jueves, 28 de diciembre de 2017

Nueva crónica portuguesa (1)

GENTE DE RAYA EN LAMEGO

José I. Martín Benito

Castillo de Lamego.

Los viajeros han venido a Lamego llamados por una vieja cuita sucedida hace más 600 años. Podría decirse que la culpa de este viaje la tuvo el Cisma de Occidente, cuando el Papa de Roma accedió a las pretensiones del Rey de Portugal, y separó del obispado de Ciudad Rodrigo las parroquias ribacudanas, entregándoselas al prelado lamecense. Cien años antes, las cabalgadas de D. Dinis habían integrado la Riba Côa en Portugal, pero los asuntos de la Iglesia iban por otro lado de las fronteras políticas.

Las doce serían –hora portuguesa- cuando los viajeros cruzaron el Douro por el viaducto de Peso da Régua y enfilaron a la ciudad del encajado valle del Balsemâo.

A pesar de su rico patrimonio monumental no es Lamego una ciudad turística o, al menos, no lo parece en estas fechas. Pronto descubrirán los viajeros que son los únicos huéspedes del Hotel do Cerrado, y no será porque éste esté fechado, pues, a pesar de su nombre, es un aposento limpio y confortable, a los pies del altivo castelo y a menos de trescientos metros de la catedral y del antigo paço episcopal. A la vuelta del viaje sabrán que casi todos los turistas españoles se desparramaron este puente por las ciudades de Oporto, Guimarâes y Braga. De ahí que en Lamego reine la tranquilidad y no el bullicio. Mucho mejor así.

Pero es hora de reconfortar el cuerpo, por lo que el espíritu podrá esperar. Lo hacen en el Restaurante Novo, que tiene una puerta acristalada, como una janela abierta a la portada de la seo, de la que le separan apenas 15 metros. Se sorprenden que de sobremesa les ofrezcan una crema catalana, y se dicen si ello no será una ironía histórica, con la que está cayendo. Mientras la degustan, llegan a la convicción de que este dulce amargaría al espíritu de Felipe IV, que tuvo que hacer frente a dos secesiones: la iniciada tras Els Segadors en el este y la comandada por la casa de Bragança en el oeste de sus peninsulares reinos.
Paço episcopal y Catedral desde el Castelo.

Reparado el cuerpo se dirigen a la catedral, una obra quinientista, con ecos del manuelino en su portada principal y, después, al pequeño y moderno museo diocesano donde hay una exposición sobre “Contas de rezar”.

Cuando cae la tarde, por la Rua do Olaria y la de Almacave inician la subida al castelo. La torre del homenaje ha sido rehabilitada como un centro de interpretación donde se muestran diversas armas y artillería medieval, lo que recuerda la de La Puebla de Sanabria. El adarve es un excelente mirador de la expansión de la ciudad. Muy cerca está lo que llaman el “núcleo arqueológico”, un espacio abierto al público donde pueden verse las entrañas del pasado. En verdad, todo el recinto del castelo lo es, y más entre dos luces. Romanos, suevos, visigodos, mouros y cristianos se sucedieron, hasta que llegó la conquista de Fernando Magno de León en 1057, siete años antes de la toma de Coimbra.


El poder militar fue cediendo paso al eclesiástico, que, andando el tiempo, fue buscando el confort de las partes más llanas para instalar la catedral y la residencia del obispo. No se olvidan los visitantes que Lamego fue diócesis antigua y, como tal, sus obispos estuvieron presentes en los concilios de Braga y de Toledo.
Monumento al Tratado de Zamora. Lamego.
Frente a la iglesia de Almacave un monumento recuerda el Tratado de Zamora de 1143, por el que el Rey de León reconocía a Afonso Henriques como testa coronada. Y es que fue en esta iglesia lamecense donde tuvieron lugar las primeras Cortes del nuevo Reino de Portugal. El autor de la conmemorativa estela concibió y llevó al granito una gran falla, que fractura y rompe de norte a sur el oeste del solar peninsular, para transmitir así la idea de separación o de independencia. De modo que es como si Portugal se desgajara de la ibérica península y se transformara en una isla, en una balsa de piedra a la deriva, como reflejara Saramago en su célebre novela. Lo curioso es que en esa fractura, el artista del pétreo monumento incluyó también as terras da irmâ Galicia.

En estas ensoñaciones estaban los viajeros, cuando repararon en las tiendas de la Rúa, reflejo de un comercio vetusto, ajado, que parece anclado en la década de 1970, a pesar de la apertura de nuevos locales, que tienden tímidamente a la modernización.
Portada de la catedral de Lamego.

Escultura en el Teatro Ribeiro Concaiçao. Lamego.
Teatro Ribeiro Concaiçao. Lamego.

6 al 9 de diciembre de 2017

(CONTINUARÁ)

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