miércoles, 18 de mayo de 2016

Crónica mallorquina


Molinos de viento destartalados en Son Sant Joan (Mallorca).
La primera vez que los viajeros se toparon con un molino de viento en las Baleares fue en Es Mercadal. En aquel momento ignoraban que aquella construcción formaba parte del otrora paisaje económico de las islas. Imposible no asociar la imagen a los molinos manchegos y a las aventuras cervantinas.
El de Es Mercadal preside un restaurante al lado de la carretera general que comunica Mahón con Ciudadela. A los viajeros le pareció algo curioso y lo registraron con la cámara. Luego verían otro en la ciudad del norte y entonces comenzaron a intuir que aquellos ingeniosos artilugios no estaban allí para reclamo de los turistas.
Pero cuando realmente tomaron consciencia de la importancia de los molinos fue en la isla Mayor, a su llegada a Palma. En el paseo marítimo cuatro gigantes extienden sus brazos, a la espera de ser mecidos por el viento que viene desde la bahía. Tres de ellos permanecen vivos, al menos en su aspecto externo, en tanto el cuarto, con las aspas y la techumbre caídas, indica que su función terminó hace mucho tiempo.
La llanura mallorquina, desde Palma hasta Algaida y Monturi, se puebla de molinos. Los hay a decenas, formando agrupaciones. En conjunto, son varios centenares. Unos circulares, otros de planta cuadrada. Cuando las aspas han desaparecido y solo queda la estructura, se parecen a torres ancladas en la planicie, como si de un gran tablero de ajedrez se tratara. Desprovistos de sus alas -que son aquí las aspas- parecen torres vigías de la costa trasladadas al interior.
En cualquier caso, la mayor parte de estas singulares construcciones están desvencijadas, vencidas por la edad: destartaladas unas, en ruinas otras. Da la impresión que una descomunal batalla ha tenido lugar entre un ejército de caballeros andantes y estos gigantes aspados, con desigual suerte para estos. No quedan restos de la contienda, pero algunos parece que sólo sufrieron algún rasguño, mientras que la inmensa mayoría debió sufrir con desgarro la acometida de los furibundos jinetes.
Y es que, en efecto, la llanura se semeja a un paisaje después de la batalla o, si se prefiere, a las huellas del paso de un huracán, que con gran ímpetu y fuerza se ha llevado las aspas por los aires. Quien sabe si algún encantador no hizo que los propios molinos crearan el viento de su propia destrucción.
Pero los visitantes desconocen aquí la fuerza de Eolo y de Céfiro y tampoco han oído hablar de mágicos encantamientos. Así que deberán volver los ojos a la realidad y lamentarse por estos campos de cereal, que vieron en otro tiempo batir las alas en pro de la molienda.
Los desgarrados molinos baleáricos, al menos los de Mallorca, son la imagen de la decadencia, no de la isla –que esta se muestra dinámica-, sino la de una economía agrícola y tradicional que desapareció o cedió el paso a la llegada del “milagro turístico”.
Los otrora gigantes han sido vencidos pues por el paso del tiempo, sí, pero también por los nuevos modelos económicos que han transformado, para bien o para mal, la imagen de la isla.
Desconocen los visitantes si el Govern Ballear o el Consell Insular le han conferido a estas construcciones algún tipo de protección. Pero, a tenor de su aspecto, lo dudan. De no ser así, bien harían en hacerlo, antes que se termine desmoronando el último de ellos.
Los viajeros no pueden por menos de evocar los palomares, que en la Tierra de Campos, de donde vienen, son legión, como aquí los molinos, y en donde unos y otros parecen haber entrado en un largo sueño del que no despertarán.

No hay comentarios: