José I. Martín Benito
El gusto por lo oriental, esto es ataviarse a la moda morisca, con vestidos de lujo y tejidos de seda se extendió a los poderosos, tanto a reyes como a nobles. La colección textil del monasterio de Las Huelgas (Burgos) revela que fueron los propios monarcas los que encargaron piezas mudéjares en los que hicieron plasmar su propia heráldica (Serrano-Niza, L). Es el caso del ajuar del infante don Fernando de la Cerda, encargado a un taller mudéjar; el tejido lleva escudos con castillos y leones. Reyes, nobles y clérigos encargaban también piezas a talleres mudéjares, que mantenían las tradiciones técnicas y ornamentales de los tejidos andalusís. Un ejemplo significativo de este gusto por la vestimenta y tejidos sureños es la capa pluvial del Museo Catedralicio de Burgos, encargada por los condestables de Castilla, y elaborada con un tejido nazarí organizado en bandas paralelas con inscripciones árabes cursivas.
Isabel la Católica, por Juan de Flandes (1500). |
Capa pluvial, de los Condestables. Museo catedralicio de Burgos. |
Toma de Vélez Blanco. Catedral de Toledo. |
Borceguí. Detalle de un retablo de Jaime Huguet, h. 1465. |
No obstante, el uso indiscriminado de colores -a la morisca- podía ser objeto de Antón de Montoro (1404-1483) -poeta satírico judeo-converso- “a un portugués que vido vestido de muchos colores”.
burla, como en estos versos de
Dezid, amigo ¿sois flor
O obra morisca de esparto?
¿o carlanco o ruiseñor?
¿O sois martín pescador
O mariposa o lagarto?
O obra morisca de esparto?
¿o carlanco o ruiseñor?
¿O sois martín pescador
O mariposa o lagarto?
No obstante, a pesar de estas chanzas, lo sureño hispánico -esto es, lo musulmán, destacaba en la moda en la Baja Edad Media peninsular, debido al contacto permanene de los territorios cristianos con el reino nazarí de Granada, donde llegaban las rutas orientales (puerto de Almería). Convergían estas también con influencias francesas e italianas.
Lo oriental contribuía a hacer ostentación de lo suntuoso, que servía para exponer y reforzar la imagen de la majestad real. Como ha escrito María Martínez: “El gusto por lo oriental, por los tejidos de lujo y las sedas arropaba la nueva moda de vestir de los poderosos, especialmente de los reyes que deseaban manifestar con la riqueza exclusiva de atavíos suntuosos la imagen de un poder recuperado, fortalecido y pretendidamente indiscutible. Para revestir ese poder los monarcas se sirvieron de las técnicas musulmanas enraizadas en las ciudades hispanas que fueron recuperando o mantuvieron los contactos con el mundo musulmán. La influencia de la indumentaria hispano-musulmana, caracterizada por un variado muestrario de textiles, telas ricas y sedas y modelos fácilmente identificativos -aljubas, tocados, sayas y camisas- fueron muy del gusto de la estética del poder, de los reyes, reinas, nobles y damas hispanocristianos, quienes los importaban desde algunas ciudades meridionales (Almería, Málaga, Granada, Sevilla) o de otros centros....” .
Saya de don Fernando de la Cerda (s. XIII). Patrimonio Nacional |
Almodaha de don Fernando de la Cerda (s. XIII). Patrimonio Nacional |
La propia reina Isabel la Católica gustaba de usar prendas moriscas para vestir. Así la retrató Juan de Flandes en 1500, con toca, velo, camisa morisca (de tiras) y joyel. Prendas de vestir típicamente islámica formaban parte del vestidor de la Reina, como lo confirman las cuentas de su tesorero, Gonzalo de Baeza, y el inventario de los tesoros del Alcázar de Segovia.
Bibliografía:
BERNÁLDEZ, A. Crónica de los Reyes Católicos. Crónicas de los Reyes de Castilla.
MARTÍNEZ, María: "La creación de una moda en la época de los Reyes Católicos". Aragón en la Edad Media, ISSN 0213-2486, Nº 19, 2006 (Ejemplar dedicado a: Homenaje a la profesora María Isabel Falcón), págs. 343-380.
MARTÍNEZ, María: "Influencias islámicas en la indumentaria medieval española".
SERRANO-NIZA, Lola: "La expresión de tela. Una aproximación a las inscripciones en los tejidos andalusíes". CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, pp. 29-35.
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