CUADRILLAS DE BATEADORES EN CIUDAD RODRIGO
A Don Antonio Fernández Retamar
José Ignacio Martín Benito
Debía tener yo 11 años cuando oí por vez primera hablar de las arenas auríferas del Águeda. Fue en la escuela del Patronato de San José, en un aula compuesta por unos 35 muchachos, cuando un día el maestro, D. Antonio Fernández Retamar, nos dijo que el río que pasaba por Ciudad Rodrigo traía pepitas de oro. En una época como la de comienzos de los años setenta y, como era mi caso, viviendo en el Arrabal del Puente y, por tanto, a la vera del río, supongo que aquella revelación debió causarme impacto, pues nunca la olvidé. Como tampoco olvidé otra revelación de don Antonio: la leyenda del oso que de noche se acercaba hasta las obras de la catedral y destruía lo que por el día habían levantado los obreros. Pero esto último es otra historia y ahora quiero ocuparme de las pepitas de oro del río Águeda.
Con el tiempo, y a medida que iba conociendo más de cerca las obras que habían tratado sobre Ciudad Rodrigo, fui tomando conciencia que la aseveración que un día oyera a mi maestro no era ni mucho menos gratuita, sino que descansaba en fundamentados testimonios de los siglos XVIII y XIX. Ahora, recordando mi niñez y mi despertar a la historia de Ciudad Rodrigo, he querido reunir algunos de los textos que aluden a las arenas auríferas del Águeda y a los buscadores de oro.
Los textos que traigo a colación proceden de diversas fuentes de los siglos XVIII, XIX y XX. Todas ellas están impresas, por lo que no resulta complicada su localización. En cualquier caso, para ahorrar al curioso o interesado lector la molestia de reunirlas, las incluiremos aquí, no sin antes dar una breve información sobre la saca de oro en las arenas del río Águeda.
La explotación del oro
Desconocemos en qué momento comenzó la explotación de extracción de oro de los arenales del Águeda. Sí sabemos, por contra, que en época romana (s. I. d. C.) se explotaba la minería aurífera al pie de la Sierra de Francia, como lo demuestran los desmontes y toda una red hidraúlica de canales y depósitos, así como de restos arqueológicos de Las Cavenes en El Cabaco (Salamanca). El área está delimitada al oeste por el regato del Zarzosillo y al este por el río Gabín, ambos afluentes del arroyo del Zarzozo, una las corrientes que da origen al río Yeltes. Explotación esta que, como Las Médulas (El Bierzo, León) han dejado su huella en el paisaje.
De la riqueza de oro en Hispania en época romana, ya habla Estrabón, en su Geografía. Concretamente en el libro III, 2, 8 dice:
“El oro no se extrae únicamente de las minas, sino también por lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas auríferas. Otros muchos lugares desprovistos de agua las contienen también; el oro, empero, no se advierte en ellos, pero sí en los lugares regados, donde el placer de oro se ve relucir; cuando el lugar es seco, basta irrigarlo para que el placer reluzca; abriendo pozos, o por otros medios, se lava la arena y se obtiene el oro; actualmente son más numerosos los lavaderos de oro que las minas… Dícese que a veces se encuentran entre los placeres del oro lo que llaman “palas”, pepitas de un “hemílitron”, que se purifican con poco trabajo”[2].
También Plinio se refiere a ello:
“ .. [El oro] se encuentra en pepitas en los ríos; como en el Tagus de Hispania… no existe oro más puro, apareciendo pulido por el curso y frote del agua… Además los montes de las Hispaniae, áridos y estériles, en los cuales no nace ninguna otra cosa, son forzados a ser fértiles en este bien”[3].
De las diversas noticias se infiere que también las corrientes del río Águeda y sus afluentes arrastraban arenas auríferas. Cuando el nivel de las aguas descendía, lo que debía ser a finales de la primavera y durante el verano, varias cuadrillas de hombres cavaban en los arenales del río, recogían la grava en cestos y la sometían a un intenso lavado. La depuración final la hacían en bateas o cuencos de madera, de manera que el oro, más pesado, se identificaba porque quedaba abajo y relucía con el resplandor del sol.
Los arenales que se explotaban, según la información del corresponsal de Madoz, estaban frente a Valdespino y en El Palomar, esto es, aguas arriba y abajo de la ciudad, respectivamente. Las cuadrillas que se dedicaban a esta actividad procedían de la provincia de Cáceres. A finales del siglo XVIII, Ponz refiere que las arenas la “sacan los Jurdanos” y a mediados del siglo XIX, Madoz informa que las cuadrillas están compuestas por “individuos naturales de Montehermoso de Estremadura”.
Ignoramos el origen de esta actividad en Ciudad Rodrigo. Sánchez Cabañas, en su Historia civitatense, no da noticia alguna. Sí la da el Libro del Bastón, hacia 1770, dando a entender que la explotación de las arenas se venía realizando desde tiempo atrás. A principios del siglo XX la recogida del oro se había abandonado, pues su extracción resultaba poco productiva.
Respecto al tamaño el oro, Madoz indica que se presenta “en pequeñas laminitas ó particulas” (foto 3), aunque en algún caso, como refiere el Libro del Bastón, se llegó a hallar alguna pepita del tamaño de “un grueso garbanzo”. El oro extraído era vendido en la propia ciudad, en Salamanca y en Madrid. Aunque no se conocía el origen o “criadero aurífero”, se suponía -como lo hacía J. Vázquez de Parga- que la procedencia de las arenas estaba en las arroyadas que descendían de las sierras situadas al sur de la ciudad.
(Continuará)
También te puede interesar:
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A Don Antonio Fernández Retamar
Pepitas de oro de Navasfrías (alto Águeda). |
Debía tener yo 11 años cuando oí por vez primera hablar de las arenas auríferas del Águeda. Fue en la escuela del Patronato de San José, en un aula compuesta por unos 35 muchachos, cuando un día el maestro, D. Antonio Fernández Retamar, nos dijo que el río que pasaba por Ciudad Rodrigo traía pepitas de oro. En una época como la de comienzos de los años setenta y, como era mi caso, viviendo en el Arrabal del Puente y, por tanto, a la vera del río, supongo que aquella revelación debió causarme impacto, pues nunca la olvidé. Como tampoco olvidé otra revelación de don Antonio: la leyenda del oso que de noche se acercaba hasta las obras de la catedral y destruía lo que por el día habían levantado los obreros. Pero esto último es otra historia y ahora quiero ocuparme de las pepitas de oro del río Águeda.
Con el tiempo, y a medida que iba conociendo más de cerca las obras que habían tratado sobre Ciudad Rodrigo, fui tomando conciencia que la aseveración que un día oyera a mi maestro no era ni mucho menos gratuita, sino que descansaba en fundamentados testimonios de los siglos XVIII y XIX. Ahora, recordando mi niñez y mi despertar a la historia de Ciudad Rodrigo, he querido reunir algunos de los textos que aluden a las arenas auríferas del Águeda y a los buscadores de oro.
Los textos que traigo a colación proceden de diversas fuentes de los siglos XVIII, XIX y XX. Todas ellas están impresas, por lo que no resulta complicada su localización. En cualquier caso, para ahorrar al curioso o interesado lector la molestia de reunirlas, las incluiremos aquí, no sin antes dar una breve información sobre la saca de oro en las arenas del río Águeda.
La explotación del oro
Desconocemos en qué momento comenzó la explotación de extracción de oro de los arenales del Águeda. Sí sabemos, por contra, que en época romana (s. I. d. C.) se explotaba la minería aurífera al pie de la Sierra de Francia, como lo demuestran los desmontes y toda una red hidraúlica de canales y depósitos, así como de restos arqueológicos de Las Cavenes en El Cabaco (Salamanca). El área está delimitada al oeste por el regato del Zarzosillo y al este por el río Gabín, ambos afluentes del arroyo del Zarzozo, una las corrientes que da origen al río Yeltes. Explotación esta que, como Las Médulas (El Bierzo, León) han dejado su huella en el paisaje.
Las Cavenes (El Cabaco). |
De la riqueza de oro en Hispania en época romana, ya habla Estrabón, en su Geografía. Concretamente en el libro III, 2, 8 dice:
“El oro no se extrae únicamente de las minas, sino también por lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas auríferas. Otros muchos lugares desprovistos de agua las contienen también; el oro, empero, no se advierte en ellos, pero sí en los lugares regados, donde el placer de oro se ve relucir; cuando el lugar es seco, basta irrigarlo para que el placer reluzca; abriendo pozos, o por otros medios, se lava la arena y se obtiene el oro; actualmente son más numerosos los lavaderos de oro que las minas… Dícese que a veces se encuentran entre los placeres del oro lo que llaman “palas”, pepitas de un “hemílitron”, que se purifican con poco trabajo”[2].
También Plinio se refiere a ello:
“ .. [El oro] se encuentra en pepitas en los ríos; como en el Tagus de Hispania… no existe oro más puro, apareciendo pulido por el curso y frote del agua… Además los montes de las Hispaniae, áridos y estériles, en los cuales no nace ninguna otra cosa, son forzados a ser fértiles en este bien”[3].
De las diversas noticias se infiere que también las corrientes del río Águeda y sus afluentes arrastraban arenas auríferas. Cuando el nivel de las aguas descendía, lo que debía ser a finales de la primavera y durante el verano, varias cuadrillas de hombres cavaban en los arenales del río, recogían la grava en cestos y la sometían a un intenso lavado. La depuración final la hacían en bateas o cuencos de madera, de manera que el oro, más pesado, se identificaba porque quedaba abajo y relucía con el resplandor del sol.
Río Águeda, en Ciudad Rodrigo, 1812. |
Los arenales que se explotaban, según la información del corresponsal de Madoz, estaban frente a Valdespino y en El Palomar, esto es, aguas arriba y abajo de la ciudad, respectivamente. Las cuadrillas que se dedicaban a esta actividad procedían de la provincia de Cáceres. A finales del siglo XVIII, Ponz refiere que las arenas la “sacan los Jurdanos” y a mediados del siglo XIX, Madoz informa que las cuadrillas están compuestas por “individuos naturales de Montehermoso de Estremadura”.
Ignoramos el origen de esta actividad en Ciudad Rodrigo. Sánchez Cabañas, en su Historia civitatense, no da noticia alguna. Sí la da el Libro del Bastón, hacia 1770, dando a entender que la explotación de las arenas se venía realizando desde tiempo atrás. A principios del siglo XX la recogida del oro se había abandonado, pues su extracción resultaba poco productiva.
Respecto al tamaño el oro, Madoz indica que se presenta “en pequeñas laminitas ó particulas” (foto 3), aunque en algún caso, como refiere el Libro del Bastón, se llegó a hallar alguna pepita del tamaño de “un grueso garbanzo”. El oro extraído era vendido en la propia ciudad, en Salamanca y en Madrid. Aunque no se conocía el origen o “criadero aurífero”, se suponía -como lo hacía J. Vázquez de Parga- que la procedencia de las arenas estaba en las arroyadas que descendían de las sierras situadas al sur de la ciudad.
(Continuará)
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Ha sido un placer refrescar la memoria gracias a recuerdos compartidos por mi estimado y apreciado amigo y compañero de estudios en esa clase de los treintaytantos de D. Antonio Fernández Retamar.
ResponderEliminarperfectamente podemos creer que haya oro en el rio Agueda y sus afluentes. concretamete en Villasrubias me aseguran los mas mayores que en la mina de estaño abandonada en el paraje de "las medianas" junto al mineral de estaño llegaron a sacar oro y la mina se trabajó hasta los años 50 del siglo pasado.
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