jueves, 21 de abril de 2016

Crónicas menorquinas (2)

Toros, vírgenes y acebuches


Naveta de Rafal Rubí.
De un extremo a otro del Mediterráneo están las islas del toro. Si Creta es la cuna de Minotauro, Menorca debe ser la antesala de los bueyes de Gerión. Piensan esto los viajeros, después de haber comprobado que el campo se puebla de bóvidos; y más, cuando saben que en los recintos de la taula de Torralba d´en Salort se practicaban sacrificios de cornúpetas, ovejas y cabras. Es aquí, en Torralba, donde se halló además un torete de bronce que se guarda hoy en el Museo de Ciudadela. Pero la relación de Menorca con el bóvido hay que buscarla también en las alturas. La montaña más alta de la isla, que se eleva a 358 mts. sobre el mar recibe el nombre de “El Toro”. La denominacón le viene de la leyenda, según la cual un enorme astado quedó inmovilizado frente a un gran resplandor, en cuyo lugar los monjes encontraron la imagen de la Virgen. De nuevo se encuentran aquí evocaciones mediterráneas del toro y la doncella, de Europa y Zeus, de Pasífae y el cornúpeta de Creta.
Hasta este lugar han llegado los viajeros después de penetrar en el interior de las navetas de Rafal Rubí, a medio camino entre Mahón y Alaior. La subida al monte, la hacen desde Es Mercadal; allí han visitado una Feria de Artesanos de la tierra. Después de pasearse por el mercado de la plaza y preguntar por el precio de un catalejo que perteneció a un buque inglés del siglo XIX (al menos eso les dijo el anticuario), han iniciado el ascenso a la montaña, en cuya cumbre se halla el santuario de la Madre de Dios.
El venerado icono es una Virgen negra, como la de La Peña de Francia, la de Guadalupe o la de Montserrat. No es sólo el color moreno lo que tienen en común. Comparten también su relación con las alturas y los riscos. Y es que los montes siempre fijaron la devoción de cultos, dioses y vírgenes: desde el Teleno a Jálama, desde el Parnaso hasta el Sinaí, desde el Olimpo hasta este monte menorquí, toda manifestación es posible.
En "El Toro" es domingo y hay misa mayor en el santuario; hasta aquí han subido devotos y turistas, quien sabe si para dominar la tierra y el mar. La comunicación con el mundo subterráneo se hace a través de un pozo, encalado con un blanco inmaculado, en medio del patio que conduce a la iglesia. El azul del cielo se recorta sobre el blanco del santuario y el azul del mar lo hace sobre el verde de la costa. No comprueban los visitantes -contra la tradicional costumbre- si el pozo tiene agua. Ni siquiera lo intentan, al estar la boca tapada y a buen recaudo. Cuando llegan a su altura, los viajeros se topan con gentes que salen del recinto con ramas de acebuche. Es entonces cuando reparan que es Domingo de Ramos.
Pozo. Santuario de la Mare de Deus.

El acebuche es el árbol dominante en toda la isla; empujado por el viento adopta formas dinámicas: se acuesta, se reclina, se dobla... El acebuche es una especie de hito permanente, de guardián o protector de las ruinas talayóticas; con su espesura las oculta, pero también, con sus robustos troncos y raíces, las desgarra.
Hasta "El Toro" han llegado también los mercaderes expulsados del templo de Jerusalén. Tal vez se hicieron a la mar y recalaron en Menorca o se extendieron por todo el Mediterráneo. A la vera del templo está la tienda de recuerdos, donde no sólo se venden objetos religiosos, sino más bien de todo tipo. Es "El Toro" el monte más alto, sí; el santuario más concurrido, también, pero es a la vez un bazar entre el mar y el cielo. Además, aquí se viene ex profeso. "El Toro" no es lugar de paso, no está en el camino, sino que la vía conduce hasta él.
Sobre un monolito, una imagen del Sagrado Corazón abre sus brazos esperando el encuentro de los fieles. De alguna manera podía también interpretarse que el cielo y Cristo protegen a la isla; pero los tiempos modernos han hecho que la imagen tenga serios competidores: las antenas de telecomunicación, instaladas a la vera del restaurante, desafían y compiten en altura con el señor del cielo y de la tierra.
Cuando los viajeros bajan de la cima es cerca del mediodía. La hora aconseja poner rumbo a Ciudadela, pero antes deben encontrar la naveta de Tudons.
Este artículo lo publiqué en La Crónica de Benavente, el 20 de abril de 2006.

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