REINO DE LEÓN

lunes, 29 de febrero de 2016

La Orden del Temple en Zamora

ENCOMIENDAS Y TEMPLOS


Castillo de Alba de Aliste (Losacino, Zamora), encomienda templaria.
José I. Martín Benito

La Orden de los caballeros del Temple fue fundada en Jerusalén en 1118 por el francés Hugo de Payns, para proteger a los peregrinos que iban a Tierra Santa. Se designaron así mismo "pobres caballeros de Cristo". Fue el rey Balduino II el que les cedió como albergue algunas dependencias del Templo de Salomón, de donde vinieron a tomar el nombre con el que se les conoció posteriormente. (C. Pereira Martínez: "Panorámica de la Orden del Temple en la corona de Galicia-Castilla-León", Criterios, n.º 6, A Coruña, Fundación IEPS, 2006).
Hacia 1170 la Orden del Temple se extendía ya por Francia, Alemanía y la Península Ibérica. Aquí había dos provincias: la de Aragón-Cataluña-Provenza y la provincia de Portugal. Posteriormente, la provincia de Portugal se dividirá en dos partes: Portugal, por un lado, y Castilla y León por otro.

Las propiedades que poseía la Orden se regentaba mediante las encomiendas, centros administrativos desde el cual se regía un cierto número de tierras, propiedades y vasallos en sus alrededores.
Santa María la Horta (Zamora). Foto wikipedia.

En los reinos de León y Castilla hubo varias encomiendas. En el territorio de lo que actualmente es la provincia de Zamora, encomiendas las hubo en Villárdiga, Pajares de Lampreana, Tábara, Carbajales, Alba de Aliste, Zamora, Alcañices, Convento de Toro, Benavente, Villalpando… Ligados a la historia de la Orden del Temple, existen en la provincia diversos enclaves que, por sus restos monumentales, bien podrían formar parte de una Ruta templaria. Por citar solo algunos: Alcañices, villa fortificada que perteneció a los templarios; Tábara y Mombuey, con sus iglesias románicas, Villalpando, con Santa María del Temple -hoy integrada en las dependencias del Ayuntameinto- y la ciudad de Zamora, donde el Temple poseía las iglesias, también románicas, del Sepulcro y de Santa María de la Horta.

Los capítulos generales

Algunos centros urbanos donde se ubicaban estas encomiendas fueron sede de capítulos generales, esto es, de reuniones de la Orden del Temple del Reino de León, en los que se reunían el Maestre y los principales comendadores y las principales personas de la orden. El motivo de estos capítulos o reuniones era tomar acuerdos y decisiones en asuntos internos, tales como concordias, ventas o aforamientos (C. Pereira Martínez).

Así en Zamora se celebraron capítulos en 1243, 1271, 1272 y 1307. En Benavente tuvo lugar otro capítulo en 1244, en el que los templarios firmaron un acuerdo con el obispo de Lugo. En Alcañices tuvo lugar un capítulo general en 1255 y otro en 1298; en este último el Maestre del Temple en León y Castilla confirma el cambio de unos bienes hecho por frey Rodrigo Rodríguez con los frailes predicadores (dominicos) de Benavente (C. Pereira Martínez).

Para saber más:
C. Pereira Martínez: "Panorámica de la Orden del Temple en la Corona de Galicia-Castilla-León", Criterios, res publica fulget: revista de pensamiento político y social, nº.6, 2006, pp. 173-204) http://www.institutodemer.es/articulos/TEMPLARIOS.pdf


sábado, 27 de febrero de 2016

Torres Gemelas

Teruel: torres altivas y galanas, toros ensogados y bandos municipales.

Torre de San Salvador.
El pasado día 11 de septiembre se cumplía un año de los atentados de Nueva York y Washington*. Ese mismo día llegaba el viajero a la ciudad de las Torres que, en España, no es otra que Teruel. Mira por donde se entera uno que los turolenses tienen también sus torres gemelas, no tan altas como fueron las de Nueva York, pero más gráciles y galanas. En el recorrido nocturno por la ciudad oye el viajero la leyenda que rodea a la construcción de las torres de San Salvador y San Martín, ligada a la rivalidad de dos amigos arquitectos, dos mudéjares: Omar y Abdulah, que competían por construir la torre más hermosa y, a la vez, por conseguir los amores de una bella dama. La construcción se hacía bajos andamios y cortinas que tapaban la obra y así, nadie, ni ellos mismos, sabía que estaba haciendo el otro. Cuando Omar descubrió su obra, los turolenses se quedaron maravillados y Abdulah, desesperado por creer que la joven elegiría entonces a su amigo, subió a la torre de San Martín y se arrojó al vacío. Pero ella, que le amaba en secreto, al saber su muerte, siguió sus pasos. Después que los alarifes descubrieron la torre de Abdulah, la ciudad se quedó atónita, al ver que ambas construcciones, la de San Salvador y la de San Martín, se parecían como una gota de agua; desde entonces se las conoce con el nombre de “las torres gemelas”.
Es Teruel, ciudad ligada al amor. A los pies de la torre de San Pedro, el viajero asiste a una improvisada representación nocturna de la historia de los Amantes, Diego e Isabel, y su trágico destino. Pero si en Teruel se muere de amor, también se puede encontrar. Dicen que quien bebe de los dos caños de la fuente de la plaza de la catedral encuentra en la ciudad el amor de su vida.
Estas y otras historias escucha el viajero, mientras suenan las doce campanadas en la ciudad de Eros y el Torico brama desde su altivo pedestal. ¡El toro y el amor, símbolos tan ligados en la mitología y en los ritos y juegos españoles y mediterráneos! Por si fuera poco, también en Teruel corren un toro ensogado. El viajero ve en un escaparate diversas instantáneas en blanco y negro de la fiesta, algunas de las cuales podrían confundirse con otras de Benavente.
Son los turolenses, los de la ciudad y provincia, muy dados a los juegos del toro. El viajero se los volverá a encontrar, sin buscarlos, en Rubielos de Mora. La carretera se adentra en la Sierra de Gúdar. El cielo se nubla y amenaza tormenta. Entra el visitante en la villa por el Portal de San Antonio, torre puerta almenada, y se halla de inmediato en la plaza de la fuente de la Negrita, frente a la casa consistorial y al palacio de los marqueses de Villasegura. Más adelante, una placa recuerda que el general Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, acabó a sangre y fuego en 1835 con el reducto liberal que se había refugiado en el convento del Carmen. 
Sierra de Gúdar.

Las calles de Rubielos están desiertas, a pesar de lo avanzado de la tarde. Cuelgan de lado a lado cuerdas con banderas de bandas rojas y gualdas aragonesas, que anuncian la fiesta. Pero no se ve prácticamente un alma, como no sea la de algún viejo sentado a la puerta. ¿Dónde está la gente? El viajero se detiene en la confluencia de cuatro calles y lee los versos de un azulejo adosado a la pared:



Estas son las Cuatro Esquinas
y las Cuatro son de acero.
Quiero entrar y no me dejan,
quiero salir y no puedo.

Como una advertencia le llega el sonido lejano de un clarín. Guiado por la música, como si del cuento del flautista se tratara, el viajero acierta a ver entre los árboles la procedencia de la melodía. Allí esta la gente, fuera de la ciudad, a la vera del arroyo, esperando el momento. El recinto tiene forma de anfiteatro, con varias gradas; la orchesta transformada en medio coso taurino, en tanto que los toriles ocupan el lugar del frente escénico. Van llegando unos y otros para sumarse a la fiesta y presenciar el improvisado paseíllo, donde un grotesco mozo, seguido por la charanga, arranca los aplausos del respetable, al desfilar montera en mano y un pañuelo morado por capote.
El viajero ya ha visto bastante y decide volver al silencio de la villa, donde se dan la mano portadas adoveladas, balcones de forja y de madera, escudos nobiliarios, palacios y casonas... En una de las puertas se ha fijado un bando municipal, donde el alcalde apela al comportamiento cívico de los vecinos en las fiestas patronales y anuncia que se correrán toros embolados y ensogados. Una de las placas informativas salpicadas por el recorrido urbano advierte al turista que la tradición de estos toros de fuego y de soga es anterior a 1620, y de nuevo el visitante establece relación con Benavente, donde el toro enmaromado se documenta también en el siglo XVII.
Apenas si tiene tiempo el viajero de abandonar la villa y dirigirse a Mora de Rubielos, antes de que la tarde caiga y las tinieblas se mezclen con las atormentadas nubes, que ponen neblina en las sierras de Gúdar y el Maestrazgo.

Fotos: Torre mudéjar de San Martín (Teruel) y Sierra de Gúdar. 
* Escrito en septiembre de 2002.

jueves, 25 de febrero de 2016

Una batalla decisiva: la de Toro de 1476

A orillas del Duero se dirimió la suerte de la Guerra de Sucesión a la corona de los reinos de León y Castilla. Estaba también en juego la unión dinástica: o con Aragón o con Portugal. Y las armas decidieron mirar hacia el Este.
Panorámica de la ciudad de Toro.

La muerte de Enrique IV de León y Castilla en diciembre de 1474 dio paso al año siguiente a una guerra sucesoria al trono castellano entre Isabel, hermana del fallecido rey y Juana, hija del monarca. Aquella contó con el apoyo de su esposo Fernando de Aragón, mientras que Juana se alió con Alfonso V de Portugal. La proclamación de Isabel como reina de León y Castilla en una ceremonia en Segovia desencadenó la respuesta de los partidarios de Juana, la Beltraneja. El matrimonio en Plasencia entre Juana y el rey de Portugal el 12 de mayo de 1475 y la consiguiente proclamación como reyes de León y Castilla, llevó a un conflicto militar entre los partidarios de las dos proclamadas reinas. Pero se jugaba algo más que una cabeza para el reino. Estaba en juego también la unión dinástica de los reinos de León y Castilla: o con Aragón o con Portugal.
Puente sobre el Duero.

El ejército portugués se dirigió a Arévalo y luego tomó Toro –salvo el castillo- y Zamora. Fernando el Católico reunió un ejército y se presentó ante los muros de Toro el 19 de julio de 1475, pero no la pudo tomar y emprendió la retirada. Poco después el castillo toresano capituló y algunos nobles indecisos se sumaron al partido de la Beltraneja.

Reclutadas nuevas gentes de guerra, Fernando tomó la iniciativa y sus tropas ocuparon Zamora, para poco después poner cerco a Toro. La noche del 17 de febrero Alfonso de Portugal sacó a parte de su ejército de la ciudad. El ejército portugués atravesó el puente sobre el Duero, para socorrer Zamora, que no pudo tomar y regresó a Toro en la noche del 1 de marzo de 1476. Las tropas de Fernando de Aragón salieron en persecución de los portugueses. El propio Fernando refiere en una carta dirigida a sus amigos de Úbeda, algunas incidencias de la batalla de Toro: “e gran parte de mis gentes en su alcance hasta la puente de la dicha ciudad de Toro, donde fueron presos e muertos muchos principales del dicho mi adversario e de su hijo e del dicho reino de Portugal, e otros muchos ahogados en el río”.
La batalla de Toro fue decisiva para los intereses castellanos, que tomaron a los portugueses ocho estandartes y les hicieron dos mil bajas entre muertos y heridos. Alfonso se retiró a Portugal, dejando bien guarnecidas las principales plazas fronterizas. Zamora, Toro, Madrid y otras ciudades se entregaron a la causa de Isabel la Católica. A los seis meses de la batalla de Toro, prácticamente el reino entero había reconocido a Isabel como reina de Castilla. Aunque la Guerra de Sucesión todavía se prolongaría hasta 1479, en torno a las plazas fronterizas, la batalla de Toro resultó determinante. Con la entronización de Isabel, los reinos de León y Castilla miraron definitivamente al Este. A la postre, la unión dinástica fue con Aragón y no con Portugal. Esta última quedó abortada con la derrota de la opción de Juana la Beltraneja
Monumento a Isabel la Católica, en la vega toresana.
El lugar de la batalla está señalado con un monumento, entre la vega de Toro, frente a la ciudad, en el cruce entre las carreteras de Peleagonzalo y Fuentesaúco, con una estatua que efigia a Isabel la Católica y una placa que recuerda la crucial y decisiva batalla. El ayuntamiento de la ciudad acostumbra a hacer una ofrenda floral el día primero del mes de marzo.
Inscripción conmemorativa.



miércoles, 24 de febrero de 2016

Próximamente: Una batalla decisiva. Toro 1476

El 1 de marzo de 1476, las tropas de Isabel y Fernando vencieron a las de Alfonso de Portugal a orillas del Duero, en la vega de Toro. La Guerra de Sucesión a la Corona de León y Castilla comenzó a decantarse para los Reyes Católicos; con ello se consolidaba la alianza de aquellos reinos con Aragón. Fue una opción: se pusieron los cimientos de la futura unión con los territorios del Este peninsular. La otra opción, la unión con Portugal, que representaba el bando de Juana La Beltraneja, quedó abortada. El oeste tendría que esperar una segunda oportunidad.

Jueves, día 25 de febrero: "La batalla de Toro", en este blog.
Santa Catalina de Alejandría, identificada por sus rasgos faciales
como Isabel la Católica. Detalle del cuadro de "La Virgen de la Mosca".
 (Colegiata de Toro).

lunes, 22 de febrero de 2016

El Finisterre soriano

Un recorrido por Tiermes y Caracena, entre ruinas romanas, castillos, corzos y atalayas *. 
Vista general de Caracera (Soria), 2008.

 El viajero ha remontado la N-122 hasta San Esteban de Gormaz en busca de las casas rupestres de Tiermes y de la villa de Caracena.
No hay nadie en la ciudad celtibérica. No son horas tampoco. A las tres de la tarde los vigilantes y los arqueólogos están comiendo en la venta. Así que el impenitente visitante campará a sus anchas por la ciudad romanizada. Es así como descubrirá oquedades y habitáculos excavados en la blanda roca roja. Hay un momento en el que el viajero evocará al desaparecido profesor Argente Oliver, “alma mater” de Tiermes, al que conoció en un curso en Benavente. Es mucho lo que resta por hacer en este lugar todavía. Así que dejemos a los romanos y vayamos en busca del medievo en el finisterre soriano.
No hay carretera entre Tiermes y Caracena, por lo que el viajero deberá dar un rodeo de 50 kilómetros, siguiendo los consejos del ventero. El camino no va más allá. Y la telefonía móvil tampoco. A Caracena se accede por una carretera estrecha, de firme irregular y trazado sinuoso. Una gigantesca roca, al borde de la calzada, evoca los mallos de Riglos y Agüero, en el prepirineo oscense. Es este un paisaje agreste, desnudo y primitivo.
Caracena es una calle y dos iglesias. Un castillo y un fortín arruinados parecen vigilar los extremos de la villa, en tanto que los barrancos protegen los laterales. Hasta aquí ha llegado el de Benavente, buscando argumentos sobre el terreno para defender una propuesta en las Cortes regionales.
El "Cancerbero" de Caracena.
Por un momento, el recién llegado evocará, en este apartado espacio, las aldeas históricas de Castelo-Rodrigo, Monsanto e Idanha-a-Vella, próximas a la Raya española. Los portugueses han sabido recuperar y aunar para el siglo XXI el pasado medieval. Algo así habría que hacer con Caracena, antes que el tiempo y, sobre todo, los hombres, den al trasto con su fisonomía urbana. Algunas intervenciones de ahora van dejando sus cicatrices en el caserío: ladrillo rojo, piedra prefabricada y metálicas puertas. Mientras, la ruina avanza en la impresionante fortaleza que señorea la villa. Es este, pues, un momento decisivo para hacer de este lugar un reclamo turístico en el corazón de Soria.
Son las seis de la tarde y la tarde es de color gris plomizo. De regreso a San Esteban de Gormaz y pasada Carrascosa de Abajo, una pareja de corzos cruza la carretera buscando la espesura. El viajero para la metálica cabalgadura para tomar unas instantáneas, pero apenas logrará atrapar los cuartos traseros del más rezagado. Es esta tierra de despoblación y, acaso por eso, la naturaleza ocupa lo que el hombre abandona.

Apenas tres poblaciones separan Caracena de San Esteban; por doquier surgen palomares circulares, como en la Tierra de Campos, maltrechos unos, derruidos otros. Es el sino del abandono. Huidas o emigradas las gentes, permanecen sus huellas, eso sí, sin aliento de vida. La imagen de la desolación la encuentra el viajero a la entrada de Navapalos, en donde, a pesar de la ruina, todavía se señala la “atalaya islámica”.
En La Rasa y en Parada de San Estaban, los paisanos queman los rastrojos y las cunetas. El humo, cual densa niebla, inunda la carretera, al tiempo que la telefonía móvil comienza a ser operativa. Mientras esto sucede, el viajero se juramenta con los corzos en vindicar el nombre de Caracena.

* El texto data de 2008.

Rollo de justicia. Caracera.


Calle en Caracena.

Conferencia: La navegación fluvial en los valles de Benavente. Las barcas de paso

Viernes, 26 febrero 2016.
Horario: 18,00 h.
Lugar: Centro Cultural "Soledad González" (Benavente).
Organiza: Universidad de la Experencia.
Entrada libre.

Una aproximación a la navegación fluvial por los valles del Tera, Órbigo y Esla, ante la escasez de pasos fijos (puentes). Las barcas fueron un elemento imprescindible en las comunicaciones para personas, ganados y mercancías. Prácticamente todos los pueblos ribereños dispusieron de un paso móvil, en el que variaba su tamaño y dimensiones, en función del tránsito. Pertenecieron a la nobleza, al clero y a los concejos, aunque a partir de la desamortización liberal del siglo XIX muchas pasaron a manos de particulares. Las últimas barcas desaparecieron en la década de 1960, pero la "chalupa" de Bretocino estuvo activa hasta finales del siglo XX. De todo esto, y mucho más, hablaremos el próximo viernes 26 de febrero, a las seis de la tarde, en la Biblioteca pública de Benavente (Centro Cultural "Soledad González"), con una selecta proyección de imágenes. Acércate, si puedes.
Barca de La Ventosa (Benavente). Portada del libro "Barcas de paso en el Reino de León".

sábado, 20 de febrero de 2016

Próximamente: El Finisterre Soriano

Un recorrido por Tiermes y Caracena entre ruinas romanas, castillos, corzos y atalayas.
El guardián de Caracena (Soria).

jueves, 18 de febrero de 2016

Los otros acueductos

SAN GIRALDO (CIUDAD RODRIGO) 

Cuando se habla de acueductos a todos nos viene la imagen del de Segovia, del de Los Milagros en Mérida o del Pont-du-Gard, cerca de Nimes (Francia). Pero hubo otros. Los romanos nos indicaron el camino.

Acueducto de San Giraldo,1 (Ciudad Rodrigo)
José I. Martín Benito


Una de las obras de abastecimiento de agua más singulares de la Edad Moderna en Castilla y León es, sin duda, el acueducto de San Giraldo en Ciudad Rodrigo (Salamanca). La captación de agua se hacía en el venero de Valdenovillos, a algo más de 9 kilómetros de la ciudad. Buena parte de su estructura aérea se conserva todavía a unos 5 kilómetros de la población, visible desde la N-620 y desde la autovía de Castilla.

“Fue el gran proyecto público del siglo XVI”, encargado por el Consistorio de esta ciudad, tal como lo define el profesor José Ramón Nieto González, que ha estudiado esta magna construcción hidráulica (Arquitecturas de Ciudad Rodrigo, 1994, pp. 45-49), cuya documentación se conserva en el Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo (Leg. 26, nº 13 de la documentación antigua y Leg. 309 de la catalogación moderna).

El autor del proyecto fue Sagrameña de Vargas a mediados del siglo XVI. De esta conducción general, que llevaba el agua al arca a la ciudad hasta el arca de la Puerta del Conde, se llevaron también distintos ramales a los conventos de Santa Clara, San Francisco y Santo Domingo, así como a la Casa de Niños Expósitos.

Acueducto de San Giraldo, 2 (Ciudad Rodrigo).
El abastecimiento de agua a la población fue preocupación constante por parte del consistorio en esta centuria. En 1547 los regidores disponían que el maestre de la fuente, Juan González, viera la obra que era necesario hacer. En abril de 1548 se comisionó a Pedro Pacheco para que hiciera provisionalmente la puente de Valdenovillo, para poder traer el agua desde Caro-Cuesta (M. Hernández Vegas, Ciudad Rodrigo. La catedral y la ciudad. Vol. II, pág. 54). Múltiples también son las referencias en las actas municipales durante el siglo XVII, aludiendo a las reparaciones en “las puentes de piedra y palo”. Estas continuaron en el siglo XVIII, pues el Libro del Bastón (1770), al referirse al apartado de Historia Natural recoge: “…una Cañería nuevamente Redificada cuias aguas llegan y se rrecojen a la salida de su puerta principal llamada del Conde”.

Los restos del acueducto de San Giraldo en Ciudad Rodrigo, son prácticamente únicos en toda Castilla y León, para una obra del siglo XVI de esta envergadura. El paralelo más próximo está en Extremadura, en el acueducto que suministraba agua a la ciudad de Plasencia (Cáceres), finalizado en 1573, según proyecto de Juan de Flandes. Otro acueducto del siglo XVI es el de Los Arcos, en Teruel, comenzado en 1537, conforme al proyecto de Pierres Vedel. De esta época es también el de Los Pilares (Oviedo), construido entre 1570 y 1599, según proyecto de Juan de Cerecedo, el Joven. Posterior es el acueducto de San Telmo, en Málaga (1782-1784), bajo la dirección del arquitecto José Martín de Aldehuela.

Los restos conservados se encuentran entre la vaguada de las sierras de Torralba y Peronilla, junto al arroyo de San Giraldo, conforme a las coordenadas 2º 49´ 40´´ Norte y 40º 37´ 50 ´´ Oeste, de la hoja 536 del Mapa Topográfico Nacional, 1947. La denominación en la citada cartografía es de “Puente de San Giraldo”, por su estructura, que lleva dos ojos de medio punto y tres contrafuertes, fabricados en sillería, mientras que el resto es mampuesto dispuesto en tapias. El paso del tiempo y su falta de uso como consecuencia de otro tipo de abastecimiento de agua para la ciudad, ha ido haciendo mella en la construcción, que ha perdido algunas partes de su fábrica.

martes, 16 de febrero de 2016

Por los puentes de Zamora (y 4)

Con esta última entrega, finalizamos nuestro recorrido por las vicisitudes del puente de piedra sobre el Duero.

El puente en la literatura

Claudio Rodríguez, con el puente al fondo (La Opinión de Zamora)

















El puente de piedra de Zamora ha sido fuente de inspiración literaria. Se desliza en la poesía de Claudio Rodríguez (1934-1999), cuando trasmite las sensaciones líricas del paisaje fluvial en “Al ruido del Duero”:
                                                                    “Y como yo veía
                                                    que era tan popular entre las calles,
                                                   pasé el puente y, adiós, dejé atrás todo”.

La figura del puente aparece también en el poema a “Eugenio de Luelmo”, “que vivió y murió junto al Duero”, como reza su dedicatoria y al que dedica, entre otros, los siguientes versos..:

                                                      La muerte no es un río, como el Duero,
                                                  ni tampoco es un mar. Como el amor, el mar
                                                                  siempre acaba entre cuatro
                                                       paredes. Y tú, Eugenio, por mil cauces
                                                                      sin crecida o sequía,
                                                                 sin puentes, sin mujeres
                                                              lavando ropa, en qué aguas
                                                                        te has metido?”.

El río, como símbolo de la niñez, impregna el canto del poeta:

                                                           “ Las calles, los almendros,
                                                               algunos de hojas malva,
                                                         otros de floración tardía frente
                                                               a la soledad del puente
                                                      donde se hila la luz entre los ojos
                                                    tempranos para odiar. Y pasa el agua
                                                      nunca tardía para amar del Duero,
                                                                emocionada y lenta,
                                                                quemando infancia”


 La paz o la soledad del paseo por el puente, inspiraron también los versos de Blas de Otero (1916-1979):

                                                      “Por los puentes de Zamora,
                                                          sola y lenta, iba mi alma.
                                                        No por el puente de hierro,
                                                      el de piedra es el que amaba.
                                                           A ratos miraba al cielo,
                                                           a ratos miraba al agua.


domingo, 14 de febrero de 2016

Por los puentes de Zamora (3)

El puente de piedra (III)

El puente a comienzos del siglo XX.
Diversas reparaciones se ejecutaron también a lo largo del siglo XVIII. En 1712 y 1716 se hicieron repartimientos para obras en el puente. Proyectos y subastas de obras constan en 1734 y 1736 y nuevos repartos entre vecinos en los años 1741, 1743 y 1749. Nuevas obras de reparación tuvieron lugar en los años 1172 a 1774.

C. Fernández Duro, en sus Memorias históricas de la ciudad de Zamora (1882), se ocupa de la puente zamorana, de la que ya hay constancia documental en 1264, según recoge la Historia General de Santo Domingo, de Fr. Fernando del Castillo (1593).
Puente de Zamora, hacia 1906, tras el derribo de la torre de La Gobierna.
Las riadas ocasionaron no pocos destrozos, tanto en el puente como en las torres situadas en sus extremos, lo que obligaba a contínuas y costosas reparaciones a lo largo de los siglos. No sólo las avenidas del Duero hicieron mella en la construcción, También la mano de los hombres; en la guerra de Sucesión a la Corona de Castilla, los portugueses rompieron una parte de los Arcos, lo que obligó a su reparación. El 22 de febrero de 1493 los Reyes Católicos expedían desde Barcelona una cédula por la que concedían a la ciudad la sisa de 300.000 maravedís para reparar la puente. Uno de los mayores destrozos fue la voladura del arco central por las tropas aliadas el 4 de noviembre de 1812, teniéndose que habilitarse el paso con armazón de madera. Los desperfectos ocasionados con motivo de la Guerra de la Independencia llevaron al ayuntamiento y a la junta de Policía de Zamora a elevar una súplica al Consejero de Castilla para la reparación del puente mayor. El arco central no se recompuso hasta 1836. En estas obras desapareció el almenaje del puente. Por su parte, las dos torres del puente desaparecieron en 1906, junto al pretil de piedra.


[Continuará]

viernes, 12 de febrero de 2016

Por los puentes de Zamora (2)

El puente de piedra (II)

Puente de Zamora en 1854. Fotografía de Clifford.
Tanto las torres como su pretil estuvieron almenadas. Sobre una de las torres se hallaba la figura de la Gobierna, veleta de hierro forjado, que enviaba el reflejo del sol al otro lado del Duero y que actualmente se encuentra depositada en el Museo Provincial. Rodrigo Méndez Silva, en su Población General de España (1675) dice de Zamora: “Tiene hermosa puente con dos torres, 300 almenas, diez y siete ojos”.
M. Gómez Moreno en su Catálogo Monumental de España. Provincia de Zamora (Madrid 1927), recoge que “en su forma actual, acaso no traspasará el siglo XIII; pero después sufrió ruinas y parciales reconstrucciones, trabajando especialmente en ello Pedro de Ibarra; sucedióle, al morir, en 1568, Martín Navarro hasta 1574”. En 1591, los maestros de cantería Juan de la Puente y García de la Vega trazaron y dieron condiciones para reparar el puente mayor, obra que realizaron los hermanos Nates Naveda (M. C. González Echegaray et alii: Artistas cántabros de la Edad Moderna, 1991, p. 540).

En efecto, las continuas avenidas del Duero, menoscaban con frecuencia la fábrica de la puente, por lo que era preciso un constante mantenimiento o labores de reparación. El Archivo Municipal de la ciudad guarda abundante documentación sobre obras y repartimientos en él efectuados (M. C. Pescador del Hoyo: Archivo Municipal de Zamora. Documentos Históricos, Zamora 1948).

Todo el siglo XVII está jalonado de reparaciones. En 1613 se proyectaban obras en los primeros arcos y en la torre de la entrada y en 1615 se practicaban diligencias para expropiar y derruir tres casas situadas en las inmediaciones del puente para facilitar la construcción de este. Esas obras estaban acabadas en 1616, pues en julio se practicaban diligencias para la recepción de las obras y un año más tarde se pretendía poner el escudo de armas en la puerta del puente. En abril de 1619 se concluían las obras de la primera de las torres. Años más tarde, en 1623 se reformaba el proyecto hecho por el contratista de la obra del Puente Mayor, de los arcos y torre de la entrada.
Las obras fueron continuas a lo largo de la centuria; en 1626 el corregidor de Zamora practicaba diligencia sobre los reparos que necesitaba el Puente Mayor. Las reparaciones continuaron en 1628 y su coste se repartió entre los pueblos comprendidos en 15 leguas a la redonda, que contribuyeron en una cuarta parte. En 1649 se reparó el chapitel de la torre del puente. Los vecinos de la ciudad participaron en varios repartimientos con motivo de las constantes obras de reparación que se llevaron a cabo entre 1650 y 1669. Un nuevo repartimiento entre vecinos de Zamora y los pueblos situados en veinte leguas a la redonda tuvo lugar en 1681,1683 y 1698.

[Continuará]