viernes, 15 de junio de 2018

Los caminos a Galicia durante la Edad Media

LA RUTA DEL VALLE DEL TERA. MONASTERIOS Y RELIQUIAS

José Ignacio Martín Benito

Iglesia de Santa Marta de Tera (Zamora).
Los caminos entre el centro y el sur de la Península debían confluir en el entorno de los Valles de Benavente. Esas vías fueron utilizadas por los ejércitos musulmanes y cristianos en sus desplazamientos. El valor de cruce de caminos se puso de relieve en los acontecimientos de la batalla de Polvorosa, sucedida en el año 878 a orillas del Órbigo. En ella se enfrentaron las huestes de Alfonso III contra dos cuerpos de ejército musulmanes. Uno procedía de Córdoba y había tomado el camino del norte contra Astorga y León, remontando la vía de la Plata; el otro procedía del centro, de Toledo, Talamanca, Guadalajara y otras plazas[1].

El camino del valle del Tera
 
La ruta del Tera, que discurría remontando el valle de este río y, después la alta Sanabria, conducía también a las tierras del noroeste, una vez salvados los puertos de Padornelo y La Canda. Ya desde el siglo X se sitúan en su entorno diversos monasterios, los cuales, entre sus diversas funciones, sirven también de hospedaje a los transeúntes. En el año 930 el presbítero Hanimino entregaba sus propiedades y pertenencias cuando ingresó como monje en la comunidad del monasterio de San Cipriano de Trefacio, y lo hacía para el sustento de los pobres y peregrinos que vinieran a hospedarse en el cenobio[2]. Lo mismo se especifica en la donación de Vigo de Sanabria que hace el rey Ordoño III a la abadía de San Martín de Castañeda en 952[3]. Las referencias al paso y socorro de peregrinos continúan en la centuria siguiente. Sirva, como ejemplo, la donación que en el año 1018 hizo el clérigo Juan al monasterio de Castañeda, cuando le donó la villa de Asurvial, para que sirviera de “cobijo para los hermanos y para los huéspedes y peregrinos que ahí vienen”[4]. Fórmulas estas que se repiten también en la donación de bienes en Villageriz y Fuentencalada que hizo Monio Martínez al monasterio de Santa Marta de Tera en 1115: “Para remedio de mi alma y de la de mis padres, y para la luz de la iglesia y para el hospedaje de pobres y de monjes que allí lleguen”[5].
 
San Martín de Castañeda (Zamora)
Monasterios

Y es que varios eran los monasterios que servían de refugio a los viajeros que hacían el camino por el valle del Tera y Sanabria. La ruta estaba jalonada por monasterios que hundían sus raíces en la época mozárabe. En Colinas de Trasmonte estaba el de Castroferrol. En Abraveses, en el entorno del que luego fue santuario de la Virgen de la Encina, se ubicaba el de San Pelayo; en Navianos de Valverde, el de Santiago, en lo que hoy es la dehesa de Malucanes, el cual pasó a ser propiedad del monasterio de Santa Marta en 1051, por donación de los condes Sancho Jiménez y María. Precisamente, Santa Marta de Tera, al ir agregando las posesiones de otras comunidades, se convirtió en la principal abadía del curso medio y bajo del valle. Otro centro era el de San Miguel de Camarzana. Más alejados, pero en el mismo entorno estaban los de San Pedro de Zamudia, San Salvador de Villaverde (en San Pedro de la Viña) y San Fructuoso en Ayóo de Vidriales. Por su parte, en tierras sanabresas, se enclavaron los monasterios de San Julián y Santa Basilisa en Vime de Sanabria, San Juan en Ribadelago, San Ciprián, cerca de Trefacio y, el más conocido y principal centro del alto Tera, San Martín de Castañeda[6].

Reliquias
 
Santiago peregrino. Santa Marta de Tera.
En su recorrido por el valle del Tera, los peregrinos visitaban también los santuarios y las reliquias que se guardaban en las iglesias abaciales. Uno de los mejores casos conocidos es, precisamente, el de Santa Marta de Tera. El monasterio había sido fundado a finales del siglo IX o principios del X. Aquí, según un documento de 1033, se rendía culto, junto a Santa Marta, mártir astorgana del siglo III, al Salvador, San Miguel Arcángel, y los apóstoles Santiago, San Andrés y San Mateo. El fervor religioso que despertaban las reliquias contó entre sus devotos al propio Alfonso VII, el Emperador, el cual, aquejado de una grave dolencia moral, invocó a Santa Marta y obtuvo curación. Por eso, en agradecimiento, viajó hasta su iglesia de la ribera del Tera en 1129 y confirmó todos los privilegios y el coto del cenobio. En el documento de confirmación se añadió que: “En su iglesia (de Santa Marta de Tera) el Señor devuelve la vista a los ciegos, oído a los sordos, el andar a los cojos; cura a los mancos, sana a los enfermos, limpia a los leprosos, expulsa a los demonios de los cuerpos posesos y hasta los prisioneros aherrojados se ven libres doquiera que se encuentren” [7]. Obsérvese que esta fórmula recuerda las virtudes curativas que se atribuían a Santiago en Compostela: el apóstol devolvía “la vista a los ciegos, oído a los sordos, palabras a los mudos, la vida a los muertos...”.


[1] Crónica Albeldense, en J. GIL FERNÁNDEZ, J. L. MORALEJO y J.I. RUIZ DE LAPEÑA, Crónicas Asturianas, Oviedo, 1985, pág. 177 y Chronicon de Sampiro, en E. FLÓREZ, España Sagrada, Tomo XI. Madrid 1905, pág. 440.
[2] M. FERNÁNDEZ DE PRADA, El Real monasterio de San Martín de Castañeda. Madrid 1998, pág. 138, nota 124.
[3][3] M. FERNÁNDEZ DE PRADA, Op. cit., pp. 114-115.
[4] M. FERNÁNDEZ DE PRADA, Op. cit., pp. 141-143.
[5] A. QUINTANA PRIETO, Santa Marta de Tera. Zamora 1991, doc. VIII, pp. 200-201.
[6] Sobre los monasterios y su papel en las comunicaciones, véase R. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, “Monasterios, caminos de peregrinación e infraestructura viaria en el norte de Zamora”, Brigecio, 10, pp. 45-66.
[7] A. QUINTANA PRIETO, Santa Marta de Tera. Zamora 1991.


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