Plata, badajos y jinetes
Catedral de Huesca. |
Los viajeros han llegado a la plaza de la catedral por el Coso Alto, enfilando luego una empinada cuesta de la que no recuerdan el nombre. El del Coso sí. Esta vía les acompañará durante la estancia en Huesca, de la misma manera que lo hizo en Zaragoza. Tanto en una ciudad como en otra el espacio se llena de tiendas y de bullicio. En el coso oscense una placa recuerda el significado del topónimo: así llaman en Aragón a las calles que seguían el trazado de las antiguas murallas. Hoy estas han desaparecido, pero los moradores siguen aquí.
En la plaza se cuela el sol con la fuerza suficiente como para provocar un fuerte contraste de luz y hacer la pascua a las instantáneas. Así que será mejor entrar, o esperar a que el sol se oculte tras una nube, lo que no parece probable. En el interior hay fieles y turistas. Los primeros permanecen ajenos a los segundos, que osan profanar el espacio y el tiempo sagrado. Es Miércoles Santo y los devotos rezan el rosario en la capilla del Cristo de los Milagros. La Seo es un Potosí. El cabildo debió gozar de pingües rentas para llenarla de plata: candelabros y “blandones” de casi dos metros jalonan la capilla mayor, mientras que el Tesoro guarda sacras, bandejas, custodias y cruces. La fiebre argéntea llegó también hasta el frontal del altar. Pero el metal precioso no puede competir con la filigrana del alabastro de Forment que preside el ábside.
Campana de Huesca, de Casado del Alisal. |
Es Huesca tierra de héroes. A Roldán le precedió Sertorio y le siguió, tal vez, el rey Ramiro (hay que tener valor para domeñar a la nobleza). Hablando de Sertorio, tiempo tendrán todavía los viajeros para visitar el Museo provincial, antigua sede de la Universidad que aquel abrió para los hijos de los jefes indígenas, quizá siguiendo los consejos que la cierva le susurraba al oído. El general romano fue asesinado por los suyos y del cérvido no volvió a saberse nada más; tan sólo el nombre de Osca permanece, que no es poco; con ella también han quedado sus héroes en el callejero.
Montearagón |
Por la noche acudirán a la procesión. Aquí el cese del tañido será sustituido por el ruido de los tambores; en Huesca, ligero preludio de lo que se avecina en el Bajo Aragón. Pero apenas hay gente en las calles. La noche está fría. Será por la cercanía del Pirineo. ¡Qué distinta de la bulliciosa procesión de Tarragona del Miércoles Santo del año anterior. Terminado el desfile la gente se recoge. Cuando la campana del reloj está dando las diez o las once, Huesca parece una ciudad desierta; no será porque el fantasma del rey monje haya salido a recolectar. Por si acaso, terminada la procesión, que incorpora soldados y jinetes sertorianos, los visitantes ponen distancia de por medio, y sus cabezas a buen recaudo en un hotel, bajo el pelado cerro de Montearagón.
(Continuará)
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