REINO DE LEÓN

domingo, 26 de junio de 2016

Crónica del olivar: Cazorla

EL RÍO NIÑO

Nacimiento del Guadalquivir.
José I. Martín Benito

Cuenta una leyenda que el Puente de las Herrerías fue levantado en una sola noche. Tamaña empresa sólo está al alcance de los dioses o de los todopoderosos monarcas que en el mundo han sido. Será por eso que los caballeros de la católica reina Isabel pudieron coronar tal fazaña en el camino hacia Baza, para arrebatar la ciudad al moro nazarí. El río bajaba crecido y no había modo de vadearlo. Así que el viaducto batió todos los records de la diligencia de una obra pública. De esto no hablan las crónicas ni los cronistas, pero sí el vulgo, que es más dado a la fantasía y a las portentosas gestas. La antítesis de este puente de Quesada es El Escorial, paradigma de la tardanza de una construcción.
En el Puente de las Herrerías se termina el asfalto y comienza un sendero apto, sí, para vehículos, que remonta el curso del encajado aprendiz de río. Después de ocho kilómetros de aventura, con la tensión impuesta por el precipicio entre la senda y el agua, los viajeros bajan del automóvil y realizan a pie los poco más de trescientos metros hasta encontrarse con un arroyuelo cristalino que, como la serrana de la Vera, salta de peña en peña.
En la Sierra de Cazorla el río Grande (Wad-al-Kívir) es todavía un río Chico. Como Boabdil, tendrá que crecer para recibir los tributos de otros arroyos y, finalmente, perder su reino en el océano. Es el sino de la realeza y también de los ríos que van a dar a la mar. El señorío del rey granadino se perdió un 2 de enero en la Alhambra y el del Guadalquivir se perderá en la mar inmensa de Sanlúcar. Al océano van los ríos caudales, los medianos y más chicos, que todos los allegados se diluyen en la gran llanura acuática de poniente.
Pero para eso falta todavía mucho trecho por recorrer. El Betis, bravío y cantarín, crece aquí como un niño entre algodones, arrullado por el viento, mecido por el aire de los pinos y escoltado por cañones y desfiladeros.
Algún día, no obstante, tendrá que crecer. Lo hará, cuando salga del olivar pare hacerse grande entre naranjos, y lanzarse a la conquista de la Bética, buscando el puente y aparte de Triana. De momento, aquí y ahora, la lunita plateada y la mar océana quedan todavía muy lejos, que estamos en serrano paisaje.
La fortaleza y el vigor de la juventud los irá alcanzando entre vueltas y meandros, entre olivares, viñedos y campos de cereal, hasta llegar a la Itálica famosa.
* * *
En lo alto de la villa de Cazorla, una gran piedra amenaza con desmoronarse y llevarse rodando el blanco caserío que a sus pies se extiende confiado. Los cazorlanos duermen tranquilos, seguros de tan remota posibilidad, bajo la protección de la Virgen de la Cabeza, cuyo santuario se interpone entre el pueblo y la gran roca.
Castillo de Yedra y Cazorla.
Si la imagen mariana defiende la ciudad de los potenciales peligros de la montaña, el castillo de Yedra vigila los caminos y el curso encabritado del Cazorla, que baja encorsetado buscando el río Grande. Los viajeros han decidido visitar la fortaleza. La subida la harán a pie, que son cerca de las 12 del mediodía y hay que desentumecer las piernas. Cuando retornen de la atalaya será la hora del almuerzo.
En la serrana población algunas casas de comidas han agotado la pasada semana de Pasión las reservas de agua embotellada y, por eso, los posaderos no dudan en acudir a una fuente próxima, que data de los tiempos del tercero de los reyes Felipes, para llenar la jarra y ofrecerla a sus clientes. Piensan los viajeros que el agua debe bajar pura y cristalina desde la sierra, pero se equivocan; cristalina, sí, pero un ligero sabor a cloro les indica que el ayuntamiento debe haber contribuido a la pérdida de su virginal pureza; mejor así, más vale prevenir.

Abril de 2010.

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