jueves, 28 de diciembre de 2017

Nueva crónica portuguesa (1)

GENTE DE RAYA EN LAMEGO

José I. Martín Benito

Castillo de Lamego.

Los viajeros han venido a Lamego llamados por una vieja cuita sucedida hace más 600 años. Podría decirse que la culpa de este viaje la tuvo el Cisma de Occidente, cuando el Papa de Roma accedió a las pretensiones del Rey de Portugal, y separó del obispado de Ciudad Rodrigo las parroquias ribacudanas, entregándoselas al prelado lamecense. Cien años antes, las cabalgadas de D. Dinis habían integrado la Riba Côa en Portugal, pero los asuntos de la Iglesia iban por otro lado de las fronteras políticas.

Las doce serían –hora portuguesa- cuando los viajeros cruzaron el Douro por el viaducto de Peso da Régua y enfilaron a la ciudad del encajado valle del Balsemâo.

A pesar de su rico patrimonio monumental no es Lamego una ciudad turística o, al menos, no lo parece en estas fechas. Pronto descubrirán los viajeros que son los únicos huéspedes del Hotel do Cerrado, y no será porque éste esté fechado, pues, a pesar de su nombre, es un aposento limpio y confortable, a los pies del altivo castelo y a menos de trescientos metros de la catedral y del antigo paço episcopal. A la vuelta del viaje sabrán que casi todos los turistas españoles se desparramaron este puente por las ciudades de Oporto, Guimarâes y Braga. De ahí que en Lamego reine la tranquilidad y no el bullicio. Mucho mejor así.

Pero es hora de reconfortar el cuerpo, por lo que el espíritu podrá esperar. Lo hacen en el Restaurante Novo, que tiene una puerta acristalada, como una janela abierta a la portada de la seo, de la que le separan apenas 15 metros. Se sorprenden que de sobremesa les ofrezcan una crema catalana, y se dicen si ello no será una ironía histórica, con la que está cayendo. Mientras la degustan, llegan a la convicción de que este dulce amargaría al espíritu de Felipe IV, que tuvo que hacer frente a dos secesiones: la iniciada tras Els Segadors en el este y la comandada por la casa de Bragança en el oeste de sus peninsulares reinos.
Paço episcopal y Catedral desde el Castelo.

Reparado el cuerpo se dirigen a la catedral, una obra quinientista, con ecos del manuelino en su portada principal y, después, al pequeño y moderno museo diocesano donde hay una exposición sobre “Contas de rezar”.

Cuando cae la tarde, por la Rua do Olaria y la de Almacave inician la subida al castelo. La torre del homenaje ha sido rehabilitada como un centro de interpretación donde se muestran diversas armas y artillería medieval, lo que recuerda la de La Puebla de Sanabria. El adarve es un excelente mirador de la expansión de la ciudad. Muy cerca está lo que llaman el “núcleo arqueológico”, un espacio abierto al público donde pueden verse las entrañas del pasado. En verdad, todo el recinto del castelo lo es, y más entre dos luces. Romanos, suevos, visigodos, mouros y cristianos se sucedieron, hasta que llegó la conquista de Fernando Magno de León en 1057, siete años antes de la toma de Coimbra.


El poder militar fue cediendo paso al eclesiástico, que, andando el tiempo, fue buscando el confort de las partes más llanas para instalar la catedral y la residencia del obispo. No se olvidan los visitantes que Lamego fue diócesis antigua y, como tal, sus obispos estuvieron presentes en los concilios de Braga y de Toledo.
Monumento al Tratado de Zamora. Lamego.
Frente a la iglesia de Almacave un monumento recuerda el Tratado de Zamora de 1143, por el que el Rey de León reconocía a Afonso Henriques como testa coronada. Y es que fue en esta iglesia lamecense donde tuvieron lugar las primeras Cortes del nuevo Reino de Portugal. El autor de la conmemorativa estela concibió y llevó al granito una gran falla, que fractura y rompe de norte a sur el oeste del solar peninsular, para transmitir así la idea de separación o de independencia. De modo que es como si Portugal se desgajara de la ibérica península y se transformara en una isla, en una balsa de piedra a la deriva, como reflejara Saramago en su célebre novela. Lo curioso es que en esa fractura, el artista del pétreo monumento incluyó también as terras da irmâ Galicia.

En estas ensoñaciones estaban los viajeros, cuando repararon en las tiendas de la Rúa, reflejo de un comercio vetusto, ajado, que parece anclado en la década de 1970, a pesar de la apertura de nuevos locales, que tienden tímidamente a la modernización.
Portada de la catedral de Lamego.

Escultura en el Teatro Ribeiro Concaiçao. Lamego.
Teatro Ribeiro Concaiçao. Lamego.

6 al 9 de diciembre de 2017

(CONTINUARÁ)

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sábado, 23 de diciembre de 2017

¿Pallozas en Sanabria?

LAS CASAS DE PAJA DE LUBIÁN Y CHANOS

José Ignacio Martín Benito

Introducción
Antiguas pallozas de Paradaseca (El Bierzo, León). Foto Ramón Cela.
La palloza es una construcción tradicional del noroeste español, que ha pervivido en Los Ancares de las provincias de Lugo y de León (El Bierzo). Se trata de una casa de planta circular u ovalada, con paredes de piedra y cubierta con un tejado de forma cónica o a dos aguas, vegetal, generalmente de paja de centeno.

Para ellas se ha señalado un origen prerromano, pues muchas casas de los castros de la Edad del Hierro presentaban esta forma y, presumiblemente, se cubrían con techo vegetal. Es el caso, entre otros, de los castros de Santa Tecla (Pontevedra), Coaña (Asturias) o el de Chanos (León), por citar algunos de los más conocidos.

Hoy son meras reliquias, que perviven en Piornedo (Lugo), Balouta o Paradaseca (El Bierzo) y que despiertan el interés de curiosos y turistas, pero en otro tiempo su construcción debió estar muy extendida por el noroeste peninsular. Las del Campo del Agua con "teito" a dos aguas y cabecera en semicírculo fueron declaradas Bien de Interés Cultural por la Junta de Castilla y León en 2008. Pero unas y otras se encuentran abandonadas o caídas.
Palloza en ruinas, 2014. Campo del Agua (Foto de Santiago Casteao).

Las casas de paja de Lubián y Chanos

Muy probablemente este tipo de construcción estuvo también presente en Sanabria, al menos en las zonas más próximas a Galicia. Así nos lo revelan algunas fuentes históricas y, a principios del XX, los testimonios de viajeros estudiosos como Fritz Krüger. Vayamos por partes.


Testimonio de ello tenemos en el siglo XVII. Las noticias proceden de Lubián y Chanos, con motivo de una entrada del ejército portugués en noviembre de 1643 en la Alta Sanabria, en la Guerra de Independencia o de Restauración de Portugal (1640-1668). De ello dejó testimonio el jesuita José Martínez de la Puente, testigo directo en la frontera de La Puebla de Sanabria, como asistente del ejército de Galicia. Los portugueses formaron un ejército con gentes de Chaves, Miranda y Braganza y atacaron la frontera, quemando los lugares de Lubián y Chanos.
Azulejo con escenas de la Guerra de Portugal.
José Martínez se refiere a las casas de estas poblaciones como “casas de paja” o "casas pajizas”, lo que nos inclina a pensar o deducir que esta denominación obedece a que las construcciones se cubrían con techo o “teito” de paja –probablemente de centeno- que es el cereal que se cultivaba en la zona.


Los testimonios
José Martínez de la Puente: Madrid y diciembre de 1643

Relacion verdadera de lo que ha sucedido en la plaza y frontera de la Puebla, en el mes de Noviembre, hasta 30 dél, por el P. José Martinez, de la Compañía de Jesús, que se halló presente á todo . 

“Despues se retiraron ellos con armas y municiones, dejando al lugar de Lubian solo con el casco de 50 casas de paja, que tan solamente quemaron ... ya el enemigo se habia retirado viendo asomar el socorro, temiendo lo que podia suceder, no dándole lugar á mas de que quemase el lugar de Lubian y Chaves [Chanos], que habian quedado solos con sus casas pajizas". 

Me cuenta Felipe Lubián, alcalde de Lubián, que en este pueblo hay un pago en la parte baja del pueblo que llaman "Las Quemadiñas", seguramente relacionado con el episodio mencionado de la quema del lugar por los portugueses.

Krüger y las casas de paja

Esta tradición de teitar con paja de centeno se mantenía viva en Sanabria en la década de 1920, tal como dejó constancia  Fritz Krüger, académico, fotógrafo y etnógrafo alemán, en su obra "La Cultura popular en Sanabria". Entre la tipologia de viviendas señaló dos tipos: "la casa más antigua, de un piso y con tejado de paja, que se ha conservado esporádicamente en los pueblos de montaña (Ribadelago, Vigo, Murias, S. Ciprián) y la casa de dos pisos, desarrollada seguramente a partir de aquella. Esta casa de dos pisos ya tiene el tejado de pizarra, la planta baja está ocupada por la cuadra, mientras que la superior es vivienda-hogar; dispone, además de balcón y escalera de piedra. Hoy día el segundo tipo prevalece claramente".

Esto es, a principios del siglo XX, aún existían en Sanabria las "casas de paja", esto es, la vivienda con teito de paja de centeno, seguramente como las que quemaron los portugueses en 1643 en Lubián. Sin embargo, esta tipología ya iba en decadencia, pues según señala el antropólogo alemán, la casa que prevalecía era la de dos plantas y tejado de pizarra.
Herreruela (Cáceres), principios del siglo XX.

Ribadelago, Krüguer, principios del siglo XX.

[1] Cartas de algunos PP. de la Compañía de Jesús. Sobre los sucesos de la monarquía entre los años de 1634 y 1648. En Memorial histórico español. Colección de documentos, opúsculos y antigüedades. Madrid. Real Academia de la Historia, Tomo XVI, pp. 167 y ss.

Palloza de Piornedo (Lugo).
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lunes, 18 de diciembre de 2017

El retablo de Fernando Gallego de Ciudad Rodrigo

LA VENTA DEL RETABLO

José Ignacio Martín Benito
Retablo de Ciudad Rodrigo. Museo de Tucson (Arizona).
Una de las piezas artísticas más relevantes del arte mueble de la catedral de Ciudad Rodrigo fue el retablo de la capilla mayor, obra del pintor Fernando Gallego (c. 1440-1507). El pintor trabajó en Salamanca, Plasencia, Coria, Trujillo, Zamora y Ciudad Rodrigo, entre otros lugares. De su obra destaca su "Cielo de Salamanca", pintado en las Escuelas Menores de la Universidad salmantina. En Zamora dejó las famosas tablas de Arcenillas y el retablo de San Lorenzo (Toro). En 2004 se celebró en Salamana una gran exposición sobre su obra.

Fernando Gallego y Ciudad Rodrigo

Fueron los años de finales del siglo XV fecundos, en cuanto a encargos de obras por parte de la catedral, siendo deán Francisco del Águila. En 1480 el cabildo había contratado con Fernando Gallego el retablo de la capilla mayor. El maestro, con ayuda de otros tres colaboradores (Francisco Gallego, el "maestro de los labios" y el maestro de las caras y armaduras") lo término en 1488. El padrón de 1486 recoge su estancia en la ciudad, viviendo en la calle Cadimus o en la de Toro[1].

El cielo de Salamanca, de Fernando Gallego.
A decir de Gaya Nuño el retablo de Ciudad Rodrigo "ha de ser considerado... como uno de los conjuntos más importantes de la pintura española cuatrocentista[2]. Debió tener 12 m. de altura y unas 47 tablas.

Pero toda obra es efímera. A finales del siglo XVIII, el cabildo decidió cambiar el fondo de la capilla mayor y en el lugar donde estaba del retablo de Gallego colocar un retablo de plata. Y así lo hizo, por lo que las tablas fueron desmontadas y retiradas al claustro. La inscripción que acompañaba al retablo en el basamento, y que recoge Hernández Vegas[3], desapareció. Como acabó también desapareciendo el retablo de plata en las guerras de comienzos del siglo XIX.

La venta del retablo por el Cabildo

Ecce Homo. Tucson (Arizona)
Allí en el claustro las tablas estuvieron amontonadas más de un siglo, al tiempo que se fueron perdiendo o "extraviando" algunas de ellas. De modo que en 1877 eran de las 46 ya sólo quedaban 26. En la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX los anticuarios y coleccionistas pusieron los ojos en las obras de arte del patrimonio español. Y mucho de ello había en las antiguas catedrales. Ocurrió en Zamora, con su célebre "Bote" y varios tapices. Aquello fue un caso de codicia. Quién sabe si esta no estuvo también en el ánimo de la venta de las pinturas de Fernando Gallego. Lo cierto es que las tablas, de lo que fue en su día el retablo mayor de la seo civitatense, estaban sentenciadas. Y así, en ese año de 1877, las tablas fueron vendidas por 30.000 reales, con la aprobación del Cabildo. Ocurrió, es verdad, cuando Ciudad Rodrigo no tenía obispo propio y dependía de la administración apostólica del obispo salmantino, Martínez Izquierdo


Las tablas camino del exilio

Vendidas, las tablas salieron de España con destino a la colección de Sir Herbert Cook en Richmond (Inglaterra); sacadas a finales de la década de los cincuenta del siglo XX al mercado internacional de arte, fueron adquiridas por la fundación Samuel H. Kress, la cual las donó a la Universidad de Arizona, en donde fueron exhibidas por primera vez en 1960. Hoy están expuestas en el Tucson Museum of Art (Arizona, USA).
Retablo de Ciudad Rodrigo (Tuccon, Arizona, USA).
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[1] "El pintor gallego", en: Mª F. García Casar, Fontes Iudaeorum regni Castellae. VI. El pasado judío de Ciudad Rodrigo. (Salamanca 1992, 112, doc. XXVI/2). En el padrón figura también un "Luys, pyntor", en la Calle de Diego Ruvio con San Vicente y San Salvador.

[2] J. A. Gaya Nuño, Fernando Gallego (Madrid 1958, 22 y 38).

[3]M. Hernández Vegas, Ciudad Rodrigo. La Catedral y la Ciudad. I. (Salamanca 1935, 249 y ss).

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Un peregrino curioso y el castillo de Benavente

“COSAS QUE SON DE REY”

José I. Martín Benito

Castillo de Benavente.
Bartolomé de Villalba y Estaña fue un clérigo benedictino, autor del Pelegrino Curioso y otras Grandezas de España, un manuscrito de 1577 que fue publicado casi 300 años después de haber sido escrito, gracias a la Sociedad de Bibliófilos Españoles entre 1886-1889.

El autor, valenciano de origen (1548-1602) viajó por España y Portugal entre 1573 y 1576. Hizo el Camino de Santiago por la vía de la Plata. Procedente de Salamanca, llegó al monasterio de Valparaíso, y luego Zamora, Moreruela y Benavente; desde aquí a Astorga, el Bierzo y el Cebreiro camino de Galicia.

De Benavente ensalza el castillo-palacio y la armería, así como el trato con el que le dispensaron los señores de la villa. Es uno más de los testimonios que alaban tan magnífico palacio, que le dejó sorprendido, tanto la edificación como lo que en ella se guardaba. “Tiene el Conde cosas que son de Rey y demuestran la antigüedad de aquella casa”, escribe nuestro peregrino.

El castillo se le antoja como uno “de los alcazares reales buenos que hay en España, porque es palacio con todas las calidades que se requieren... con su foso y barbacana y otras cosas que le fortifican, y demás de esto... gran patio, lindos corredores, hermosos balcones... salas, recibidores, antecámaras”. Alaba también la armería, “que es cuadrada, y todos los blasones de las personas calificadas están allí, y es muy dorada y vistosa, y demás de esto hay unos aposentos con un corredor que extiende la vista al campo, al río, á la huerta, á la villa, que es cosa real, y todo es tan bueno”.
Mercurio peregrino. Durero.

El peregrino curioso se refiere también a los monasterios de monjes y monjas con los que contaba la villa benaventana, entre ellos el de Santo Domingo, San Francisco y San Jerónimo, que en ese momento estaba en obras sufragadas por el conde.

El Hospital de la Piedad

Villalba y Estaña no podía pasar por alto la obra benéfica del conde en relación con las peregrinaciones a Santiago, el hospital de la Piedad, donde alaba el tratamiento que se hace a los peregrinos:


"De ahí se puso en un hospital, que tiene el Conde para pelegrinos, donde se les festeja, no como en hospital sino como en palacio".


El jardín y el bosque

Pero si el castillo sorprendió al peregrino valenciano, tampoco le dejó indiferente el jardín. Este estaba precedido de una larga alameda,“que tiene tres carreras de caballo..., que es cosa por cierto rica ver aquella multitud de árboles y aquella altura y la amenidad que mueven”. Del jardín dice que es muy hermoso, con muchos viveles de pescado. Sin embargo, el peregrino no quiso ver el coto de caza de los condes, a pesar de que lo quisieron llevar, excusándose que no era montero. No obstante, refiere que hay en la dehesa muchos corzos, gamos y otros géneros de caza.


De Benavente partió el peregrino hacia Villabrázaro, donde tuvo una amarga experiencia como ya relatamos en un post anterior.

El impresionante castillo de Benavente fue derribado y, posteriormente, demolido, en el siglo XIX y primer tercio del siglo XX.
Escena de caza aristocrática.

Os dejo aquí el relato del peregrino:

“Otro dia dio el Pelegrino en la principal villa de Benavente, que es cierto de las mejores poblaciones de su tamaño en España. Tiene tres mil vecinos; es poblada de mucha gente de lustre. Tiene buena campiña, y buenas huertas; tierra bastecida de todas provisiones. Es de lo bueno de Castilla la Vieja, y los condes tienen aquí calificadas casas, las cuales pudo ver el Pelegrino á plazer, por que el conde de Mayorga y [el] de Luna, como habían estado con su padre en Valencia, recibieron al Pelegrino bien benignamente; y Don Diego Ladron de Guevara fue su guía para ver las cosas notables: que cierto sin fiction ninguna, tiene el Conde cosas que son de Rey y demuestran la antigüedad de aquella casa, la calidad de la cual es notoria á todos los de España y á los de Europa. Entre otras cosas, el palacio del Conde, que está subido en un alto, es de los alcazares reales buenos que hay en España, porque es palacio con todas las calidades que se requieren, lo uno porque es fuerte y está bien murado, con su foso y barbacana y otras cosas que le fortifican, y demás de esto segundariamente tiene en sí todo lo que se puede pedir, gran patio, lindos corredores, hermosos balcones y enayas (sic) y rejados grandes; salas, recibidores, antecámaras, y entre las piezas muy buenas que tiene, notó el Pelegrino la sala que llaman de las armas, que es cuadrada, y todos los blasones de las personas calificadas están allí, y es muy dorada y vistosa, y demás de esto hay unos aposentos con un corredor que extiende la vista al campo, al río, á la huerta, á la villa, que es cosa real, y todo es tan bueno que se le hace agravio notable en no explicarlo, y tanto, que cualquier señor que la viere, quedará con gusto della.

Y ansí, llegando un príncipe de Alemania á visitar al Conde, que se conocían, le comenzó á mostrar su recamara y armería y cosas particulares, y entre ellas el Conde, por cosa que lo merecía, le mostró su palacio y grandezas, y particularmente, viniendo á la cocina, como por allá son más epicúreos, dixo el Principe: “Pequeña cocina me parece esta, Señor Conde, para tan gran cassa”. El Conde, que era sabio, le respondió: “Ser pequeña la cocina ha hecho que la casa sea tan grande”. Respuesta de principe prudente por cierto. Pues siguiendo nuestro Pelegrino los pasos de su guía, llegaron á la armería, la cual sin agravio de nadie, quitando la del Rey, es la mejor cosa que hay en España. Habrá en ella más de dos mil coseletes todos con el aderezo necesario y unos espejos que os podéis mirar en ellos, y otras muchas invenciones y generos de armas, que nuestro pelegrino quedó muy pagado. De ahí se puso en un hospital, que tiene el Conde para pelegrinos, donde se les festeja, no como en hospital sino como en palacio. Tiene dedicados para él tres mil ducados de renta, y se precian aquellos señores de tener particular vigilancia en él. De allí pusieronle en San Francisco, sepultura de los condes, y es el vaso de abajo muy curioso: casa muy buena de cuarenta frayles, aunque se quemó ha pocos años. Allí dieron con él en San Jerónimo, monesterio que para el Santo labraba á la sazón el Conde; de allí á Santo Domingo, casa de veinte frayles, y después á dos monesterios de monjas, unas dominicas y otras franciscas. Este ultimo es grande, de cincuenta mongas y donde los condes menguan las mujeres de su linaje recogiéndolas allí. De todo esto el Pelegrino estaba tan pagado, que dixo á su guía: “que, señor tantas calidades tiene en su tierra haze mal en ir á mandar á las agenas,”- “Esto decis, le respondió, porque el Conde fue el Visorey en Valencia[1], pues aunque no estemos en ella quiero que veais lo que, fuera della, habeis visto pocas cosas mejores, que es el jardín del Conde”. Al cual fueron, y nuestro Pelegrino luego echó ojo á una cosa harto rara, que es un hueso ó una canilla estar metida dentro de una piedra, lo cual muestra que creciendo la ha embebido allí[2], y entrando por la primera puerta vió otra bravata, que hay una alameda que tiene tres carreras de caballo, la cual sirve de recebidor del jardín, que es cosa por cierto rica ver aquella multitud de árboles y aquella altura y la amenidad que mueven. Entrando dentro el jardín, que es muy hermoso con mucha jardinería en las yerbas, muchos viveles con pescados, su casa, y en esta otra curiosidad no menos de notar, que está repartida de tal manera que la Condesa con sus damas no tenga que de partir ni que, si quieren, con el Conde ni sus criados; que todo pareció á nuestro Pelegrino muy bien, y aunque al coto le querian llevar, que á medida legua ó poco más debe de estar, se excusó con el habito, que no era de montero. Tienen en la dehesa muchos corzos, y gamos particularmente y otros generos de caza, y en Benavente detuvose nuestro Pelegrino más de lo que pensaba".


[1] Se refiere a Juan Alonso Pimentel Enríquez, VIII conde de Benavente, que fue virrey de Valencia desde 1598 a 1602 y luego virrey de Nápoles, entre 1603 y 1610. El conde murió en 1621, siendo Presidente del Consejo de Italia. Sobre su figura y labor de mecenazgo, véase M. SIMAL LÓPEZ, Los condes-duques de Benavente en el siglo XVII. Patronos y coleccionistas en su villa solariega. Benavente, 2002, pp. 33-48.

[2] Se refiere, seguramente, a un fósil. Recordemos como el área de Benavente, ha deparado hallazgos paleontológicos, al igual que se han hallado en el término de Matilla de Arzón. Véase el artículo de E. JIMÉNEZ FUENTES, “Restos de tortugas y Rinocerontes fósiles de Benavente”. Brigecio, estudios de Benavente y sus tierras, anuario nº 1, 1989, pp. 165-166.

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viernes, 8 de diciembre de 2017

Imágenes milagreras y protectoras

EL CRISTO DE LAS BATALLAS DE SALAMANCA

José I. Martín Benito

Cristo de las Batallas. Salamanca. Postal.

El Cristo del Cid y del obispo Jerónimo

En la catedral de Salamanca hay un Cristo románico al que se denomina “de las Batallas”. El crucificado habría acompañado al Cid Campeador en los combates. Según la tradición, fue traído en 1102 por el obispo Jeronimus de Perigueux (Jerónimo de Perigord), cuando este se hizo cargo de la sede salmantina. Cuando murió el prelado, encima del arco de su sepultura se colocó “la sagrada Imagen de el Santisimo Christo de las Batallas, espada y estandarte con que el santo Obispo peleaba, y animaba á los soldados, y a quien el valeroso, y esforzado Cid atribuía sus victorias”. Estuvo en la catedral vieja hasta su traslado a comienzos del siglo XVII a la capilla de San Jerónimo, en la seo nueva (Bernardo Dorado, Compendio Histórico de la ciudad de Salamanca, 1776, pp. 104 y 460. La imagen estuvo allí hasta que se le hizo capilla propia detrás del altar mayor, a la que fue trasladada en 1734 (Op. cit. 527).

Gil González Dávila y su historia

Sobre esta imagen Gil González Dávila escribió y publicó una obra titulada Historia de la imagen del Santíssimo Christo de las Batallas, que está en la Sancta Iglesia Cathedral de Salamanca, impresa en 1615. El historiador hizo también referencia a esta imagen en el Theatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los Reinos de las dos Castillas (Madrid 1650), cuando se ocupó de la diócesis salmantina y de sus obispos. Concretamente, al referirse al retablo que pusieron en el arco donde fue sepultado el obispo Jerónimo, González Dávila escribió: "encima del colocaron la imagen del Santo Christo de las Batallas, que fue deste prelado, y se le dio este nombre por ser tradición constante, que entrava con el en las batallas que el Cid dio a los moros. Estuvo encima del arco espacio de 500 años, hasta que el de 1607, manifestó Dios con milagros la gloria desta imagen, en el mismo año y mes que los Moriscos de Valencia dieron fin a la conjuracion que tratavan contra la salud destas Coronas, y Reynos. Y escribi, por mandado de su Cabildo, la historia de esta santisima Imagen, que anda impresa" (238-239).

Imagen devocional y milagrera

Fue una imagen que gozó de mucha devoción en la ciudad, a la que se hacían rogativas en tiempos de guerra y de peste, sacándole en tales casos en procesión con gran ceremonia. En 1609 se le dedicó al Cristo una gran lámpara de plata que decía: “Al Santisimo Christo de las Batallas Senado y Republica de Salamanca consagraron esta Lampara agradecidos á los muchos milagros, y beneficios recibicos, siendo Pontifice Paulo V, reinando Felipe III, obispo don Luis Fernandez de Cordoba, corregidor don Pedro de Ribera, dotóla la Ciudad por la salud de el pueblo salmantino. Año de 1609”
Pinturas murales de José Sánchez, 1615. Catedral Vieja.
La imagen tuvo fama de milagrera. En la catedral vieja, en la nave del Evangelio, hay unas pinturas murales que en 1615 salieron de la mano de José Sánchez y que reproducen escenas de varios milagros atribuidos al Cristo de las Batallas. Las escenas se distribuyen a modo de grandes aleluyas (14 cuadros arriba y 4 abajo. Y es que por mediación del Cristo, encomendándose a él, untándose con el aceite de su lámpara o llegándose hasta su altar, sanaban enfermos y tullidos, salvaban los caídos a pozos y al río Tormes, y encontraban alivio las parturientas o salían ilesos los que habían recibido la caída de muros y piedras (Fernando Araújo, La Reina del Tormes, 1884, pp. 14-16).
Exvotos. Catedral Vieja. José Sánchez 1615.
Se buscó su amparo y protección en las epidemias de cólera de 1834 y 1855. Con motivo del comienzo de la guerra de África de 1858, se le sacó en procesión por las calles de la ciudad (Historia de la ciudad de Salamanca de D. Bernardo Dorado, corregida en algunos puntos, aumentada y continuada ... edición de Ramón Girón, 1861, pp. 72-73). La ciudad recurrió de nuevo a la santa imagen en 1922, tras el desastre de Anual en el norte de África, haciéndole una novena.

Unamuno y el Cristo de las Batallas

Miguel de Unamuno se ocupó varias veces en sus escritos del Cristo cidiano. En 1912, en un artículo titulado “Salamanca” evoca al primer obispo de la diócesis enterrado “cerca de donde descansa el viejo y negro Crucifijo que el Cid llevaba en sus campañas, el Cristo de las Batallas.

Volvió sobre él el 9 de agosto de 1922 en un artículo titulado “El Cristo de las Batallas” publicado en “El Mercantil Valenciano” (Valencia, 1922): “En el altar de la Catedral Nueva de Salamanca, junto al sepulcro del obispo del Cid, hay un viejo Crucifijo negro, ceñudo, con los brazos a escuadra, al que se le llama el Cristo de las Batallas. Es de tradición que era el que llevaba en sus algaras y expediciones el Cid para armar el altar campestre en que se celebraba misa de campaña”.
Miguel de Unamuno.

Según el escritor el crucifijo no despertaba la devoción popular y era más una curiosidad arqueológica. Tal vez se equivocaba el rector, pues él mismo cuenta como se le había hecho una novena. El oficio se enmarcaba en el contexto de la Guerra de Marruecos, un año después del desastre de Anual (1921) y de la rebelión del líder rifeño Abd-el-Krim, que dio lugar a una ofensiva rifeña y a una reacción española. “Frente a este crucifijo negro, rígido, envarado, se prosternan las madres salmantinas pidiendo que termine la algara de Marruecos, “donde las mezquitas son”, en alusión al Cantar de Mio Cid, cuando el de Vivar pensó llevar allí la guerra: “Antes tu minguado, agoro so/ que he aver a tierra e oro e onor/ Allá dentro en Marruecos, o las mezquitas son/ que abran de mi salto quiçab alguna noche”.

El 7 de octubre de 1922 Unamuno escribió “La oración de doña Jimena” en “De esto y aquello”. Sobre la plegaria, que ocupa los versos 220 a 365 del Poema de Mío Cid, termina diciendo el rector: “Esta oración, ¿la rezó acaso doña Ximena, ante este crucifijo negro, rígido, con los brazos en escuadra, curtido a soles y a hielos que con el nombre de Cristo de las Batallas se conserva hoy en una capilla de la catedral nueva de Salamanca junto al último sepulcro del obispo don Jerome, crucifijo del que es tradición que fue el que el Cid llevaba para los altares de campaña, en sus correrías? El de este crucifijo es un Cristo Martillo... ¿y es con todo, este Cristo de las Batallas, tan nuestro?" (Obras completas, III, 1039, octubre, 1922.
El Cid, obra de Juan Cristóbal González Quesada (1955). Burgos.
Y un año después, volvía el rector sobre la imagen: “Hay aquí, en Salamanca, uno que dicen que llevaba en sus campañas el Cid, aquel guerrillero faccioso... – el Cristo de las Batallas es una advocación... muy poca cristiana” (Obras completas, IX, 1179, 1923), en lo que insiste cuatro años más tarde: “Un terrible Cristo que nada tiene de cristiano” (Hojas Libres, nº 6, septiembre, 1927).

La restauración de la imagen

Cristo de las Batallas, restaurado. Salamanca.
La negrura del Cristo que tanto llamó la atención a propios y extraños, y que Unamuno destaca una y otra vez, no era más que fruto del humo de las velas, de los repintes y de la patina del tiempo. Cuando la imagen fue restaurada entre 2009 y 2012, el Cristo recuperó su primitivo color y el negro se perdió en el recuerdo y en los testimonios literarios unamunianos.
Y es que, en efecto, la imagen fue restaurada y replicada. El Cabildo en abril de 2012 la retiró del culto y la depositó en el Museo catedralicio. En su lugar colocó una réplica que se hizo en un taller de Alcalá de Henares (La Gaceta de Salamanca, 23 abril 2012).

Otras advocaciones del Cristo de las Batallas

Esta advocación está también presente en las localidades salmantinas de Aldea del Obispo, Bermellar, Castellanos de Moriscos, Santiz, Cantagallo, Macotera, Montemayor del Río o Sequeros. Ya fuera de la provincia salmantina la enconramos en las cercanas ciudades de Ávila, Toro, Tordesillas, Palencia, Plasencia y Cáceres o en las villas de Rueda (Valladolid) y Santiago de Alcántara (Cáceres), entre otras.

Cristo de las Batallas. Sequeros (Salamanca).