REINO DE LEÓN

viernes, 4 de noviembre de 2016

Hoces de Cuenca (y 3)

LA ESTELA DE FRAY LUIS

José I. Martín Benito
Cementerio de Valeria.

Ya se dijo que Santa Bárbara sólo trajo la llovizna, pero no los truenos. Hoy es lunes, cinco de diciembre y el santoral dice que es la festividad de algunos eremitas, abades, mártires y obispos; ignoran los viajeros si alguno de ellos estuvo por la serranía, pero no parece.

La mañana ha amanecido gris. Antes de tomar dirección a la Mancha, los visitantes han decidido iniciar la subida al castillo, para contemplar la panorámica de la ciudad, entre las hoces. Del lado del Huécar le sorprende la ventisca y la lluvia: la primera vuelve los paraguas y la segunda, además de mojar el objetivo de la cámara fotográfica, sumerge en una neblina el tajo del río, la catedral y las colgadas casas. Así que será mejor ponerse a resguardo y buscar el amparo del caserío.

Son las diez de la mañana. La casa Zabala, sede de la fundación del pintor Antonio Saura, no abre hasta las once. Los viajeros deciden que volverán por la tarde, pues tienen decidido ir en busca de las ruinas de Valeria, y de los castillos de Garcimuñoz y de Belmonte. Cuando abandonan la ciudad, por la carretera de Valencia, las nubes tienden a desaparecer y el sol comienza a abrirse paso entre los claros. En el camino del sur, pronto Cuenca y la serranía van quedando atrás.

Valeria se hace desear. Alguien les informó que quedaba más cerca. Pero el campo es amplio y las poblaciones pocas. Cuando la impaciencia arrecia y menos lo esperan, intuyen que han llegado. Pronto un indicador en la carretera lo confirmará. Los viajeros llegan al corazón de Valera de Arriba, en busca de las ruinas, que no encuentran. Vuelven sobre sus pasos por una calle abajo y, sin mucha dificultad –ahora sí- llegan a la entrada del despoblado.

A pesar de la soleada mañana hace frío, acentuado por el viento. Lo primero con lo que se topan los viajeros es con las ruinas del foro, donde no ha mucho que se han hecho excavaciones, a juzgar por las huellas del terreno. Los visitantes no pueden por menos de evocar otros lugares y otros tiempos, cuando ayudaban a desenterrar el pasado escondido.

En la acrópolis hay restos de un castillo y de una iglesia. Del castillo apenas queda sino un paredón, mientras que el templo está techado por la bóveda celeste. En este lugar, en aras de la arqueología, se ha profanado el sueño eterno de los que allí fueron enterrados. Sepulturas vacías en el exterior dan fe de ello, a la entrada de lo que otrora fuera templo. De todo apenas quedan las señales.

Los ecos de los que fueron ya no están. La tierra ha dormido casi dos mil años. La ciudad, abandonada o destruida, ha sido convertida en era y aun en camposanto. Una cruz recuerda que no hace mucho se desmanteló el viejo cementerio, que los antepasados y los naturales de la actual Valera habían ubicado sobre el antiguo foro. ¡Qué mejor lugar para el descanso! Lo que un día había sido el foco más bullicioso de la ciudad romana, luego se convirtió en la morada del silencio eterno. Por allí también, en metálicas placas, se recuerda a Tiberio y a Drusila y al culto imperial de la tarraconense. Parece ahora, que desde este lugar de Castilla- La Mancha, Tarragona queda muy lejos, pero más quedaba entonces Roma y, sin embargo, un aire de romanidad hervía en Segóbriga y en Valeria, como en tantas otras ciudades de Hispania.

De Valeria, por Almarcha, hacia el hercúleo y macizo castillo de Garcimuñoz. Estamos ya en tierras manchegas, a la vera de la autovía que une Madrid con Valencia. Después del almuerzo en Almarcha, los viajeros prosiguen la ruta hacia Belmonte. Son poco más de las tres de la tarde, pero han decidido ir en busca de la huella de “los pocos sabios que en el mundo han sido”, en busca de Fray Luís.
Castillo de Belmonte.

En Belmonte el castillo es propiedad de la casa de Alba. A las preguntas de los visitantes, las taquilleras advierten que se está a la espera de un convenio con la Junta de Comunidades y con el Ayuntamiento para restaurar y poner en valor la fortaleza. Esta presenta síntomas de abandono, lo que no impide que se pueda visitar. Hay por allí mucha reforma neogótica, gracias a la cual la construcción se ha mantenido a grandes rasgos.

Cuando los viajeros bajan de las torres y entran en la villa, se encontrarán con la estela de Fray Luís, en la plaza del Ayuntamiento, en un busto dedicado al agustino y también en la dedicatoria de una de las calles de la población. El silencio sólo es roto por unas obras en la casa consistorial y por el juego de unos chiquillos en la plaza. Las casas cerradas y las calles vacías. “Qué descansada vida”.

Junto a la iglesia colegiata de San Pedro están las ruinas del que llaman palacio de don Juan Manuel, que ahora intentan reconstruir con una escuela taller. Los viajeros rodean la iglesia, pero no encuentran acceso abierto. Normal, han venido a una hora vespertina un tanto intempestiva. Se preguntan si abrirán más tarde, pero no se quedan para comprobarlo y toman el camino de retorno para Cuenca. En Villaescusa de Haro se toparán de nuevo con otra iglesia dedicada al primer apóstol. Ciudad y provincia parecen rendir culto al portero del cielo. Eso piensan cuando, todavía en Cuenca, la casa Zabala les espera.

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