miércoles, 28 de marzo de 2018

Héroes de la Guerra de la Independencia española (1)

ANDRÉS PÉREZ DE HERRASTI Y EL SITIO DE CIUDAD RODRIGO

José Ignacio Martín Benito
Monumento a Herrasti (Ciudad Rodrigo)

El 9 de julio de 1810 el ejército francés se preparaba para el asalto definitivo de la plaza de Ciudad Rodrigo. Lo culminaría al día siguiente, una vez que consiguieron abrir una brecha en la muralla. Los defensores capitularon después de 77 días de asedio, un caserío destruido, una población agotada y una guarnición disminuida.

El sitio había comenzado el 25 de abril cuando el mariscal Ney se presentó ante la plaza de Ciudad Rodrigo exigiendo la rendición. A principios de junio, la llegada de Masséna  estrechó el cerco, concentrando un notable tren de artillería ante la ciudad.

El sitio de Ciudad Rodrigo de 1810 es recordado en el Arco de la Estrella de París, como una de las gestas de las guerras napoleónicas. Pero tampoco ha pasado desaparecibido para los naturales del país. Ciudad Rodrigo lo ha estado recordando desde entonces, presente en la memoria colectiva, en las conmemoriaciones y en la historia viva de los mirobrigenses.

El mando de la defensa de Ciudad Rodrigo durante el asedio francés de 1810 correspondió al general D. Andrés Pérez de Herrasti y Pérez del Pulgar (Granada, 1741-Barcelona, 1818). El cerco comenzó en los primeros días de febrero y se mantuvo hasta el 10 de julio, día de la capitulación. Como el propio Herrasti escribiera al Secretario de la Guerra, habían sido “77 (días) de cerco, 35 de trinchera formada, 16 de bombardeo y cañoneo continuo, y 13 de brecha abierta”. De todo ello, dejó escrita una “Relación Histórica y circunstanciada de los sucesos del sitio de la plaza de Ciudad Rodrigo...”, obra ésta que vio a la luz en 1861 en la imprenta nueva de Dª Carmen de Verdi (reedición facsímil, Coedición del Centro de Estudios Mirobrigenses y la Fundación Ciudad Rodrigo 2010).

Tras la capitulación, el general Herrasti fue deportado a Francia. Repatriado, el 27 de julio de 1814 fue ascendido a teniente general y nombrado gobernador militar de Barcelona, donde murió el 24 de enero de 1818. En1836, el ayuntamiento de Ciudad Rodrigo levantó un monumento en su honor y en el de los cuerpos defensores de la plaza.

Monumento a Herrasti. Ciudad Rodrigo.
 El retrato del general Pérez de Herrasti

Retrato de A. Pérez de Herrasti.
De esta etapa catalana debe ser el retrato original de la copia que se guarda en el salón de plenos del ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, donado en 1902 al consistorio por un descendiente del militar, don Antonio Pérez de Herrasti y Antillón. En la sesión plenaria del 3 de agosto de ese año se dio lectura a la carta que el Sr. Marqués de Villa Alcázar, en representación del conde de Antillón, dirigió a la corporación mirobrigense, ofreciéndole el retrato del defensor de la plaza, a lo que el ayuntamiento accedió gustoso, “teniendo en cuenta que el heroico general Pérez de Herrasti con sus hechos en la defensa de esta Plaza contra la invasión estrangera enalteció la historia Patria suscribiendo la página más gloriosa de la de esta ciudad, testigo de un heroísmo y teatro de sus glorias”. El consistorio acordó colocarlo en “lugar preferente de su sala capitular”. En él, sobre un fondo neutro, se representa al general, de medio cuerpo, sujetando una carta con la mano izquierda sobre una mesa. Lleva casaca azul oscuro de cuello alto con ribete de galón de oro y solapas abiertas; en las bocamangas dos filas de entorchados dorados. A la altura del pecho cuelgan varias condecoraciones militares, entre ellas la Gran Cruz Laureada de San Fernando y la Cruz de San Hermenegildo. Banda cruzada roja. El cabello canoso y el rostro, con cierto abatimiento, reflejan las duras jornadas de sus últimos años de servicio (la heroica defensa de Ciudad Rodrigo y el exilio y prisión en Landau, en cuya fortaleza estuvo cinco meses encerrado e incomunicado).

El marco del cuadro (102 x 82 cm.) lleva apliques metálicos dorados, con cabezas de leones afrontados, carey y ribetes con taracea. Se remata con el escudo de armas de los Pérez de Herrasti, esto es, tronchado, con banda de gules en campo de oro, rellena de ocho aspas de oro, y en cada parte una encina de sinople, con un oso de sable empinado al tronco (en la foto que aquí publicamos del retrato del general, no se incluye el marco).

Como ya se apuntó más arriba, el sitio de Ciudad Rodrigo es recordado en el Arco de la Estrella de Paris, junto a otras batallas de la Guerra peninsular, como Gerona, Zaragoza o Badajoz, entre otras.

Batallas de la Guerra de la Independencia en el Arco de la Estrella de París (Foto de Luciano Huerga).


Bibliografía:
J. De Ramón Laca: El general Pérez de Herrasti. Héroe de Ciudad Rodrigo. Madrid, 1967.
AA.VV.: La alianza de dos monarquías: Welington en España. Madrid, 1988
J. I. Martín Benito: "Retrato del teniente general D. Andrés Pérez de Herrasti, Ficha catalográfica pp. 82 y 163 . En Los Arapiles. La batalla y su entorno. Salamanca 2002.

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viernes, 23 de marzo de 2018

Calles, plazas y ermitas de Sevilla

TRIANA, PUENTE Y APARTE

 José Ignacio Martín Benito

Estatua de Velázquez (plaza Duque de la Victoria)
En el Museo de Sevilla están -sí- los jardines, pero no hay rastro del joven pintor desesperado por la huída de su “Triniá”. En eso estaban los viajeros, evocando a Miguel de Molina y a Carlos Cano, bajo la estatua de Murillo, cuando deciden que lo que han venido a ver son los lienzos de la escuela barroca sevillana; así que dejan la copla por el pincel y recorren los muchos patios y salas del antiguo convento de la Merced.

Saciado el espíritu, desde el Arenal se dirigen a los Reales Alcázares, no sin antes pasar por el plateresco ayuntamiento de Riaño y envolverlo en su cámara digital. Pero la entrada en los Reales es complicada, de efectos retardados. No es, "vamos a entrar" y ¡hala! "ya estamos". Los viajeros, como tantos otros, deberán esperar a que la cola que les precede sea engullida por las fauces del león que guarda la puerta; sólo así entrarán en la morada del rey don Pedro y podrán admirar los azulejos, atauriques y mocárabes.
Pero los visitantes quieren empaparse del alma sevillana al otro lado del río. Por la tarde, bajarán hacia la torre del Oro y cruzarán el puente que les lleva a la margen izquierda.

Triana es a Sevilla lo que el Trastévere a Roma. El río sigue fluyendo, se llame Betis, río Grande o Guadalquivir, que lo de menos es el nombre, mientras lo surquen galeras, bajeles o piraguas; mientras corra por la depresión en busca del océano. El río baja sucio en su curso bajo. Un barbo muerto flota vientre arriba. También, en los jardines de los Reales Alcázares, una tórtola sin vida, rodeada de hojas marchitas, espera volver a ser polvo de la tierra.
Tórtola muerta en los Reales Alcázares.

Para acceder a los embarcaderos hay que buscar la entrada entre restaurantes. Allí bajarán los viajeros, no para comer –que ya lo hicieron- ni para subirse a una barca, sino para ver los reflejos de la torre del Oro en las mansas aguas del río.
Por la calle de Troya, los visitantes se dirigen al corazón de Triana. Una placa recuerda que en otro tiempo se llamó de La Cruz, ambiente de la novela cervantina de Rinconete y Cortadillo en el patio de Monipodio.


¡Quién lo iba a decir!, pero en uno de los bares de Triana, los viajeros se toparon con una fotografía de Barrio de Sanabria, de Paisajes Españoles. Ya lo ven, pusieron rumbo al sur y el norte, como una sombra, les persigue. Pronto encontrarán la explicación; el padre del camarero es oriundo de tierras sanabresas, donde tiene una casa a la que la familia retorna todos los veranos. En el interior, se ofrecen varias participaciones de la lotería de Navidad, tanto de la Hermandad del Cachorro como de la Esperanza de Triana. A la salida descubren más ecos sanabreses; no habían reparado a la entrada en el nombre del establecimiento: “Bar Remesal, especialidad de caracoles”. Y es que el norte está tan lejos y tan cerca. Por la mañana, en la calle Sierpes, los viajeros se encontraron con Paco, un maestro zamorano al que conocieron hace veinticinco años. Ahora vienen a saber que organiza viajes y, durante estos días, está en Sevilla de visita con unos amigos.

Torre del Oro y río Guadalquivir.
Es a la ermita del Cachorro a dónde encaminan sus pasos los viajeros. Antes pasarán por la iglesia de la Hermandad de la Divina Pastora. Estamos aquí en el corazón de la religiosidad sevillana, a este otro lado del río. Y es que, como dicen sus habitantes: “Triana es puente y aparte”. Aquí se dan la mano béticos y sevillistas, que el color alcanza las humanas pasiones y, así, en la calle de Rodrigo de Triana, los colores van del blanco al verde y del verde al blanco.

Cuando llegan, por fin, a la ermita, acaba de terminar una boda. Una limusina recoge a los novios. Ya no hay devotos en la iglesia, tan sólo cuatro turistas y los recién llegados.
El regreso a Sevilla lo hacen por el puente del Cachorro, hacia el barrio del Arenal, hasta la plaza del Cabildo. Todavía tendrán tiempo de comprar los “dulces de las monjas”. Observan los viajeros que los sevillanos deben ser muy golosos, pues formando cola aguardan pacientemente su turno para comprar los exquisitos manjares en un pequeño y especializado local.

Poco más les entretiene por hoy en Sevilla, como no sea adquirir algunos azulejos y objetos de cerámica. Por estar, se quedarían más tiempo, pero los cuerpos están cansados y desean retornar a Carmona.
Azulejo con la Divina Pastora.

* 8 de diciembre de 2007

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domingo, 18 de marzo de 2018

Carmona y Sevilla

DULCES DE LOS MONJAS

José Ignacio Martín Benito

Túmulo. Carmona.
Estamos, ya se dijo, en la Bética, en la fértil y suave vega del Guadalquivir. Y aunque no sea hoy primero de noviembre, los viajeros inician la visita al cementerio más antiguo de Carmona. La romería mortuoria se topó primero con el anfiteatro. Todavía tienen en la retina las moles desprendidas del de Itálica, como si fueran los restos de un cataclismo. En Carmona se conserva el esqueleto entero, como una honda cicatriz en la blanda roca.
Vienen a saber que, caído en desuso, los habitantes de la ciudad llegaron a utilizarlo como camposanto. En este, hicieron lo mismo que los isleños en el teatro de Alcudia; y es que los espacios bulliciosos, andando el paso del tiempo, enmudecen y se transforman en lugares de quietud, donde habita el olvido. Al fin y al cabo todo vuelve al polvo.
Los viajeros reflexionan sobre el ruido y el silencio y se dicen que si guerra dan los vivos, también la dieron los muertos. Los humanos pasan tanto tiempo pensando en cómo vivir como en preocuparse por las comodidades del eterno descanso.
Tal vez por eso, aquí, en Carmona, se labró para los muertos una ciudad bajo la tierra. No todo es olvido, que la memoria pervive más allá de la muerte, sobre todo cuando alguien se molesta en dejar grabados nombres y hechos. En Carmona, las generaciones se han sucedido, pero los nombres de Servilia y de Postumio permanecen. Como también sus espacios de eternidad; violados, sí, pero mostrados al mundo por el empeño de un inglés decimonónico. Acaso en eso consista la inmortalidad, cuando los nombres perduran dos mil años después del óbito.

Sevilla desde La Giralda.
* * *
De Carmo a Hispalis. De la calma de los muertos al bullicio de los vivos. Tropel de gentes en la plaza de España; cuadrillas que buscan su banco provincial, como quien busca el Grial, sólo que el banco lo encuentran y con eso se conforman.
Columnas humanas suben y bajan sin descanso al campanario de la catedral. Si don Fermín desde la torre de la seo ovetense escudriñaba la vida de Vetusta, desde la Giralda podría intentarse algo parecido e indagar por los amores perdidos de la mocita más bonita de un conocido barrio, por los recuerdos infantiles donde maduran los limoneros o por la lunita plateada y las dos cruces del monte del Olvido.
Pero la magnitud de la ciudad haría que sólo quedara en eso, en un intento, pues son muchos los rincones sevillanos. Además, el curioso “voyageur” podría quedarse ensimismado contemplando la ciudad, sus barrios y edificios y olvidarse de su oficio. Dejemos a los troyanos, mejor así.
Los viajeros bajan de la torre y salen por la puerta de los Naranjos camino del barrio de Santa Cruz, con el recuerdo de Carlos Cano. Entre tiendas de artesanía y “souvenirs”, llegan a la plaza de Banderas. Muy cerca, los sevillanos hacen cola para comprar “los dulces de las monjas”, expresión colectiva que por estas fechas realizan los conventos de dueñas de la ciudad. Pero los viajeros, Fabio, cambian el dulce por una manzanilla en la calle de Rodrigo Caro, poético famoso, al tiempo que la tuna ha comenzado ya su serenata. 

Museo de Sevilla.
Son las siete de la tarde. Por la plaza de Santa Cruz llegan a los Jardines de Murillo, cuando son sorprendidos por ruidos de sirena que se mezclan con el sonido de las campanas. Aquel, poco a poco desaparece y este se hace casi ensordecedor. Diríase que todos los bronces de Sevilla han comenzado a repicar. Pero no, “son sólo las campanas de la catedral”, les advierte un nativo al que preguntan. La razón de aquello no es otra que hoy es víspera del día de la Inmaculada Concepción, que aquí, en Sevilla, se vive de manera muy especial, con procesión incluida.

Los viajeros están cansados. Ya han visto a la Virgen de Montañés en el presbiterio de la seo y le han robado una imagen digital. Con eso se conforman, y con Carmona como refugio.

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martes, 13 de marzo de 2018

Ruinas de Itálica

"MUSTIO COLLADO"

José Ignacio Martín Benito
Anátidas en Itálica.

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa...

(Rodrigo Caro)

Ignoran los viajeros qué puede depararles la visita a la antigua ciudad. Las dos veces anteriores se dieron de bruces con la verja, por lo que piensan que, si a la tercera va la vencida, verán cumplidos sus propósitos de adentrarse en la “Itálica famosa”.

Ahora, por poco la historia se repite. Los guardas les advierten que, al ser día festivo, la visita terminará a las cuatro de la tarde, para las que apenas quedan poco más de 20 minutos.

Finalmente, en el interior, entablarán conversación con otro de los custodios, lo que les permite hacer un paseo más pausado y que el tiempo se detenga y a la vez se alargue. No podrán por menos de evocar los versos del poeta en aquellos campos de soledad.

Cinco anátidas llegan graznando desde el sur y se posan, sin inmutarse, cerca de los visitantes. Parece que lo hayan hecho siempre; en todo caso, los extraños en aquel paraje son los viajeros. La presencia de la vida silvestre es constante en el solar itálico. Una liebre cruza, en rápida carrera, la vía decumana. 
Avión sobrevolando Itálica.
Los emperadores ya no están allí para presenciar la metamorfosis de su urbs en el agger primigenio. Es igual, aunque estuvieran tampoco acertarían a encontrar una explicación en los grandes pájaros mecánicos que sobrevuelan constantemente el solar urbano. ¡Quién sabe si los aviones no estarán instando a las aves petrificadas en uno de los mosaicos a remontar el vuelo, para que vuelvan, otra vez, a surcar los cielos de la Bética. Y con ello, el retorno de la romanidad!


Los viajeros han llegado, pero marcharán. Lo hicieron otrora los hijos de la ciudad. Trajano cambió la vida de provincias por la de la metrópoli del imperio y el Betis por el Tíber y el Danubio.

Pero, a pesar de la hégira, y a pesar también del inexorable paso del tiempo, los muros se agarran a la tierra: en los desgajados bloques de hormigón del anfiteatro, en la alcantarilla que corre por debajo de la calzada principal, en los pavimentos que resisten pegados al solar… Sombras y memorias funerales de alto ejemplo...


Ya en Santiponce, dos “roulottes” permanecen ancladas a las puertas del antiguo teatro. Diríase que los actores están a punto para bajar de estos camerinos de hojalata y comenzar la representación.
La escena da la espalda al limes, entre el bullicio de la ciudad moderna, con el sosiego de las ruinas del mustio collado en los campos de vastas soledades. 

De las cenizas a la llama. Del eco al ruido. Del Betis al valle del Corbones. Los viajeros tendrán tiempo todavía de llegar al alcázar del Rey don Pedro y descubrir los secretos tartesios y turdetanos de Carmona y de la roca blanda de los Alcores.

Estatua de Trajano en Itálica.
 * 6 de diciembre de 2007

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jueves, 8 de marzo de 2018

Santuarios marianos en España

LA PEÑA DE FRANCIA Y CIUDAD RODRIGO

José Ignacio Martín Benito
La Peña de Francia.

La de Francia es una de las sierras del Sistema Central ibérico, integrado por la Serra da Estrela (Portugal), Sierra de Gata, de Francia, de Béjar, Gredos, Guadarrama y Somosierra.

En lo más alto de la Sierra de Francia se alza el santuario mariano de La Peña. El culto a la Virgen de la Peña de Francia se extendió por España, Portugal, América, India y Filipinas.


El origen del convento y el descubrimiento de las imágenes

La historia del santuario de la Peña de Francia ha sido recogida por los cronistas de la Orden de Santo Domingo. El origen del convento estaría en el descubrimiento en 1434 de varias imágenes, entre ellas una de la Virgen, la cual fue desde entonces venerada con el nombre de Nuestra Señora de la Peña de Francia.

En el descubrimiento participó Simón Rolán, conocido como Simón Vela, de origen francés. Al poco tiempo de hallar las imágenes su descubridor erigió, con ayuda de los fieles, una ermita en la cumbre de la montaña. Para ello Simón Vela cursó petición al concejo de Ciudad Rodrigo, ya que el lugar era de la jurisdicción de la ciudad[1]. Ello debió ocurrir en torno a 1432, pues en un documento de 1435 obrante en el Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo se dice: "... quando paresçio e fue fallada ençima de la dicha sierra la ymajen de la Virgen María,... fueron llamados por Simón Vera algunos vezinos de Monsagro, los quales primeramente fezieron e deficaron la dicha ermita onde fue puesta puede aver tres años..."[2]; ésta sería, por tanto, la ermita que el rey Juan II entregó a los dominicos a través del obispo de Segovia Lope Barrientos, después de que el obispo civitatense don Alonso renunciase a ella[3]. Según el manuscrito del padre Vasco Parra, los frailes construyeron otra casa en las inmediaciones de La Peña, al norte de El Maíllo hacia el año 1480 para evitar los rigores del invierno[4]

Ermita y convento de la Peña de Francia. Fuenterebollo.com
En 1498, durante su estancia en aquel lugar, obtuvieron del papa Alejandro VI licencia para vivir en el nuevo convento del llano, a los pies de la Peña, pero con la condición de que no abandonaran el culto y cuidado del santuario y que las dos casas formaran un solo convento. No fue este el enclave definitivo, pues siendo el lugar lóbrego y malsano consiguieron del concejo de Ciudad Rodrigo un nuevo emplazamiento en El Maíllo, a donde se trasladaron en 1516, conociéndose al nuevo convento como "La Casa Baja"[5].

Disputa entre Salamanca, Coria y Ciudad Rodrigo

A raíz del descubrimiento de las imágenes y de la organización del culto mariano, la Peña de Francia fue motivo de disputa por los límites jurisdiccionales. En su cumbre convergían tres obispados: Salamanca, Coria y Ciudad Rodrigo. Estos y los concejos respectivos debieron reclamar sus derechos de jurisdicción. Por ello la Corona encomendó al bachiller Gonzalo Ferrández de la Luz, la realización de una pesquisa sobre los términos y límites donde estaba situada la ermita y donde fue hallada la imagen de la Virgen.
La Virgen de la Peña en Ciudad Rodrigo, 1952.

El concejo de Ciudad Rodrigo en 1435 nombró procurador en el proceso a Luis Díaz. De la intervención del procurador ante Gonzalo Ferrández solicitando qué es lo que a su juicio debía preguntar a los testigos se desprende que en la cumbre había una gran piedra que llamaban La Mesa donde estaban "tres señales de cruzes, en la qual dicha mesa se departen tres obispados, conviene a saber, el obispado de Salamanca e de Çiudat Rrodrigo e de Coria". 

La mesa de los obispos

En base a ello, Luis Díaz reclamaba la inclusión de la ermita dentro de la jurisdicción de Ciudad Rodrigo, ya que, "la señal de medio que es por onde se departe el obispado de Çiudat Rrodrigo, et que según la señal e asentamiento que la dicha hermita que cae e es del obispado e tierra de Çiudat Rrodrigo", alegando también que "allende de la dicha mesa que está una rribera que llaman Francia, mucho abaxo donde está la dicha hermita, hasta la qual rribera allega el mojón e término de Çiudat Rrodrigo, según su previllegio" y que "don Gonzalo, obispo de Çiudat Rrodrigo, estuvo e comió en la dicha mesa et tomó possesión por allí"[6]. Al finalizar la pesquisa, Gonzalo Ferrández falló que la ermita de la Peña de Francia caía en término y jurisdicción de Ciudad Rodrigo[7].


El paso a Salamanca


Por el Concordato de 1851 firmado entre España y la Santa Sede, la diócesis de Ciudad Rodrigo quedó unida a la de Salamanca y, con ello, también, la Peña de Francia.
De nada sirvieron las reclamaciones que desde Ciudad Rodrigo se hicieron para conseguir la revocación de la decisión del Concordato. En 1857 el magistral D. Casanueva, el doctoral R. Miguel del Corral y el canónigo C. Fernández Hidalgo formaron una comisión para elaborar una memoria que demostrara los derechos de Ciudad Rodrigo a conservar los honores episcopales. Realmente la anexión a Salamanca no se hizo hasta junio de 1867, cuando el ministro de Gracia y Justicia nombró administrador apostólico de Ciudad Rodrigo al obispo de Salamanca don Anastasio Rodrigo Yusto, al que sucedió aquel año Fr. Joaquín Lluch y Garriga.
El cardenal Joaquín LLuch y Garriga.
En tiempos de este prelado se hizo un reajuste de parroquias. pasaron a Ciudad Rodrigo las parroquias de la vicaría de Barruecopardo, dependiente de la Orden Militar de Santiago, como resultado de la abolición en España de la jurisdicción especial de los territorios sujetos a las órdenes militares y todas las jurisdicciones eclesiásticas exentas. Las parroquias que componían aquella vicaría eran: Barruecopardo, Saucelle, Saldeana, Barreras, Cerezal de Peñahorcada, Valderrodrigo, Barceo y Barceíno. Sin embargo, no pasó a Ciudad Rodrigo el convento de Nª Srª de la Peña de Francia, sino que quedó sujeto a la diócesis de Salamanca, lo que en el futuro generaría la reclamación civitatense.

[Este texto forma parte de mi trabajo: La Iglesia de Ciudad Rodrigo. En Historia de las diócesis españolas: Ávila, Salamanca. Ciudad Rodrigo. Vol. 18, BAC. Madrid 2005. 

El culto de la Virgen de la Peña de Francia en el mundo

España


[i].. El
[1] A. Sánchez Cabañas cita su existencia en el Archivo de la ciudad, actualmente no conservado, y añade que Simón Vela pedía licencia para edificar una casa en aquel paraje, Historia de la m. n. y m. l. ciudad de Ciudad Rodrigo (Ciudad Rodrigo 1861, 98).
[2] A. Barrios et alii, Documentación medieval del Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo (Salamanca 1988, 298, doc. 256).
[3] A. Sánchez Cabañas, Op. cit. (Salamanca 1863, 98).
[4] Fr. Mateo Vasco Parra, Historia de la Peña de Francia, Ms. de finales del siglo XVIII, Archivo del Convento de San Esteban de Salamanca. Citado por J. Pinilla González, Op. cit. (Salamanca 1978 82‑83).
[5] J. Pinilla González, Op. cit. (Salamanca 1978 82‑83).
[6] A. Barrios et alii, Documentación medieval del Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo (Salamanca 1988, 298‑99, doc. 256).
[7] A. Barrios et alii, Op. cit (Salamanca 1988, 300‑301, doc. 258).

sábado, 3 de marzo de 2018

La iglesia contra la nobleza

HERMANDADES Y CONCILIOS EN BENAVENTE, TORO Y ZAMORA EN LA BAJA EDAD MEDIA

José Ignacio Martín Benito

El concilio de Benavente

Concilio de obispos en Nicea.

En 1284 se reunieron en Benavente los obispos, priores e iglesias de León y Galicia. En este concilio denunciaron los abusos del poder secular contra las iglesias y monasterios.

A pesar de dicha denuncia, los hechos siguieron produciéndose y fueron constantes. La nobleza laica usurpaba los bienes eclesiásticos y muchas veces por métodos violentos.

Bajo la forma de encomienda, muchos nobles intentaron aumentar sus propiedades a costa de los patrimonios de la Iglesia[1]. Las presiones se ejercían, a veces, bajo el asalto de los bienes y, aún de los monasterios. Años antes a la reunión de Benavente, vecinos y montaneros de Ciudad Rodrigo habían asaltado la granja del río Turones, propiedad del monasterio de Nuestra Señora de Aguiar, y se habían llevado grano y ganado. Años más tarde, en 1291 los reyes enviaban al arcediano de Medina a Ciudad Rodrigo para que detuviera a las personas que se habían apoderado por la fuerza del convento de Santo Domingo y habían prendido al prior y a los frailes.

Panorámica de Toro.
La Junta de obispos de Toro.

Durante el siglo XIV la hermandad de los prelados, priores y representantes de los cabildos continuó reivindicando sus derechos, privilegios y libertades, muchas veces puestos en peligro por el ansia nobiliar. En mayo de 1310 se reunió en Toro una junta de obispos de la metrópoli compostelana, para tomar acuerdos que reforzaran sus sentencias contra los "invasores et malefactores" de los bienes y privilegios eclesiásticos. Estuvieron presentes en la reunión los obispos de León, Oviedo, Palencia, Zamora y Coria, bajo la presidencia del metropolitano don Rodrigo[2]; aunque en Toro no estuvo presente el prelado civitatense Alfonso, sí asisitió al concilio celebrado en Salamanca en octubre de aquel año, donde entre otros asuntos, se ratificaron los acuerdos de la Junta del Clero de Toro.

La Corona trató de paliar los agravios. En 1311 en Valladolid, Fernando IV en presencia de los prelados del reino confirmó a las iglesias los privilegios y libertades concedidos por los reyes sus antecesores, al tiempo que ordenaba ejecutar las sentencias de los prelados y regulaba las relaciones de los clérigos con el poder civil; eximía también a las iglesias de pechos y yantares y se comprometía a que los merinos y justicias hicieran pesquisas contra las "malfecerias en los vienes de los prelados, e de las yglesias, e de las ordenes" y a no hacer pueblas en los cotos ni en las heredades de las iglesias[3].
Báculo. Siglo XIII. Ciudad Rodrigo.
La Hermandad de Zamora

La Hermandad de obispos se volvió a reunir en julio de 1311 en Zamora, bajo la presidencia de los metropolitanos de Santiago y Braga y a la que asistieron los prelados de León, Oviedo, Palencia, Orense, Mondoñedo, Coria, Ciudad Rodrigo, Tuy, Lugo, Astorga, Avila, Plasencia y Segovia. El objetivo era, de nuevo, poner fin a los "agravamientos e muchos males" que recibían no solo los obispos y sus iglesias sino también sus feligreses[4]. Sobre lo tratado acordaron enviar una representación ante la reina doña María, para exponerle "aquellas cosas que entre nos en sembra son fabladas et tratadas" compuesta por el arzobispo de Santiago y los obispos de León, Oviedo, Palencia, Coria y Ciudad Rodrigo[5]. En 1313, después de celebradas las Cortes de Palencia, y en presencia del arzobispo de Santiago y de los obispos de Sigüenza, Orense, Coria, Tuy, Plasencia, Ciudad Rodrigo y Lugo, la reina se comprometió desde Monzón a respetar los privilegios tradicionales de los prelados, nobleza y caballeros representantes de las ciudades[6].

http://bac-editorial.es/historia-de-las-diocesis/457-iglesias-de-avila-salamanca-y-ciudad-rodrigo.html

[Este texto forma parte de mi trabajo: La Iglesia de Ciudad Rodrigo. En Historia de las diócesis españolas: Ávila, Salamanca. Ciudad Rodrigo. Vol. 18, BAC. Madrid 2005, pp. 361 y 362].

[1] J. Fernández Conde, "Decadencia de la Iglesia española bajomedieval y proyectos de reforma". Historia de la Iglesia en España, II‑2º. la Iglesia en la España de los siglos VIII‑XIV (Madrid 1982, 434‑35).
[2] J. L. Martín Martín, Documentación medieval de la iglesia catedral de Coria (Salamanca 1989, 106‑08, doc. 62).
[3] J. L. Martín Martín, Op. cit. (Salamanca 1989, 109‑12, doc. 63). El privilegio que eximía al obispo y dean de la obligación de pechar fue concedido desde Burgos el 13 de marzo de 1304 por Fernando IV. Lo cita Hernández Vegas siguiendo a Cabañas. Por su parte, el privilegio de no pagar yantar fue confirmado por los reyes posteriores. El 20 de julio de 1352 Pedro I, estante en Ciudad Rodrigo, confirmó al obispo y cabildo este privilegio e hizo lo mismo con el moansterio premostratense de La Caridad. Relación de estos privilegios en M. Hernández Vegas, Op. cit. I (Salamanca 1935, 179 y 207‑08) y A.Diocesano de C.R. Libro Becerro de La Caridad, donde se da fecha de 1351.
[4] J. L. Martín Martín, Op. cit. (Salamanca 1989, 113‑14, doc. 65).
[5] J. L. Martín Martín, Op. cit. (Salamanca 1989, 112‑13, doc. 65).
[6] J. L. Martín Martín, Op.cit. (Salamanca 1989, 118‑20, doc. 68).