies de un Côa cantarín. Pero ahora es preciso hacer un alto en el camino y premiar el cuerpo, antes de encarar la subida a la roca de Sortelha.

(Continuará...)

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Obispos de Ciudad Rodrigo en el siglo XVI

DIEGO DE COVARRUBIAS Y LEIVA (1560-1564)

Diego de Covarrubias, por Sánchez Coello (1574).
Nacido en Toledo el 25 de julio de 1512. Hijo de Alonso de Covarrubias y María Gutiérrez de Egas. Siendo todavía niño se trasladó a Salamanca, a casa de su tío Juan de Covarrubias, racionero en esta catedral. Comenzó los estudios de cánones y leyes hacia 1527, según escribe el propio obispo en un manuscrito que reproduce Gil González Dávila. En el estudio salmantino se licenció en cánones. A principios de 1538 recibió el grado de Doctor. Fue catedrático de esta Universidad. El 8 de junio de 1548 pasó de la cátedra salmantina a oidor a la Chancillería de Granada. Fue propuesto para la mitra de Santo Domingo en la Española y su nombramiento fue expedido en Roma el 24 de abril de 1556, aunque no llegó a tomar posesión, pues no pasó a Indias.

Episcopado en Ciudad Rodrigo

En la Audiencia granadina estuvo hasta marzo de 1559. Tras el traslado de Ponce de León a Plasencia, Covarrubias fue nombrado en Roma para Ciudad Rodrigo el 26 de enero de 1560. Recibió las bulas dos meses más tarde en Toledo y el 28 de abril fue consagrado obispo en su ciudad natal por las manos del inquisidor Valdés, asistiendo D. Martín Pérez de Ayala y D. Diego de los Cobos, obispos de Guadix y Ávila respectivamente. Ya obispo civitatense recibió el encargo de Felipe II de visitar la Universidad de Salamanca, para hacer la reforma de sus estatutos, visita que realizó el 12 de agosto de 1560.
Covarrubias, por El Greco (1600).
Aún no había tomado posesión de su diócesis, cuando el cabildo le consulta sobre las discordias que había entre los conventos por la disputa de a qué religiosos correspondía la predicación en la catedral. Ya en la ciudad, Covarrubias fijó los derechos y obligaciones de las tres canonjías de oficio que había en ese momento, y estableció el régimen económico de la catedral, según refiere Hernández Vegas. Hacia 1561 el obispo mantenía en la Real Chancillería de Valladolid un pleito con la ciudad de Ciudad Rodrigo sobre el pago de trigo y cebada que debían hacer todos los vecinos de la villa episcopal de Sepúlveda de lo que cogían en la jurisdicción de la ciudad.
En su tiempo se erigió en la ciudad la cofradía del Santísimo Sacramento, por bula fechada en Roma el 16 de febrero de 1563.

Covarrubias en Trento
El 9 de febrero de 1562 salió de Ciudad Rodrigo para asistir a la tercera convocatoria tridentina. Covarrubias, acompañado de su hermano Antonio, entonces oidor en Granada, se embarcó en Rosas para Génova y llegó a Trento el 18 de mayo, en cuya asamblea se le contabilizan al menos 10 intervenciones, en especial en asuntos relacionados con los sacramentos.
El 9 de julio de 1562 respondió a los cánones presentados del uso de la Eucaristía. Covarrubias afirmó que la comunión bajo las dos especies para los laicos no era derecho divino ni necesaria para la salvación, para lo que ofreció cuatro cánones compuestos por él. Sostuvo también que la comunión no es necesaria por derecho divino para los niños. Respecto al orden sacerdotal, Covarrubias en la sesión de 27 de noviembre de 1562 manifestó que la jerarquía eclesiástica había sido instituida por Cristo, siendo los primeros, por ley divina, los obispos, como sucesores de los apóstoles, y, tras los obispos, los presbíteros. Se manifestó a favor tanto de la residencia temporal de todos los beneficios como la del obispo. Respecto a esta, manifestó que los prelados que estuvieran ausentes de sus diócesis sin causa justificada durante más de tres meses debían ser multados. En cuanto al matrimonio, planteó la cuestión de la nulidad en relación con los matrimonios clandestinos, colocando a la ley eclesiástica por encima de las civiles y pidió que se aumentara el número de testigos en los esponsales.
El obispo Covarrubias asistió a la sesión de clausura del concilio en 1563 formando parte de la delegación española. Allí, junto a Hugo de Buoncompagni (futuro Gregorio XIII) redactó los decretos De reformatione. Terminado el concilio y firmadas por él las actas, regresó a España por Barcelona a finales de febrero de 1564.
Personajes en el Entierro del Conde de Orgaz (El Greco).

Diego de Covarrubias en el Entierro del Conde de Orgaz (El Greco).
El traslado a Segovia

El 15 de octubre de 1564 fue trasladado a Segovia, en donde tomó posesión el primer día del año siguiente. En el verano-otoño de 1565 asistió al concilio provincial de Toledo, que se prolongó hasta marzo de 1566. Acabado éste, celebró sínodo en su diócesis. Siendo obispo de Segovia, el 14 de noviembre de 1570 se casó en esta ciudad el rey Felipe con Ana de Austria, concelebrando Covarrubias el casamiento junto al arzobispo de Sevilla. Ese mismo año se le encomendó, por real orden y un breve de Pío V, visitar el monasterio de las Huelgas de Burgos. En octubre de 1572, cuando realizaba la visita, fue nombrado presidente del Consejo de Castilla.
El 6 de septiembre de 1577 fue trasladado a la mitra de Cuenca, pero sin haber tomado posesión murió en Madrid el 27 de septiembre de 1577. Su sepulcro está en la catedral segoviana, con una espléndida estatua yacente de alabastro y un epitafio que reza:


“ILLUSTRISSMUS D. D. DIDACUS COVARRUVIAS
A LEYVA HISPANIARUM. PRAESES SUB PHILIPPO II
HVIS SANCTAE SEGOBIENSIS ECCLESIAE EPISCOPUS, HIC SITUS EST OBIIT KAL. OCTOBRIS. ANNO LMDXXVII. AETATIS. SUAE LXVI


Canonista


Diego de Covarrubias tuvo fama de gran canonista. Entre sus obras cabe destacar: Locorum Catholicorum tum Sacrae Scripture tum etiam antiquorum Patrum pro ortodoxa... dirigida contra Calvino (Venecia 1564); Oratio habita ad Oecumenicam Synodum Tridentinam die celeberriba Sanctorum Omnium anno MDLXII; Commentarii in Librum Job, Comentarios al profeta Daniel, Tratado de Eucaristía...
Sepulcro de Diego de Covarrubias, catedral de Segovia.
Fue retratado por Alonso Sánchez Coello y su taller, hacia 1574. Ese año, era obispo de Segovia y Sánchez Coello realizaba las pinturas del retablo de la iglesia parroquial de El Espinar. Una réplica también del taller de Sánchez Coello se encuentra en el Sagrario de la catedral de Segovia. El Greco lo pintó dos veces, una de ellas, basándose en el retrato de Coello y otra en el retrato de grupo que acompaña el Entierro del Conde Orgaz, en donde aparece también su hermano, el famoso humanista Antonio de Covarrubias.

viernes, 9 de diciembre de 2016

El pozo Airón de Ciudad Rodrigo

Un topónimo ligado al mundo subterráneo

Pozo Airón, en la Sierra de Camaces
José I. Martín Benito

En el término de Ciudad Rodrigo, en la Sierra de Camaces, existe un pago denominado Pozo Airón (MTN, Hoja 500, edición 1945). Recuerdo haber visitado el lugar y bajado a él hace más de 30 años, en compañía de algunos miembros de la Asociación Amigos de Ciudad Rodrigo. Se trata probablemente de una antigua mina. Quizás sea el mismo que cita el agustino César Morán en su Reseña Histórica y Artística de la provincia de Salamanca (1946), aunque no está en término de Sahelices, como parece inferirse de la cita que da el agustino.

Seguramente se trata del mismo lugar al que se refiere Casiano Sánchez Aires, en su Breve Reseña Geográfica, Histórica y Estadística del Partido Judicial de Ciudad Rodrigo (Ciudad Rodrigo 1904, pág. 178). El autor lo sitúa en el término de Castillejo de Martín Viejo y escribe de él lo siguiente:

No llama menos la atención de aquellas sencillas gentes otro sitio en término de Castillejo, titulado el Pozo Airón en la sierra de Campaneros, camino de Ciudad Rodrigo á Vitigudino, cisterna profunda formada de varios y sinuosos cuerpos, acerca de la cual se cuentan curiosas y fantásticas anécdotas. ¡Quién dice que es la boca de un túnel que antiguamente comunicaba con dicha ciudad!: quien, que tenía comunicación con el Águeda, en prueba de lo cual añaden que algunas cabras que allí se despeñaron, parecieron después en el rio á legua y media de distancia!: otros, que arrojaron en dicho pozo un perro vivo, y fué á encontrar salida en el Piélago Sordo: que ha sido cueva de ladrones!! que… pero lo probable es que sea una escavación hecha para explotar alguna mina de hierro, como lo indica la constante oxidación que se observa en los bordes de su entrada”.

César Morán escribe en su Reseña: “En lo alto aparece Sexmiro, y más abajo el puente sobre el Agueda que enlaza las dos orillas, la de Sahelices, donde se ve una antigua mina de hierro llamada el pozo Airón, divinidad de las simas insondables, con la orilla izquierda de Barquilla, donde hay otro verraco ibérico…” (Salamanca, 1946, pág. 23).
Poo Airón, en Pereña (Salamanca).
El pozo está cerca de Castillejo de Dos Casas, donde se conservan diversas leyendas ligadas a la sima.
Pero el topónimo lo encontramos en más lugares.Relativamente cerca de Ciudad Rodrigo, en los Arribes del Duero, en Pereña, hay otro lugar al que llaman Pozo Airón. Se trata de una caverna excavada por el agua. Aquí se darían cita, por tanto, dos de los elementos al que Airón va asociado: una cavidad y el agua. Puede verse esto en
http://personales.com/espana/salamanca/Perena/Airon/htm

El topónimo en España

En España hay más de sesenta topónimos “Airón”, ligado a las aguas, a las fuentes y al mundo subterráneo. También en Portugal, cerca de Braga, varias localidades llevan el topónimo Airâo.
Airón fue una divinidad indígena prerromana del occidente europeo. Su culto se registra tanto en Francia como en la Península Ibérica, asociado al agua (fuente de vida) y a la vegetación, pero también a las profundidades y al inframundo.
En el libro que trata de la Descripción de España (Las Antigüedades de las ciudades de España, Madrid 1792, pág. 175), cuenta Ambrosio de Morales, que cerca de la villa llamada el Castillo de Garci Muñoz (La Almarcha), en La Mancha, hay un lago del mismo nombre, no muy grande, pero muy profundo, al que no se le conoce fuente ni manantial “y sustenta en todo tiempo su lleno de una manera. Y por ser aquella tierra tan seca es más notable y extraña aquella abundancia de agua allí queda y estantía”.

Poza Airón o Poceirón (Aldea del Pinar (Burgos).
Como decíamos más arriba muchas son las leyendas ligadas a estas simas, entre ellas la de Tejerina (León). También han dejado su huella en la tradición de romances y canciones. Una canción de Orellana la Vieja (Badajoz), donde hay otro pozo Airón dice: "Tire media naranja a la laguna /cualisquiera que la vea/ dice ques una./ Tire la otra mitad al pozo Airón / Cualisquiera que la vea dice que son do´s".

Por su parte, en una de las versiones de Los de los Siete Infantes de Lara se romancea:


Ya se van los siete hermanos/ ya se van para Aragón;
los calores eran fuertes/ agua non se les topó.
Por el medio del camino/ toparon un pozo Airón;
echaron pares y nones/ al más chico le cayó.
Lo atan con una cuedra/, lo echan al pozo Airón;
por el medio de aquel pozo/ la cuerda se les rompió.
El agua se le hizo sangre;/ las piedras culebras son
  cuelbras y alacranes/ le comen el corazón.
- Esperad vos, mis hermanos/, quiero decir una razón:
Si vos pregunta la mi madre, la direx, ¡atrás quedó!
Si vos pregunta el mi padre/, le direx: ¡al pozo Airón!
Si vos pregunta la mi mujer/, la direx: viuda quedó.
Si vos preguntan los mis hijos/, les direx: huérfanos son


Cómo llegar al pozo Airón desde Ciudad Rodrigo

Mi amigo y compañero en el Centro de Estudios Mirobrigenses, José Ramón Cid Cebrián, nos lo indica: "Resulta complicado llegar al Pozo Airón sin conocer la zona; son caminos o roderas de fincas ganaderas sin señalización alguna. El lugar se encuentra en la linde de las dehesas Valdecarros y Campanero, en lo alto de la Sierra de Camaces. Desde Ciudad Rodrigo se puede ir por el antiguo camino de Villavieja de Yeltes, que sale de la derecha de la carretera de Lumbrales, nada más pasar el puente de la vía del tren; se pasan las fincas o caseríos de La Mug, Capilla de la Sierra y Valdecarros. Al cruzar el Caserío de Valdecarros continúa el camino por el Valle que atraviesa la Sierra de Camaces y, en la parte alta al lado de una fuente de piedra, hay que coger una rodera que sale a la izquierda y sube a la cima de la sierra. Allí existe una caseta forestal de la Junta de Castilla y León, desde donde se divisa una gran extensión de terreno y en verano hay un guarda para vigilar los fuegos; desde esta cima, último trayecto al que se puede llegar en automóvil, en dirección noreste, pasando el alambrado de la raya de Campanero (el caserío se divisa en el valle), a unos 100 metros se encuentran las bocas del Pozo Airón".

Relato de  ficción sobre el Pozo Airón, en El memorial de Salazar.





Como siempre me han resultado curiosas las cosas antiguas, cuando la ocasión lo requería interrogaba a los curas de las aldeas sobre el particular. Fue así que, recién llegado a este obispado, cuando por mandado de su señoría reverendísima realicé visita a Castillejo de dos Casas, llegué a tomar conocimiento de la sima que dicen el Pozo Airón. Tales cosas me contó el beneficiado de este lugar que le rogué me acompañara, para verlo con mis propios ojos y formarme cabal idea del mismo.

            El citado pozo se encuentra en la sierra de Campaneros, en la cercanía del camino de Ciudad Rodrigo a Vitigudino. Nos levantamos temprano, para poder así esquivar mejor el calor, pues era entrado el mes de junio. En compañía de tres hombres que conocían el paraje, allá que nos acercamos el beneficiado, el criado que me acompañaba y yo. Íbamos provistos de varias varas de soga y de hachones, pues decían los lugareños que la bajada arrojaba cierto peligro y al cabo de unos metros comenzaba a perderse la luz solar. Habrían transcurrido cerca de dos horas de marcha, sorteando peñas, tomillo, jarales, encinas y robles cuando llegamos a nuestro destino. De pronto advertí que el sol se había ocultado tras unas negras nubes, que los trinos de los pájaros habían cesado y que los grillos y chicharras guardaban silencio. Advertí también que los lugareños e, incluso, el cura, se santiguaban y humillaban la cabeza.

No he de negar a Vuestra Majestad que sentí un escalofrío cuando pude asomarme a aquella boca de garganta profunda que se abría hacia el interior de la tierra y que, según contaban algunos, comunicaba con la misma morada del diablo. Pero repuesto y anteponiendo el raciocinio a la debilidad y el valor al miedo, iniciamos los preparativos para poder descender a la sima. Yo contaba entonces cincuenta y cinco años de edad y por mi naturaleza, y porque el Señor no me había retirado cierta soltura –que siempre he sido de complexión delgado-, había tomado la decisión de que lo que hubiera allí abajo debía verlo con vista de ojos.

Fue que atamos varios cabos de soga a dos robles cercanos y el extremo suelto lo anudamos a nuestra cintura con gran firmeza, para utilizarlo a modo de escala y, con sumo cuidado y sintiéndonos seguros, comenzamos a bajar. Lo hicimos dos de los hombres que llevábamos y yo mismo, que el beneficiado se excusó diciendo que andaba algo suelto del vientre. Mientras, el tercero de los hombres vigilaba la boca del pozo e iba soltando lentamente la cuerda, a medida que descendíamos. Mi criado bastante tenía con cuidar de las caballerías, que tampoco era mozo intrépido.

            No recuerdo muy bien cuánto tardé en bajar, aunque a mí se me hizo, en honor de la verdad, una eternidad y eso que el descenso no tendría más de diez varas. Cuando por fin lo hice, abajo me esperaban mis dos compañeros de aventura que, según supe, no era la primera vez que descendían a aquel abismo. En el fondo, rocas desprendidas y tierra amontonada de alguna escorrentía, indicaban que el lugar llevaba muchos años abandonado.
Aquelarre,, de Francisco de  Goya, 1797.

            Liberados de las escalas comenzamos a caminar por una galería ligeramente descendente, en fila de a uno, pues la holgura de la misma no daba para ir en compaña. A los pocos pasos se fue perdiendo la claridad que venía desde el cielo y las sombras se fueron adueñando de aquel espacio, por lo que tuvimos que prender las teas que llevábamos consigo. Después de caminar unos doscientos pasos, llegamos a una especie de sala, más o menos circular, donde podrían caber bien holgadas veinte personas, que tenía una especie de poyo corrido alrededor de la pared y, en el centro, una gran piedra, hija de la roca madre, que no había sido desbastada. Uno de mis acompañantes dijo que allí se reunían las noches de plenilunio las brujas y hechiceros para hacer sus conjuros y adorar al demonio, que en forma de macho cabruno colocaban sobre la roca, y a él se lo había contado su abuelo, cuando de niño bajó por vez primera a aquellos dominios. De la sala salía de nuevo otra galería, esta más estrecha que la anterior. Una boca de aire nos dio en la cara y apagó la llama de uno de los hachones y luego comenzamos a oír como silbidos muy agudos, lo que según contaron mis acompañantes era el aliento del diablo y su llamada, por lo que desistían de continuar, que de allí nunca habían pasado por ser cristianos temerosos de Dios y de las fuerzas del averno.           

            Cuando pudimos ver de nuevo la luz del día, di gracias al Altísimo. La ascensión resultó ser más fácil que la bajada, pues los de arriba casi me alzaron en volandas. Y ya todos juntos, nos dispusimos a dar cuenta de un poco de pan, vino y queso y a comentar lo que allí abajo habíamos visto y de lo que se creía y contaba acerca de aquella sima. Y uno de los lugareños, que parecía el más avispado y aficionado también, como yo, a las cosas antiguas, dijo haber oído que el pozo era la boca de un túnel que llevaba hasta la ciudad. Los otros, sin embargo, añadían que bien podía ser, pero que también tenía comunicación con el río y en prueba de ello añadieron que algunas cabras que por allí se despeñaron, aparecieron después en el Águeda, que dista de aquí legua y media. Pero todos creían también que era o había sido aprovechado como guarida de ladrones, o en reuniones de brujas y hechiceros que se reunían allí para hacer sus conjuros.

            En esto estábamos cuando, de pronto, advertimos que de la boca del pozo comenzaba a salir humo, de lo cual resultó que mis acompañantes, muy alarmados, huyeron despavoridos, persignándose y clamando la ayuda divina, sin detenerse siquiera a saber o comprobar la procedencia de aquello. No sin cierto temor me acerqué a la boca del pozo, y pude ver la causa: una de las teas que habíamos abandonado cuando iniciamos la escala había prendido unas matas verdes que se criaban en el fondo, donde llegaba la claridad y esta era la razón y no otra.

Yo, tengo para mí, que más que todas las cosas de fabulación que dicen, el citado pozo es una mina de hierro abandonada, pues se veía óxido en las paredes. Y la corriente que sentimos y los silbidos que oíamos allá dentro deben ser producto del aire que se mezcla por alguna grieta o embocadura oculta. Cuándo se fabricó no lo puedo decir, pero bien podría ser obra de romanos o de moros, como otras que he visto yo en mi tierra de Lorca. De otro Pozo Airón tuve noticia en otra visita que hice a Las Arribes al año siguiente, donde me informaron de la existencia de una caverna excavada por el agua en el lugar de Pereña, que es ya del obispado de Salamanca y esta no es mina, sino capricho de la naturaleza. Así que, por aquí, deben llamar Airón a todas aquellas cavidades que penetran en el interior de la tierra. Y según cuenta Ambrosio de Morales, cerca de la villa llamada el Castillo de Garci Muñoz, en la Mancha, hay un lago del mismo nombre, no muy grande, pero muy profundo, al que no se le conoce fuente ni manantial. Y el nombre de Airón debió ser el de alguna divinidad de las simas y de los abismos, a la que adoraban o rendían culto los naturales de Hispania, antes que nuestra santa fe se propagara por ella.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Los puentes de barcas en España (y 2)

Puentes sobre barcas en la cuenca del Duero

José I. Martín Benito


Collado, Plática de Artillería (1592), fol. 90 r.

En 1706 el marqués de las Minas en su avance hacia Salamanca, en la Guerra de Sucesión, tendió puentes de barcas entre la Aldehuela y Santa Marta de Tormes[1]
La villa de Valencia de don Juan elevó en 1748 una solicitud ante el Consejo de Castilla para poder construir un puente de barcas sobre el río Esla[2]. Pocos años después, el puente se estaba construyendo, como informa el Catastro de Ensenada. El arquitecto al que se encargó el trabaj fue Simón Gavilán Tomé, que viajó hasta Sevilla para conocer el famoso puente de barcas de aquella ciudad. Apenas estuvo activo 40 años, pues 1789, tras haberse caído, el puente ya no funcionaba, y se hacía cargo del barcaje de la villa la barca de Villaquejida.
 En territorio de la actual provincia de Zamora tenemos constancia de la existencia de puentes flotantes con motivos de algunas operaciones militares. En 1761 se construyó un puente de 24 barcas para salvar el Esla en San Pelayo, en los proyectos de invasión de Portugal[3]:
Lugar de la barca de San Pelayo, sobre el río Esla.
Formóse el proyecto de atacar el reino de Portugal por diferentes partes, y se arrimaron tropas a la frontera de Extremadura, Galicia, Andalucía y Castilla; pero el principal punto que se pretendía atacar era Almeida, para caer sobre Lisboa, y así los principales almacenes se hicieron hacia la parte de Ciudad Rodrigo y Fuerte de la Concepción inmediato a dicha parte portuguesa. Un ingeniero catalán, llamado Gaber, hábil, pero muy atronado, aunque pasaba de setenta años, y que había hecho antiguamente el reconocimiento de Portugal, se presentó con un proyecto diferente, que era atacar Miranda y Braganza, las dos provincias de Tras los Montes y entre Duero y Miño, y apoderarse de Oporto, que es la plaza más comerciante de Portugal, después de Lisboa, y muy importante por la gran exportación de vinos, y daba la cosa como muy fácil y pronta. Este proyecto, que presentaba una conquista rápida e importante de dos provincias, que divididas por el Duero del resto del reino de Portugal, podían disminuirle, sin arruinarle, y aumentar el nuestro en una paz ventajosa… Aceptóse, pues, el nuevo proyecto de Gaber, y las tropas que debían ir a Ciudad Rodrigo marcharon a Zamora, donde no había almacenes, ni las provisiones necesarias, lo cual detuvo mucho su marcha. Otra causa bien singular contribuyó también a esa demora. Estando en Zamora, y tratando de continuar las marchas, se reconoció que el río Esla, cuyo nombre casi no se conoce en España, era uno de los infinitos torrentes de España, de que no se hace mención, porque hoy se pasan casi a pie seco y mañana pudieran navegarse. Necesitaba entonces ese río un puente de barcas atravesarse, y a este fin se construyó a toda prisa en Zamora uno de 24 barcas, cuyo número hace ver si era o no preciso este auxilio.
El conde de Gazola, que había venido de Nápoles con S. M., tenía el mando de la artillería, como director general de ella, hizo se trabajase con la mayor actividad en esta obra[4].
Más difícil resultaba la ejecución de un puente de barcas en el Duero fronterizo, como advertían en 1800 los ingenieros militares Gerig y Albo: “No solo el Duero es un foso natural, sino que invadeable por su mucho fondo y dificultoso el establecimiento de puentes de barcas, por la fuerza y rapidez de su corriente”[5].
Puente sobre el Águeda, 1812.
Estos pasos resultaban, no obstante, necesarios para poder pasar la artillería. El 8 de enero de 1812, el ejército británico pasó el Águeda por un puente de caballetes, dos leguas abajo de la plaza de Ciudad Rodrigo, sobre Saelices, para poner sitio a la ciudad; para su construcción se valieron de varias barcas[6]. También, en la campaña de 1813, en su avance desde Portugal a Zamora, el ejército aliado estableció un puente de barcas sobre el Duero[7]. De ello da cuenta el propio Wellington: “Se planifica tender un puente flotante en la Barca de Villalcampo, aproximadamente una milla por debajo de la confluencia del Esla con el Duero, donde se espera llegar el 30 [de mayo]”[8].

Ribadelago, 1959.
Un puente de barcas se tendió en el Águeda en 1954 para que pasara la comitiva, con el general Franco al frente, con motivo de la inauguración del pueblo de colonización Águeda del Caudillo, a cinco kilómetros de Ciudad Rodrigo. 
En 1959, con motivo de la rotura de la presa del Tera y de la consiguiente tragedia de Ribadelago (Zamora), se tendió un puente de barcas durante unos días con motivo del aislamiento del pueblo.
Puente de barcas entre Bretó y Bretocino, 1996 (Francisco Gallego)

En época más reciente, concretamente en octubre de 1996, el Regimiento de Pontoneros de Zaragoza, y mediante el sistema flotante de neumáticos, tendió un puente flotante sobre el Esla, entre las localidades de Bretó y Bretocino, con motivo de unas maniobras militares[9].

Para saber más:  
http://ledodelpozo.blogspot.com.es/2015/08/jose-ignacio-martin-benito-barcas-de.html

Sobre el puente de barcas de Valencia de don Juan, véase el trabajo de Jorge MARTÍNEZ MONTERO: "De Sevilla a León: Simón Gavilán Tomé y la obra del puente de barcas de Valencia de don Juan". Revista del Departamento de Historia del Arte y Música de la Universidad del País Vasco, nº 6, 2016, pp. 61-72. Descargar en PDF.

[1] M. VILLAR Y MACÍAS: Historia de Salamanca. Vol. III. Salamanca 1887, pág. 78.

[2] AHN. Consejo de Castilla. 35367, Exp.2.

[3] AGS. MPD, 12, 089 y Secretaría de Guerra, Legajos, 00868. Con carta del Conde de Gazola al Eximo. Sr. D. Ricardo Wall, Zamora, 10 de abril de 1762, y con otras cartas y papeles sobre el mismo asunto.

[4] C. J. GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS: Vida de Carlos III. Edición digital, pág. 110. Miranda fue ocupada por las tropas españolas el 9 de mayo de 1762.

[5] AGE. Descripción militar de la frontera de España con Portugal desde Galicia hasta el confluente del río Águeda con el Duero, por los ingenieros D. Florián Gerig y D. Julián Albo. 1800.

[6] “1º Valladolid 16 de enero 1812. Monseñor: tengo el honor de comunicar á V.a. haber recibido ayer tarde la noticia de que el exército ingles se ha reunido repentinamente y ha pasado el dia 8 el Agueda, después de echar un puente de barcas dos leguas mas abaxo de la plaza de Ciudad-Rodrigo, y ha traido consigo artillería de sitio. El 10 fué embestida la plaza, é inmediatamente comenzaron los trabajos de sitio.” Paris 29 de febrero. Parte del mariscal duque de Ragusa al príncipe de Neufchatel relativos al sitio de Ciudad-Rodrigo. Gaceta de la Regencia de las Españas, martes 14 de abril de 1812, pág. 389. Ubica el puente de barcas sobre el Águeda, en Saelices, J. MUÑOZ MALDONADO: Historia político y militar de la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte, desde 1808 a 1814. Madrid 1833, pág. 197.

[7] C. FERNÁNDEZ DURO: Memorias históricas de la ciudad de Zamora, su provincia y obispado. Madrid 1882. Tomo III, pág. 270.

[8] The Dispatches of field marshal the Duke of Wellington, during his various campaigns in India, Denmark, Portugal, Spain, the low countries, and France, from 1799 to 1818. Compiled from official and authentic documents, by Lieut. Colonel Gurwood. Vol. 10. London 1838, pág. 387. Agradezco la traducción al español a mi compañero en el IES “León Felipe” de Benavente, el profesor de inglés Roberto Álvarez Suárez.


[9] En las maniobras participaron 7.000 hombres, 2.000 vehículos, 34 helicópteros y 12 aviones. Benavente al día. Del 1 al 15 de octubre de 1996, nº 51, pp. 17-19.