DE CASTILLOS Y JINETES
Atienza, Pastrana, Brihuega y Recópolis
Castillo de Atienza. Foto Josemguijarro |
Al bajar al valle, los viajeros hacen un alto en el camino para contemplar la villa de Atienza y quedarla registrada en la retina de su cámara fotográfica. Buscan el castillo, enclavado en la peña fuerte, y rodean el cerro. A media altura dejan sus mecánicas cabalgaduras y encaran la que fuera, en otro tiempo, inexpugnable peña. Ya no hay guardias, ni sarracenos, ni cristianos, ni soldados napoleónicos. Los franceses se llevaron muchas alhajas y no sé cuantas arrobas de plata, pero otras tantas dejaron. Por allí andan, entre los museos de San Gil y de San Bartolomé, para deleite de visitantes.
Pero estábamos subiendo al
castillo... Romería impenitente ésta de Viernes Santo, aunque cerca de la
iglesia de Santa María del Rey se conserven los restos de un antiguo Vía
Crucis. En la peña, dos aljibes y el torreón, todo franqueable y ruinoso, pues
las cicatrices del tiempo son más profundas que las de las lombardas y otros
ingenios militares. En la azotea de la torre del homenaje se escuchan varias
lenguas, todas ibéricas, mientras el panorama se pierde camino de no se sabe
dónde.
Los viajeros cruzan y salen de Atienza con la rapidez de una puesta de sol. Atrás quedaron los fósiles, las tiendas de artesanía no visitadas y las iglesias, unas abiertas al culto y otras reconvertidas en muestras de arte sacro. De regreso a Guadalajara, por carreteras con mil y una curvas, pasan por Jadraque, en cuyas alturas se yergue imponente y luminoso el castillo de los Mendoza. Poco después, entre tinieblas, descubren Hita y deciden volver al día siguiente.
Los viajeros cruzan y salen de Atienza con la rapidez de una puesta de sol. Atrás quedaron los fósiles, las tiendas de artesanía no visitadas y las iglesias, unas abiertas al culto y otras reconvertidas en muestras de arte sacro. De regreso a Guadalajara, por carreteras con mil y una curvas, pasan por Jadraque, en cuyas alturas se yergue imponente y luminoso el castillo de los Mendoza. Poco después, entre tinieblas, descubren Hita y deciden volver al día siguiente.
Vista de Pastrana (Wikimedia). |
El suelo de las calles de Pastrana está sucio. Los viajeros no pueden por menos de hacer una comparación odiosa con la pulcritud de Sigüenza. En la plaza de la Fuente de los Cuatro Caños hay una antigua pescadería trocada ahora en tienda de ultramarinos. Sus pasos les han guiado hacia la Colegiata, donde pretenden admirar los tapices de la toma portuguesa de Arzila. Cruzan la verja y entran. Preguntan por el museo, pero les dicen que vuelvan más tarde, hacia las 11,30 h., a ver si se va formando un grupo. Salen. En la calle de la Palma, unas yeserías medio ocultas y un rótulo anuncian una primitiva sinagoga. Hay un gato en la ventana y un hombre a la puerta.
Museo de los Tapices de Pastrana. |
Tapiz de la toma de Arzila (detalle) |
Puerta de la Cadena. Brihuega. Foto de Håkan Svensson (Xauxa). |
Desde Brihuega se dirigen los viajeros a Hita, en busca de Trotaconventos, pero se topan en medio con Torija y deciden entrar.
(Continuará)
Los tapices: http://mupart.uv.es/ajax/file/oid/2048/fid/4176/tapices%20de%20pastrana%20.pdf
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