Vacas y talayot en Torellafuda. |
El
poblado de Torrellafuda está protegido por las vacas y por las altas
hierbas. Varias cercas de piedra guardan la manada de bóvidos y estos, a
su vez, las ruinas. Los viajeros son los únicos visitantes a esas horas
de la tarde en el perdido poblado. Accedieron a él desde la carretera
general, tras descubrir el indicador. Esta vez no encontraron la empresa
de arqueólogos que esperaban, por lo que contemplaron las ruinas más
grandiosas si cabe, perdidas y ocultas entre la maleza y la vegetación.
Es también Torrellafuda morada y reino de los acebuches, que aprisionan y ocultan las estructuras.
Los visitantes descubren el santuario de las taulas entre las ramas retorcidas de los reyes del solar y, después, se encaraman a la derruida muralla, acaso el camino más despejado para poder contemplar la gran torre de vigilancia.
El talayot de Torrellafuda tiene clavado un rejón o, tal vez una banderilla, si consideramos que la masa pétrea es el espíritu dormido del gran toro, al que escoltan la veintena de vacas que pastan en sus dominios. Cualquier momento el gigante puede volver y reclamar su harén. Pero el sueño debe ser muy profundo como para despertar ahora, en el silencio de esta tarde de abril.
El rejón no es aquí sino un vértice geodésico, de esos que el Instituto Geográfico y Catastral se dedicó a clavar por doquier en las alturas españolas y poder así trazar mejor sus mapas. De todos modos, el vértice está prácticamente inaccesible o, al menos, no están los visitantes con ganas de iniciar la escalada. Así que no podrán comprobar la leyenda que a buen seguro le acompañará y que señalará que la destrucción de tal objeto está perseguida por la ley. Se refiere al vértice, no al talayot.
Cuando los viajeros dicen adiós a las ruinas más naturales de toda Menorca, descubren en las inmediaciones, recortada entre el verde y el azul, una blanca masía, cuya silueta les recuerda el dibujo de la cajita de un queso en porciones.
De torre a torre. De Torrellafuda a Torre de Gaunes, antes de ir en busca de la basílica de San Bau, a orillas del mar. Si el primero era la ruina perdida, integrada o absorbida por la masa vegetal, el segundo es lo más parecido a un ave fénix, pues las administraciones central y autonómica han procurado que renazca, desbrozando el monte y limpiando las estructuras, para deleite del visitante. De tal renacimiento no sólo da cuenta el acondicionamiento de los senderos, sino también las excavaciones arqueológicas, cuya huella es fresca y reciente.
En el santuario descubren los visitantes a un tímido lagarto que asoma medio cuerpo buscando los rayos solares en una tarde a ratos nublada. Tras un par de instantáneas, el pequeño reptil se debe preguntar que quienes serán aquellos que osan perturbar su solaz momento y decide volver a su guarida.
Es también Torrellafuda morada y reino de los acebuches, que aprisionan y ocultan las estructuras.
Los visitantes descubren el santuario de las taulas entre las ramas retorcidas de los reyes del solar y, después, se encaraman a la derruida muralla, acaso el camino más despejado para poder contemplar la gran torre de vigilancia.
El talayot de Torrellafuda tiene clavado un rejón o, tal vez una banderilla, si consideramos que la masa pétrea es el espíritu dormido del gran toro, al que escoltan la veintena de vacas que pastan en sus dominios. Cualquier momento el gigante puede volver y reclamar su harén. Pero el sueño debe ser muy profundo como para despertar ahora, en el silencio de esta tarde de abril.
Masía blanca |
El rejón no es aquí sino un vértice geodésico, de esos que el Instituto Geográfico y Catastral se dedicó a clavar por doquier en las alturas españolas y poder así trazar mejor sus mapas. De todos modos, el vértice está prácticamente inaccesible o, al menos, no están los visitantes con ganas de iniciar la escalada. Así que no podrán comprobar la leyenda que a buen seguro le acompañará y que señalará que la destrucción de tal objeto está perseguida por la ley. Se refiere al vértice, no al talayot.
Cuando los viajeros dicen adiós a las ruinas más naturales de toda Menorca, descubren en las inmediaciones, recortada entre el verde y el azul, una blanca masía, cuya silueta les recuerda el dibujo de la cajita de un queso en porciones.
De torre a torre. De Torrellafuda a Torre de Gaunes, antes de ir en busca de la basílica de San Bau, a orillas del mar. Si el primero era la ruina perdida, integrada o absorbida por la masa vegetal, el segundo es lo más parecido a un ave fénix, pues las administraciones central y autonómica han procurado que renazca, desbrozando el monte y limpiando las estructuras, para deleite del visitante. De tal renacimiento no sólo da cuenta el acondicionamiento de los senderos, sino también las excavaciones arqueológicas, cuya huella es fresca y reciente.
Lagarto en el santuario de Torre d´ en Gaunes. |
En el santuario descubren los visitantes a un tímido lagarto que asoma medio cuerpo buscando los rayos solares en una tarde a ratos nublada. Tras un par de instantáneas, el pequeño reptil se debe preguntar que quienes serán aquellos que osan perturbar su solaz momento y decide volver a su guarida.
Cientos
de acebuches y sus retoños han sido talados, para librar la vista de
las construcciones. Ignoran los viajeros cuánto tiempo pasará hasta que
de nuevo la vegetación ocupe el lugar que los hombres en su día
abandonaron. Si los acebuches tuvieran alma se preguntarían por qué los
humanos se fueron de aquel paraje y ahora vuelven a docenas, urgan, se
detienen y contemplan; son muchos los troncos y vástagos que se abren
paso entre piedra y piedra, cortados a ras de muro, pero incrustrados en
él. Cualquier día se llenarán de savia y provocarán la ruina de la
ruina, el desmoronamiento de un "exin castillos" sin anclajes...
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