viernes, 9 de diciembre de 2016

El pozo Airón de Ciudad Rodrigo

Un topónimo ligado al mundo subterráneo

Pozo Airón, en la Sierra de Camaces
José I. Martín Benito

En el término de Ciudad Rodrigo, en la Sierra de Camaces, existe un pago denominado Pozo Airón (MTN, Hoja 500, edición 1945). Recuerdo haber visitado el lugar y bajado a él hace más de 30 años, en compañía de algunos miembros de la Asociación Amigos de Ciudad Rodrigo. Se trata probablemente de una antigua mina. Quizás sea el mismo que cita el agustino César Morán en su Reseña Histórica y Artística de la provincia de Salamanca (1946), aunque no está en término de Sahelices, como parece inferirse de la cita que da el agustino.

Seguramente se trata del mismo lugar al que se refiere Casiano Sánchez Aires, en su Breve Reseña Geográfica, Histórica y Estadística del Partido Judicial de Ciudad Rodrigo (Ciudad Rodrigo 1904, pág. 178). El autor lo sitúa en el término de Castillejo de Martín Viejo y escribe de él lo siguiente:

No llama menos la atención de aquellas sencillas gentes otro sitio en término de Castillejo, titulado el Pozo Airón en la sierra de Campaneros, camino de Ciudad Rodrigo á Vitigudino, cisterna profunda formada de varios y sinuosos cuerpos, acerca de la cual se cuentan curiosas y fantásticas anécdotas. ¡Quién dice que es la boca de un túnel que antiguamente comunicaba con dicha ciudad!: quien, que tenía comunicación con el Águeda, en prueba de lo cual añaden que algunas cabras que allí se despeñaron, parecieron después en el rio á legua y media de distancia!: otros, que arrojaron en dicho pozo un perro vivo, y fué á encontrar salida en el Piélago Sordo: que ha sido cueva de ladrones!! que… pero lo probable es que sea una escavación hecha para explotar alguna mina de hierro, como lo indica la constante oxidación que se observa en los bordes de su entrada”.

César Morán escribe en su Reseña: “En lo alto aparece Sexmiro, y más abajo el puente sobre el Agueda que enlaza las dos orillas, la de Sahelices, donde se ve una antigua mina de hierro llamada el pozo Airón, divinidad de las simas insondables, con la orilla izquierda de Barquilla, donde hay otro verraco ibérico…” (Salamanca, 1946, pág. 23).
Poo Airón, en Pereña (Salamanca).
El pozo está cerca de Castillejo de Dos Casas, donde se conservan diversas leyendas ligadas a la sima.
Pero el topónimo lo encontramos en más lugares.Relativamente cerca de Ciudad Rodrigo, en los Arribes del Duero, en Pereña, hay otro lugar al que llaman Pozo Airón. Se trata de una caverna excavada por el agua. Aquí se darían cita, por tanto, dos de los elementos al que Airón va asociado: una cavidad y el agua. Puede verse esto en
http://personales.com/espana/salamanca/Perena/Airon/htm

El topónimo en España

En España hay más de sesenta topónimos “Airón”, ligado a las aguas, a las fuentes y al mundo subterráneo. También en Portugal, cerca de Braga, varias localidades llevan el topónimo Airâo.
Airón fue una divinidad indígena prerromana del occidente europeo. Su culto se registra tanto en Francia como en la Península Ibérica, asociado al agua (fuente de vida) y a la vegetación, pero también a las profundidades y al inframundo.
En el libro que trata de la Descripción de España (Las Antigüedades de las ciudades de España, Madrid 1792, pág. 175), cuenta Ambrosio de Morales, que cerca de la villa llamada el Castillo de Garci Muñoz (La Almarcha), en La Mancha, hay un lago del mismo nombre, no muy grande, pero muy profundo, al que no se le conoce fuente ni manantial “y sustenta en todo tiempo su lleno de una manera. Y por ser aquella tierra tan seca es más notable y extraña aquella abundancia de agua allí queda y estantía”.

Poza Airón o Poceirón (Aldea del Pinar (Burgos).
Como decíamos más arriba muchas son las leyendas ligadas a estas simas, entre ellas la de Tejerina (León). También han dejado su huella en la tradición de romances y canciones. Una canción de Orellana la Vieja (Badajoz), donde hay otro pozo Airón dice: "Tire media naranja a la laguna /cualisquiera que la vea/ dice ques una./ Tire la otra mitad al pozo Airón / Cualisquiera que la vea dice que son do´s".

Por su parte, en una de las versiones de Los de los Siete Infantes de Lara se romancea:


Ya se van los siete hermanos/ ya se van para Aragón;
los calores eran fuertes/ agua non se les topó.
Por el medio del camino/ toparon un pozo Airón;
echaron pares y nones/ al más chico le cayó.
Lo atan con una cuedra/, lo echan al pozo Airón;
por el medio de aquel pozo/ la cuerda se les rompió.
El agua se le hizo sangre;/ las piedras culebras son
  cuelbras y alacranes/ le comen el corazón.
- Esperad vos, mis hermanos/, quiero decir una razón:
Si vos pregunta la mi madre, la direx, ¡atrás quedó!
Si vos pregunta el mi padre/, le direx: ¡al pozo Airón!
Si vos pregunta la mi mujer/, la direx: viuda quedó.
Si vos preguntan los mis hijos/, les direx: huérfanos son


Cómo llegar al pozo Airón desde Ciudad Rodrigo

Mi amigo y compañero en el Centro de Estudios Mirobrigenses, José Ramón Cid Cebrián, nos lo indica: "Resulta complicado llegar al Pozo Airón sin conocer la zona; son caminos o roderas de fincas ganaderas sin señalización alguna. El lugar se encuentra en la linde de las dehesas Valdecarros y Campanero, en lo alto de la Sierra de Camaces. Desde Ciudad Rodrigo se puede ir por el antiguo camino de Villavieja de Yeltes, que sale de la derecha de la carretera de Lumbrales, nada más pasar el puente de la vía del tren; se pasan las fincas o caseríos de La Mug, Capilla de la Sierra y Valdecarros. Al cruzar el Caserío de Valdecarros continúa el camino por el Valle que atraviesa la Sierra de Camaces y, en la parte alta al lado de una fuente de piedra, hay que coger una rodera que sale a la izquierda y sube a la cima de la sierra. Allí existe una caseta forestal de la Junta de Castilla y León, desde donde se divisa una gran extensión de terreno y en verano hay un guarda para vigilar los fuegos; desde esta cima, último trayecto al que se puede llegar en automóvil, en dirección noreste, pasando el alambrado de la raya de Campanero (el caserío se divisa en el valle), a unos 100 metros se encuentran las bocas del Pozo Airón".

Relato de  ficción sobre el Pozo Airón, en El memorial de Salazar.





Como siempre me han resultado curiosas las cosas antiguas, cuando la ocasión lo requería interrogaba a los curas de las aldeas sobre el particular. Fue así que, recién llegado a este obispado, cuando por mandado de su señoría reverendísima realicé visita a Castillejo de dos Casas, llegué a tomar conocimiento de la sima que dicen el Pozo Airón. Tales cosas me contó el beneficiado de este lugar que le rogué me acompañara, para verlo con mis propios ojos y formarme cabal idea del mismo.

            El citado pozo se encuentra en la sierra de Campaneros, en la cercanía del camino de Ciudad Rodrigo a Vitigudino. Nos levantamos temprano, para poder así esquivar mejor el calor, pues era entrado el mes de junio. En compañía de tres hombres que conocían el paraje, allá que nos acercamos el beneficiado, el criado que me acompañaba y yo. Íbamos provistos de varias varas de soga y de hachones, pues decían los lugareños que la bajada arrojaba cierto peligro y al cabo de unos metros comenzaba a perderse la luz solar. Habrían transcurrido cerca de dos horas de marcha, sorteando peñas, tomillo, jarales, encinas y robles cuando llegamos a nuestro destino. De pronto advertí que el sol se había ocultado tras unas negras nubes, que los trinos de los pájaros habían cesado y que los grillos y chicharras guardaban silencio. Advertí también que los lugareños e, incluso, el cura, se santiguaban y humillaban la cabeza.

No he de negar a Vuestra Majestad que sentí un escalofrío cuando pude asomarme a aquella boca de garganta profunda que se abría hacia el interior de la tierra y que, según contaban algunos, comunicaba con la misma morada del diablo. Pero repuesto y anteponiendo el raciocinio a la debilidad y el valor al miedo, iniciamos los preparativos para poder descender a la sima. Yo contaba entonces cincuenta y cinco años de edad y por mi naturaleza, y porque el Señor no me había retirado cierta soltura –que siempre he sido de complexión delgado-, había tomado la decisión de que lo que hubiera allí abajo debía verlo con vista de ojos.

Fue que atamos varios cabos de soga a dos robles cercanos y el extremo suelto lo anudamos a nuestra cintura con gran firmeza, para utilizarlo a modo de escala y, con sumo cuidado y sintiéndonos seguros, comenzamos a bajar. Lo hicimos dos de los hombres que llevábamos y yo mismo, que el beneficiado se excusó diciendo que andaba algo suelto del vientre. Mientras, el tercero de los hombres vigilaba la boca del pozo e iba soltando lentamente la cuerda, a medida que descendíamos. Mi criado bastante tenía con cuidar de las caballerías, que tampoco era mozo intrépido.

            No recuerdo muy bien cuánto tardé en bajar, aunque a mí se me hizo, en honor de la verdad, una eternidad y eso que el descenso no tendría más de diez varas. Cuando por fin lo hice, abajo me esperaban mis dos compañeros de aventura que, según supe, no era la primera vez que descendían a aquel abismo. En el fondo, rocas desprendidas y tierra amontonada de alguna escorrentía, indicaban que el lugar llevaba muchos años abandonado.
Aquelarre,, de Francisco de  Goya, 1797.

            Liberados de las escalas comenzamos a caminar por una galería ligeramente descendente, en fila de a uno, pues la holgura de la misma no daba para ir en compaña. A los pocos pasos se fue perdiendo la claridad que venía desde el cielo y las sombras se fueron adueñando de aquel espacio, por lo que tuvimos que prender las teas que llevábamos consigo. Después de caminar unos doscientos pasos, llegamos a una especie de sala, más o menos circular, donde podrían caber bien holgadas veinte personas, que tenía una especie de poyo corrido alrededor de la pared y, en el centro, una gran piedra, hija de la roca madre, que no había sido desbastada. Uno de mis acompañantes dijo que allí se reunían las noches de plenilunio las brujas y hechiceros para hacer sus conjuros y adorar al demonio, que en forma de macho cabruno colocaban sobre la roca, y a él se lo había contado su abuelo, cuando de niño bajó por vez primera a aquellos dominios. De la sala salía de nuevo otra galería, esta más estrecha que la anterior. Una boca de aire nos dio en la cara y apagó la llama de uno de los hachones y luego comenzamos a oír como silbidos muy agudos, lo que según contaron mis acompañantes era el aliento del diablo y su llamada, por lo que desistían de continuar, que de allí nunca habían pasado por ser cristianos temerosos de Dios y de las fuerzas del averno.           

            Cuando pudimos ver de nuevo la luz del día, di gracias al Altísimo. La ascensión resultó ser más fácil que la bajada, pues los de arriba casi me alzaron en volandas. Y ya todos juntos, nos dispusimos a dar cuenta de un poco de pan, vino y queso y a comentar lo que allí abajo habíamos visto y de lo que se creía y contaba acerca de aquella sima. Y uno de los lugareños, que parecía el más avispado y aficionado también, como yo, a las cosas antiguas, dijo haber oído que el pozo era la boca de un túnel que llevaba hasta la ciudad. Los otros, sin embargo, añadían que bien podía ser, pero que también tenía comunicación con el río y en prueba de ello añadieron que algunas cabras que por allí se despeñaron, aparecieron después en el Águeda, que dista de aquí legua y media. Pero todos creían también que era o había sido aprovechado como guarida de ladrones, o en reuniones de brujas y hechiceros que se reunían allí para hacer sus conjuros.

            En esto estábamos cuando, de pronto, advertimos que de la boca del pozo comenzaba a salir humo, de lo cual resultó que mis acompañantes, muy alarmados, huyeron despavoridos, persignándose y clamando la ayuda divina, sin detenerse siquiera a saber o comprobar la procedencia de aquello. No sin cierto temor me acerqué a la boca del pozo, y pude ver la causa: una de las teas que habíamos abandonado cuando iniciamos la escala había prendido unas matas verdes que se criaban en el fondo, donde llegaba la claridad y esta era la razón y no otra.

Yo, tengo para mí, que más que todas las cosas de fabulación que dicen, el citado pozo es una mina de hierro abandonada, pues se veía óxido en las paredes. Y la corriente que sentimos y los silbidos que oíamos allá dentro deben ser producto del aire que se mezcla por alguna grieta o embocadura oculta. Cuándo se fabricó no lo puedo decir, pero bien podría ser obra de romanos o de moros, como otras que he visto yo en mi tierra de Lorca. De otro Pozo Airón tuve noticia en otra visita que hice a Las Arribes al año siguiente, donde me informaron de la existencia de una caverna excavada por el agua en el lugar de Pereña, que es ya del obispado de Salamanca y esta no es mina, sino capricho de la naturaleza. Así que, por aquí, deben llamar Airón a todas aquellas cavidades que penetran en el interior de la tierra. Y según cuenta Ambrosio de Morales, cerca de la villa llamada el Castillo de Garci Muñoz, en la Mancha, hay un lago del mismo nombre, no muy grande, pero muy profundo, al que no se le conoce fuente ni manantial. Y el nombre de Airón debió ser el de alguna divinidad de las simas y de los abismos, a la que adoraban o rendían culto los naturales de Hispania, antes que nuestra santa fe se propagara por ella.

1 comentario:

Guión+ Bajo dijo...

Interesante artículo e investigación. Airón, deidad prerromana. Gracias por compartir, salud.